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El autor presentó la redición de El conejo en la cara de la luna, en el Museo del Templo Mayor

En los mitos existe algo oculto que se cubre con lo bello: Alfredo López Austin

El libro nos hace penetrar en el pensamiento lógico de quienes aún no han perdido la capacidad de observar la naturaleza circundante, expresó Eduardo Matos Moctezuma

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Eduardo Matos Moctezuma, Benito Taibo y Alfredo López Austin, en la presentaciónFoto Francisco Olvera
 
Periódico La Jornada
Sábado 30 de junio de 2012, p. 5

El mito nace en el barro, escribió el historiador Alfredo López Austin (1936) en su libro El conejo en la cara de la luna, el cual fue presentado la noche del jueves en el Museo del Templo Mayor. Tenemos que llegar a la conclusión de que en los mitos hay algo oculto, algo profundo que se cubre con lo estético, con lo bello, expresó el autor del volumen en una noche de tormenta en la que se dialogó sobre los dioses, la muerte del Sol, animales traviesos, persecutores de magos y hasta de las hermosas piernas de alguna profesora de la facultad.

Último en tomar la palabra, con la voz entrecortada por la emoción López Austin agradeció a sus compañeros de mesa y de labor: Eduardo Matos Moctezuma, Dora Sierra Carrillo y Benito Taibo. Además de los antropólogos, historiadores, arqueólogos y público que llegaron hasta las ruinas de la vieja Tenochtitlán, cruzaron frente a la diosa Coyolxauhqui y se congregaron con motivo de la redición del volumen por Era, en colaboración con el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y el Instituto Nacional de Antropología e Historia.

Alfredo López Austin, como hace con sus alumnos, dictó enseñanzas sobre su materia de estudio: el mito, el cual no puede ser analizado, de ninguna manera, desde su aspecto puramente racional, pero tampoco desde su aspecto puramente estético. Lo podemos separar como separamos todo artificialmente en la ciencia para tratar de entenderlo, pero la vida constituye complejos, porque somos un animal tremendamente complejo.

Estamos de plácemes, afirmó el arqueólogo Eduardo Matos Moctezuma en el auditorio que lleva su nombre en el museo ubicado en el Centro Histórico, donde se presentó el libro, cuya sapiencia reconoció, así como la facilidad con la cual se lee, mismo que tras su publicación original, en 1994, no ha perdido actualidad y conserva la fluidez de la transcripción y la trascendencia de su contenido.

En palabras de Matos Moctezuma, el autor, a quien nombró tlacuachólogo, reúne en 18 artículos breves una serie de mitos procedentes de diferentes lugares de lo que hoy es México, una amplia gama de aspectos relacionados con el mundo prehispánico, pero también con mitologías actuales que vemos de manera cotidiana en diversos contextos humanos de nuestro país.

Este libro, pleno de la sabiduría popular y de sabiduría del autor, nos lleva de la mano para penetrar en el pensamiento lógico y estructurado de quienes aún no han perdido la capacidad de observar la naturaleza circundante y aprender de ella las mil posibilidades que encierra y poder transformarla en mito, expresó.

Al final de su lectura advirtió: “El hombre que llamamos civilizado se basa en la ciencia para conocer el mundo que lo rodea, pero ha perdido la capacidad rica, creadora de penetrar en las esencias abismales para explicarse por un momento el simple y complicado surgimiento de una planta o el movimiento constante del universo”.

El diluvio, mito que abre la conversación en El conejo en cara de la luna, apareció de manera recurrente en la charla, mientras en la ciudad el cielo caía a pedazos. Debimos hacer un sacrificio al dios Tláloc, espetó Benito Taibo, otro de los presentadores del libro.

Lleno de amaneceres y sabiduría, describió Taibo el libro, con una prosa vibrante, amena, alejada por completo de la habitual a nuestra distinguida prosopopéyica y en ocasiones misteriosa academia. Nos ofrece un retablo singular, un árbol de la vida escrito, en el cual podemos rastrear nuestros más profundos e intrincados comienzos, e incluso regocijarnos mientras vamos apuntalando nuestra propia identidad.

Continuó leyendo, ante el abarrotado auditorio, así, de la mano, como ha de llevarse a los niños por las ciudades para que se llenen los ojos con asombro, López Austin nos lleva por nuestras raíces, deleitándonos ante la sorpresa y postrándose ante la veleidad de lo posible y lo imposible. Jugando con las palabras y la sutileza del verbo transmitido generación tras generación.

Si el mito nace del barro, hemos aprendido, agregó Taibo, que somos de maíz. Pero también de barro, de agua, de viento y de sangre. Estamos hechos con polvo de estrellas, será por eso que todos llevamos dentro un trozo de infinito. Somos claramente, y su libro lo demuestra, símbolo.