Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 24 de junio de 2012 Num: 903

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora bifronte
Jair Cortés

Dos poemas
Yorguís Pavlópoulos

Leer y escribir:
nuevas tecnologías

Sergio Gómez Montero

Apuntes sobre la grafofobia
Rocío García Rey

La palabra escrita:
usos, abusos y nuevas tecnologías

Xabier F. Coronado

¿Escribir?
Rodolfo Alonso

Prisas y tardanzas
del poder

Vilma Fuentes

De la palabra escrita a
la palabra asalariada

Fabrizio Andreella

Columnas:
La Casa Sosegada
Javier Sicilia

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Galería
Enrique Héctor González

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
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Javier Sicilia

Literatura y silencio

Aunque el silencio guarda una profunda relación con el sonido de la palabra (la palabra no sólo nace del silencio y concluye en él, sino que su articulación está también puntuada de silencios: los espacios en la escritura alfabética –que imita al habla–, entre una letra y otra, o los dobles espacios entre palabras, lo muestran de manera gráfica; sin esos silencios, la palabra sería sólo ruido), el silencio, territorio de la mística, nunca ha sido la aspiración del poeta. Su designio, como lo ha mostrado Georges Steiner, es llevar el lenguaje hacia zonas donde la palabra se abre a lo inefable: la luz o la música. Sin embargo hacia el siglo XX la tentación del silencio, o el silencio mismo, aparecen por vez primera en la literatura. El de Hölderlin y Rimbaud, el suicidio de Celan o la parálisis lingüística de la obra de Beckett, no tienen referencia en la anterior literatura. Allí, la palabra “limita –dice Steiner– no con el esplendor o con la música, sino con la noche”.

¿Esa noche es la del místico? En cierta forma, sí: hay un punto, dice el místico, en el que el lenguaje, aun el de las metáforas balbucientes de la luz o el de las evocaciones atemporales de la música, se estrella con la inefabilidad, cuya luz o cuyo sonido son ya indecibles. Pero en otra forma, no. Porque su universo es el logos, el silencio del escritor no proviene, como en el místico, de la experiencia directa con lo inefable, sino del choque con la perversión del lenguaje de su época –la materia prima de sus palabras– que al alterar los significados vacía de todo contenido humano la palabra para instaurar en la realidad el horror y la noche.

La razón de esta evidencia moderna –que podría rastrearse en la erosión de los lenguajes que han perdido su capacidad significativa hasta volverse arbitrarios, y en el uso que de él han hecho la publicidad y los lenguajes mediáticos y políticos– tiene su rostro más brutal en el divorcio que hay entre la conciencia de lo humano a la que hemos llegado –los derechos humanos– y una realidad que ha permitido los campos de exterminio, los gulags, Hiroshima o, para hablar de nuestra época reciente, las masacres de Ruanda o los desmembrados, los decapitados, los desaparecidos, los esclavizados, los enterrados en fosas clandestinas, que desde hace cinco años se han instalado en México.

Cuando este divorcio sucede es señal de que el lenguaje está gravemente afectado. El mundo del horror y de la demagogia política que suelen acompañarlo para justificarlo –la Alemania nazi–, o para negarlo –el México de hoy–, están fuera de la palabra y de la razón, fuera del lenguaje que –vuelvo a Steiner–, es “creador y portador de verdades humanas y racionales”.

Aunque el lenguaje siempre ha comportado en medio de su vitalidad inmensas cantidades de incultura, violencia y mojigatería, en el momento en que se utiliza –parafraseo a Steiner– para justificar el horror en México –“se están matando entre ellos”,  “son bajas colaterales”, un porcentaje estadístico– o para ocultarlo –“es un asunto que no le atañe al Estado”–; cuando se emplea para deshumanizar al hombre a lo largo de doce años de crueldad y de aceptación de ella, el lenguaje, digo, queda afectado.

Quizá por ello, la literatura, sobre todo la poesía en México, va siendo día con día marginada a nichos lejanos de la vida pública y política. Ya pocos la entienden y su “oscuridad” para rescatar lo humano se va volviendo un lugar al que pocos acceden, un lugar que se parece al del silencio.

“Gastadas, raídas, vacías –son palabras que Adamov pronunció durante el estallido de la segunda guerra mundial y que definen hoy la reducción a la que la guerra y la vacuidad política y mediática han reducido el español de México–, las palabras se han vuelto esqueletos de palabras […]; todo el mundo las mastica y eructa luego su sonido.” Con ellas, por lo menos aquí y ahora, es imposible decir la verdad humana. Cualquier intento de hacerlo termina con ese extraño galimatías con el que Hölderlin solía responder desde su silencio:  “Palatch, palatch.”

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar todos los presos de la APPO, hacerle juicio político a Ulises Ruiz, cambiar la estrategia de seguridad y resarcir a las víctimas de la guerra de Calderón.