Opinión
Ver día anteriorMiércoles 13 de junio de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Bradbury y los mundos posibles e imposibles
S

i debemos medir la grandeza de un libro por la imaginación que provoca, Ray Bradbury es autor de por lo menos dos libros de ese tipo: Crónicas marcianas y sobre todo Fahrenheit 451.

Esos dos libros le aseguran ya, aun después de muerto, un futuro en la única inmortalidad posible y que no es otra que la que otorgan los lectores.

Ray Bradbury se adelantó a nuestra época varias generaciones para decirnos que la tecnología no organizará nuestro caos ni nos hará mejores personas. Que nuestro progreso genera principalmente basura y que nuestras miserias cotidianas, el rencor, el odio, la mentira, la envidia (esa hija bastarda de la admiración) y el ansia de poder reducido a su expresión más pedestre que es el dominio del otro, no disminuirán con los avances científicos y tecnológicos.

Vamos, Ray Bradbury nos dice con libros como los mencionados o con los magníficos cuentos de El hombre ilustrado, que las traiciones, la desintegración social y la censura habrán de acompañarnos hasta el fin de los tiempos. Que sólo serán más sofisticadas pero que su origen y su fin serán el mismo: el hombre y su mala levadura como escribió Darío.

Me llama la atención que se haya escrito mucho sobre la censura pero que más allá de ensayos y tesis políticas y filosóficas, quienes han puesto en el centro de nuestra atención esa conducta criminal han sido, sobre todo, los cuentistas y novelistas y entre ellos notoriamente Ray Bradbury.

No conozco mejor alegato contra la censura que esa novela, ni mejor defensa del libro. Defensa de la memoria y la imaginación porque los libros son eso: acumuladores de la experiencia humana y la mejor herramienta para estimular la imaginación y modificar el futuro.

Tal vez por eso varias veces dijo Badbury que uno de los mayores crímenes contra la humanidad era la quema de libros. Sabía sin duda que a la quema de éstos seguía la hoguera para sus autores. También que otro crimen era no leerlos.

Petronio imaginó en el Satiricón un esqueleto de plata con articulaciones móviles –símbolo de la muerte– que sólo sirvió de aderezo en un banquete orgiástico. Bradbury entidades mecánicas y otros mundos quizá para mostrarnos que llevaremos el nuestro con todas sus miserias y bondades a cualquier lugar.

Bradbury, amante de las películas infantiles y de los juegos, distinguió muy bien cuál era la diferencia entre ciencia ficción y la fantasía literaria: “Yo nunca he escrito ciencia ficción salvo Fahrenheit. Las crónicas marcianas son fantasía. La ciencia ficción es el arte de los posible. La fantasía el arte de lo imposible”.

Planteadas así las cosas nuestra gozosa deuda con Ray Bradbury es doble: por sus mundos posibles e imposibles y la posibilidad de hacerlos nuestros porque –lo sabemos– no se lee impunemente.