Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 3 de junio de 2012 Num: 900

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Letras adolescentes
Textos desde la Comunidad
de Diagnóstico Integral
para Adolescentes del DF

La poesía y el
poeta en Hidalgo

Ricardo Yáñez entrevista
con Omar Roldán Rubio

Columnas:
Prosa-ismos
Orlando Ortiz

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Luis Tovar
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Algo más grande que Todo

No es de ningún modo improbable que Lars von Trier haya visto la mítica, memorabilísima serie de televisión Cosmos, creada por ese científico y humanista entrañable llamado Carl Sagan, como tampoco lo es que recuerde, y bastante bien, un fragmento inolvidable de uno de los capítulos de dicha serie: ahí, mientras el ojo mira una despaciosa, hipnótica, subyugante sucesión de imágenes del planeta Tierra, la voz en off de Sagan estremece cuando se le escucha decir algo que, quizá de tan obvio, suele ser absurda y permanentemente soslayado: la historia, la existencia misma de la humanidad y, con ella, el conjunto de sus invenciones, tanto materiales como conceptuales; las cumbres de su pensamiento y su sensibilidad, los abismos de su ignominia y su capacidad de infligir –o infligirse– dolor; los actos, sean nimios o significativos… absolutamente todo lo que la humanidad ha sido, hecho, pensado, sentido y deseado, tiene lugar en esta menos que mínima, infinitesimal porción del Universo que ocupamos y en donde, por una razón u otra –quizá sin ninguna–, materia y energía lograron alcanzar conciencia de sí mismas. Tierra-Casa que, dependiendo del punto de vista, puede también ser prisión; Mundo-Espacio abierto al infinito, pero que al mismo tiempo es límite definitivo, en tanto no existe aún lugar alguno en el Universo donde los seres humanos puedan seguir aspirando a su perpetuamiento; salvo, claro está, el planeta que habitamos.

Empero, el aludido y reiterado soslayar esa nuestra obvia condición suele ser confrontado por el intrínsecamente humano, poderoso, sempiterno y atávico miedo. Ciego, sordo, casi inarticulado de tan irracional; concreto y abstracto al mismo tiempo; asido a causas que pueden ser imaginarias o reales… el miedo de fondo, padre de todos los temores, Miedo de Miedos, es el suscitado por “el fin del mundo”: diluvios mesopotámicos o hebreos, apocalipsis cristianos, finales mayas de la cuenta larga, más la innumerable aparición de seres y colectividades agoreros que, unos menos serios que los otros, garantizan la desaparición del Universo todo, son expresiones cabales del terror insuperable que a la materia-energía autoconsciente le produce la idea de la muerte, sí, pero más que eso, de la inexistencia…

A la par de razones reales, como las del suicidio ecológico innegablemente vivido en la actualidad –muy concreto motivo para tener miedo–, medran otras intangibles que, tal vez en un colectivo e inconsciente acto de transferencia de culpa, la humanidad suele atribuir a tres fuentes, no necesariamente separadas una de las otras: uno, a su propia historia cultural sólo que torpe o abusivamente interpretada –el 2012 maya, sin ir más lejos–; dos, a “castigos divinos” que nos hemos ganado por desobedientes, religiosamente hablando; y tres, al arribo de “seres extraterrestres” necesariamente “malos”, que no pueden tener, en caso de que existan, más propósito que aniquilar a todos y cada uno de los seres humanos.

A contrapelo de tanta puerilidad, para reflexionar en torno a nuestro irrenunciable Miedo, Von Trier propone un muy refinado ejercicio de inteligencia titulado Melancolía. Nada de ridiculeces vestidas de negro matando alienígenas deformes; nada de barquitos atacando maquinotas extraterrestres; nada, en fin, que pueda verse en las muchas, demasiadas películas que llevan demasiado tiempo trivializando, banalizando, abobando, a ese género cinematográfico hermoso y por sí mismo digno llamado ciencia ficción; pero también trivializando, volviendo mero e imbécil pretexto mercachifle cinemático la que sin duda es una de las inquietudes más insondables y, al mismo tiempo, paradójicamente más fascinantes que la razón se ha planteado: ¿y si el mundo, y necesariamente nosotros con él, en él, dejara de existir tal como lo conocemos?

No es poca cosa que un filme, como éste del exdogmático danés Von Trier, tienda evidentes lazos que acaban anudándose con los planteamientos de un científico –uno de tantos– dedicado a entender, así sea embrionariamente, qué somos y por qué somos, comenzando por la comprensión de nuestra colectiva e intrínseca pequeñez, cuando la unidad de medida es el Universo, su tamaño y su edad; comenzando por ser conscientes de que ni una sola cosa o idea pasada, presente o futura puede ser, por más que lo deseemos, únicamente por el hecho simple de desearlo, si acaece la presencia de un Algo capaz de acabar con nuestro Todo. La presencia, por ejemplo, de un planeta llamado Melancolía.