Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 3 de junio de 2012 Num: 900

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Letras adolescentes
Textos desde la Comunidad
de Diagnóstico Integral
para Adolescentes del DF

La poesía y el
poeta en Hidalgo

Ricardo Yáñez entrevista
con Omar Roldán Rubio

Columnas:
Prosa-ismos
Orlando Ortiz

Paso a Retirarme
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Bemol Sostenido
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Hugo Gutiérrez Vega

Notas sobre la novela de la Revolución (II DE VI)

González León ganó en 1903 la flor natural en los primeros Juegos Florales de su ciudad natal. En su obra poética se cuentan Megalomanías (1908), Maquetas (1908), Campanas de la tarde (1922) –su creación cumbre–, Las cuatros rosas (1936), De mi libro de horas (1937) y Agenda (1946), póstumo. El Fondo de Cultura Económica publicó sus Poesías en 1990, compiladas por el escritor Ernesto Flores Flores.

Vuelvo a Azuela que era un lector asiduo de los franceses, especialmente de Zola, de quien adquirió gran influencia, pero también de Balzac y había comenzado a leer a los rusos. Cuando se inicia el movimiento revolucionario después de la caída del gobierno de Francisco I. Madero, por el golpe de Victoriano Huerta, de inmediato ingresa al ejército de Villa en la división de Pánfilo Natera, como médico militar. El episodio que más le conmueve es la toma de Zacatecas, que viene a ser el triunfo de la Revolución, el final del Porfirismo y el camino hacia la Constitución de 1917. Este episodio fue el que lo inspiró para escribir Los de abajo, en 1915, novela que, en ese sentido, es un impresionante fresco, más por los hechos narrados que por la técnica empleada, sobre la Revolución mexicana. La obra está plasmada en una gran prosa y Azuela revela en ella los rasgos de la primera revolución agraria del siglo XX. Su prosa, que fue creciendo en belleza y en eficiencia, es una de las más claras de la literatura mexicana; y ésta no es virtud menor. Al lado de la confusión de algunos novelistas contemporáneos, uno agradece enormemente la eficiencia. Vivo eternamente agradecido a los novelistas que entiendo.

En su obra, don Mariano no fue maniqueo. Así como exclama lleno de entusiasmo juvenil “¡Qué hermosa es la revolución, aún en su misma barbarie!”, en otra parte lamenta desolado: “¡Lástima de sangre!” Por estas razones, y ya con la distancia necesaria, podemos apreciar la crítica del doctor Azuela.

En ese sentido, Jalisco ha dado dos grandes artistas revolucionarios, capaces de hacer la crítica a las desviaciones, traiciones y crímenes de los usurpadores del movimiento popular: Orozco y Azuela. Recordemos los murales del abajeño, en los que aparecen los falsos líderes, caciques y bandidos que se pegaron a los blasones revolucionarios. Recordemos, igualmente, los trazos narrativos del alteño, en donde describe a los usurpadores. En los dos hay una lucidez que los obliga a describir los rasgos esenciales del conflicto revolucionario. Sin concesiones de ninguna especie, con un optimismo que la realidad negaba constantemente o con un pesimismo atenuado por la presencia candorosa y trágica de los de abajo, esos seres humanos, demasiado humanos, marchando hacia Zacatecas con sus precarias armas, su esperanza puesta en el porvenir y unidos en la trilogía revolucionaria pintada por Orozco en San Ildefonso, en el momento en que los falsos líderes comenzaban a apoderarse del movimiento.

Ambos usaban grandes trazos, formas caricaturescas para expresar y describir sus vivencias. Tal vez uno de los mejores regalos de Orozco sea su conjunto de caricaturas; y en el caso de Azuela hay momentos de sátira y humorismo que enriquecen su proyecto narrativo. En el relato Domitilo quiere ser diputado traza con detalles goyescos el retrato de la ambición. Desde entonces hay muchos “domitilos”.

El magnífico trabajo de Luis Leal, quien acaba de morir a los 104 años, nos permite encontrar las estrechas relaciones que se dan entre la vida, la obra y la vocación médica de Azuela. Hasta sus últimos días, en esa colonia jalisciense que se llama Santa María en la Ciudad de México, vivió Mariano Azuela, ahí también vivíeron Carlos González Peña, otro notable laguense, y don Enrique González Martínez, el poeta tapatío.

Como la de todos los laguenses, su niñez y su adolescencia fueron presididas por el capricho geológico de la Mesa Redonda, por las torres de la parroquia, por los ritos cotidianos de la agricultura. Es el paisaje de María Luisa, Mala yerba y Andres Pérez maderista, esa novela satírica. En medio de su obra se levantó el remolino en el que giraban Los de abajo, Los caciques y Las moscas, la gran trilogía revolucionaria. En aquella pequeña ciudad que era Lagos se pensaba y se escribía, y la sombra tutelar y protectora era la del presbítero juarista y gran historiador don Agustín Rivera y Sanromán. De él se ocupa don Mariano en un magnífico ensayo biográfico, como también se ocupa de don Pedro Moreno, el caudillo insurgente. Vino después Guadalajara, la medicina, México; el continuo camino de ascenso entre María Luisa y La Luciérnaga. Era tan humilde y discreto don Mariano que, alguna vez que fui a verlo a su casa, me dijo; “Yo no había leído a Proust ni a Joyce, estaba por lo tanto manco.” Le dije entonces: “Pero había leído usted a Zola y a Balzac”, y él me respondió: “Proust y Joyce me hacían una falta enorme.” Y se puso a leerlos a los sesenta y seis años. Producto de estas lecturas es la última de sus novelas, La luciérnaga, que es una obra ya totalmente moderna.

(Continuará)

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