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El Museo Franz Mayer acoge la exposición El 5 de mayo de 1862

Artistas y artesanos colaboran para renovar lenguajes en torno a la talavera

Participan Pedro Friedeberg, Irma Palacios y Demián Flores, entre otros

La empresa Uriarte y la Universidad de las Américas se suman a la conmemoración por 150 años de la Batalla de Puebla

 
Periódico La Jornada
Miércoles 30 de mayo de 2012, p. 6

El arte contemporáneo no es únicamente video e instalación, y debe presentarse como algo incluyente en lenguajes y generaciones, plantea la curadora Sylvia Navarrete durante un recorrido por la exposición colectiva El cinco de mayo de 1862: Uriarte Talavera contemporánea, recién inaugurada en el Museo Franz Mayer.

Son 39 artistas que trabajaron sobre piezas realizadas con los artesanos de Uriarte Talavera, fábrica poblana fundada en 1824, una de las más importantes de América Latina y la única que cuenta con la denominación de origen.

Es una especie de laboratorio medieval, con elementos como talleres y moledoras de tierras, dice Navarrete de esta empresa que convocó a los artistas y así se sumó, junto con la Universidad de las Américas Puebla, a las celebraciones por el 150 aniversario del triunfo contra la invasión francesa.

Entre los artistas que exponen en el recinto de avenida Hidalgo 45, Centro Histórico, figuran Pedro Friedeberg, Luis Nishizawa, Francisco y Alberto Castro Leñero, Kiyoto Ota, Cisco Jiménez, Irma Palacios, Demián Flores, Patricia Soriano, Alejandro Magallanes y Alex Dorfsman.

Ellos pudieron interpretar el tema del 5 de mayo de manera literal, metafórica o a partir del concepto estético o ideológico de la época, comenta Navarrete.

Se editó un catálogo, que incluye ilustraciones de Magallanes y ensayos de Raúl Bringas y Navarrete, además de un texto del escritor Mario Bellatin y un devedé.

Contra la banalidad

Sylvia Navarrete destaca la intención experimentadora. Sacamos a los artistas de la soledad de sus talleres para crear algo completamente diferente, un lenguaje inédito para ellos, un descubrimiento y una aventura.

Observa que la exposición es representativa de muchos de los lenguajes actuales, desde lo conceptual hasta lo narrativo y decorativo, este último no en un sentido peyorativo, sino como una reivindicación de los artistas de retomar eso que fue como un andamiaje de la pintura tradicional.

También menciona el resurgimiento de la pintura, el dibujo y lo bello, por ejemplo en los artistas jóvenes. Una exposición que quiere dar un panorama de la creación actual tiene que involucrar a todas las generaciones y ver cuáles son los puentes entre unos artistas y otros, los traslapes y correspondencias entre los lenguajes.

Se trata de una aventura, comenta, pero a la vez los artistas debieron acatar ciertas normas, no en los temas o lo creativo, pero sí en lo técnico y los materiales, pues la talavera tiene una denominación de origen. En este proyecto, destaca, los artistas no crearon objetos, sino imágenes.

El trabajo entre artistas y artesanos resultó enriquecedor para ambos, señala, y asegura que ese fue uno de los objetivos del proyecto. Sin esa colaboración las artes aplicadas están destinadas a seguirse considerando banales, poco propositivas, anacrónicas y sin posibilidad de renovación de los lenguajes.

Por el lado de los artesanos, dice que la talavera está demasiado asociada a lo decorativo y utilitario, a diseños que necesitan una renovación. Sí, la talavera es lo antiguo, una de las ramas de las artes aplicadas más ricas, pero también es diseño con patrones que ya conocemos, muy bonitos, aunque ya no ofrecen ninguna sorpresa.

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Las derivas de Oriana frente al video Seducción de Joel Bartolomé (detalle), trabajo en talavera de Mónica Dower incluido en la exposición colectiva de 39 artistas montada en el Franz MayerFoto Cortesía del museo

Por eso, agrega, la colaboración con artistas contemporáneos puede renovar lenguajes, patrones y la misma utilidad de la talavera, para salir de esa especie de rutina creativa, pues también son objetos de arte.

Para este proyecto se pidieron entre cuatro y ocho obras a cada artista. Son unas 300 piezas, divididas de dos en dos: para el creador, la venta y la exposición, así como para las instituciones involucradas, la Universidad de las Américas Puebla y Uriarte Talavera. La exposición recorrerá México, Estados Unidos y Canadá hasta 2014, y se buscará llevarla a Europa.

Los soportes son en su mayoría piezas de línea de la fábrica, como platos, charolas, macetones y tibores, aunque algunas fueron diseñadas por los artistas, comenta Sylvia Navarrete al comenzar el recorrido por la exposición, que permanecerá hasta el 8 de julio.

La muestra se divide en varias secciones. Entre las piezas destaca un conjunto de demonios de Cisco Jiménez. Mónica Dower invocó los rostros y nombres de mujeres que participaron en torno a los hechos del 5 de mayo.

Varios artistas trabajaron la idea de identidad nacional surgida en ese momento histórico. Claudia Pérez Pavón recupera el sentido ornamental del siglo XIX y la influencia de Oriente.

Humberto Spíndola propone unas piezas de talavera con crestas tipo papel picado. Marcos Castro pintó unos murales hechos con azulejos.

Más en el lirismo, Marcela Lobo mostró en una charola cuadrada cómo ganaron los mexicanos y con qué equipamiento, precario en comparación con el de los invasores franceses.

Demián Flores hizo dos murales estarcidos (punteadas las formas) en los que reinterpreta motivos prehispánicos y mestizos. Alex Dorfsman llevó a Uriarte un pequeño y viejo monitor de televisión del que sacaron un molde y réplicas, y en las pantallas dibujó escenas y paisajes poblanos.

Miguel Pérez, basado en él mismo como modelo, creó un busto y le tatuó un diseño parecido a los encajes.

Entre los autores que más atraen está Pedro Friedeberg, quien hizo un mural que, dice Navarrete, es una composición geométrica, saturada, como una especie de laberinto que hace un juego muy interesante de perspectiva.

De Francisco Castro Leñero se observa un jarrón pintado con rayas negras irregulares. Y de Feliciano Béjar, ya fallecido, un tibor con formas creadas a partir de obras suyas aportadas por su hijo.

Alberto Castro Leñero pintó una multitud sobre el reverso de un macetón. Kiyoto Ota creó unas piezas esféricas con diseños referidos al viento y el agua.

Al final, Jorge Llaca muestra dos platos, negativo y positivo: uno negro con una calavera blanca, y otro blanco con una calavera negra, que remiten a la tragedia que es toda guerra, como plantea Navarrete.