Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 27 de mayo de 2012 Num: 899

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora bifronte
Jair Cortés

Tres poemas
Olga Votsi

McQueen y Farhadi,
dos rarae aves

Carlos Pascual

Veneno de araña
Carlos Martín Briceño

Cazador de sombras
con espejos

Ernesto Gómez-Mendoza entrevista con Juan Manuel Roca

Los infinitos rostros del arte
Gabriel Gómez López

Bernal y Capek: entre mosquitos y salamandras
Ricardo Guzmán Wolffer

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
Javier Sicilia

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Galería
Ricardo Sevilla

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

Cambiar el destino de los clásicos

Raúl Olvera Mijares


Por las sendas de la memoria. Prólogos a una obra,
Octavio Paz,
FCE,
México, 2011.

Entre 1990 y 1997, la última década en la vida del escritor, a iniciativa de Hans Meinke, al frente del Círculo de Lectores, casa editora que en España daría a la luz las Obras completas, Octavio Paz revisó, descartó, dispuso y editó la totalidad de sus escritos. Catorce cuidados volúmenes fueron el resultado de este magno esfuerzo que cuenta en México con el preclaro antecedente de Alfonso Reyes. Paz, sin embargo, introdujo la costumbre de encabezar cada tomo con un prólogo, de extensión y carácter variable, que va desde la nota aclaratoria sobre la edición original con ligeros cambios, hasta la crónica de la génesis del libro e incluso la minucia autobiográfica casi de un diario mínimo. El revisionismo, tanto de tintes estrictamente estilísticos como de corrección ideológica, es una tendencia que espolea la laboriosidad y los escrúpulos de algunos autores. Esta inclinación resulta difícilmente soslayable en el caso de Paz. Los prólogos de los volúmenes aparecidos en vida de sus Obras completas constituyen un valioso y revelador legado.

Particularmente lúcidos, inmejorables, son los prólogos correspondientes a volúmenes donde el autor aborda la vida y obra de otros escritores y los propios conceptos acerca de la poesía. Menos ágiles son los ensayos históricos y psicológicos respecto de México. Todo el discurso sobre los cambios de ideología cae más en el género autobiográfico que en el ensayo propiamente dicho. Siempre sugerentes y lúcidas resultan, en cambio, las reflexiones sobre artes plásticas. La historia de su infancia, transcurrida en Mixcoac, sus viajes, particularmente el encuentro con el grupo de los surrealistas en París y el descubrimiento posterior del lejano Oriente. Todo se encuentra en este libro iluminador y fascinante con pasajes que resultan incluso conmovedores cuando el autor vuelve la mirada al presente, los últimos días de un hombre de ochenta años, herido ya de muerte, que con serenidad y emoción contempla lo pasado y tiene fugaces pero certeros atisbos de lo que está por venir, tanto en las tendencias del arte o bien editoriales, como en los inminentes cambios políticos y sociales que ese Nuevo Orden Mundial traerá para beneficio de algunos y para perjuicio de otros.

Al referirse a su Obra poética, lamentando el título para los dos tomos que recogen su lírica, el autor recuerda que Alfonso Reyes titulara Constancia poética a sus poemas completos, un hallazgo que resulta envidiable, pues si algo caracteriza la vocación de un poeta es la asiduidad, la terquedad, la obsesión intermitente que lo lleva a comprimir la idea individualísima que abriga acerca del tiempo. Paz en los dos tomos de su Obra poética recogió todo: verso tradicional, verso libre, poema en prosa, prosa poética y traducciones de poemas, tantas veces realizadas al alimón. La poesía era para Paz, ante todo, afición y libertad; Libertad bajo palabra (1949) reza el primer título memorable de uno de sus nutridos y frecuentes poemarios.


Encadenar historias

Jorge Alberto Gudiño Hernández


Ventajas de viajar en tren,
Antonio Orejudo,
Tusquets,
México, 2012.

Es muy probable que un lector de nuestros días de pronto se encuentre atrapado en medio de una enorme andanada de propuestas narrativas. Ejercicios formales se hallan por doquier y la idea de pelear contra el texto para ver quién resulta el vencedor está muy en boga por estas fechas. En sí mismo, el hecho de enfrentarse con los libros no está mal ni mucho menos. Las lecturas exigentes suelen ser las que más aportan y las que permiten que uno se desarrolle como lector. Sin embargo, un malentendido apunta a que las complicaciones en el campo de lo formal son sinónimo de exigencia cuando, en realidad, en muchos de los casos pueden significar apenas distractores esnobistas. Esto se debe, sobre todo, a que por privilegiar la forma, muchos autores hacen de lado la tarea sustantiva de los textos narrativos: contar historias. De poco sirve hacer un planteamiento novelístico que conlleve todas y cada una de las complicaciones formales si, a la hora de leer, el lector se da cuenta de que no le están contando nada o de que la historia es apenas una breve anécdota maquillada.

Antonio Orejudo (Madrid, 1963) es un claro ejemplo del balance que se agradece a la hora de combinar forma y fondo. Ventajas de viajar en tren se reedita tras varios años de ausencia en las librerías. El planteamiento es simple. Una mujer se encuentra con un hombre en un tren. Ella está regresando de la clínica psiquiátrica donde acaba de ingresar a su marido. Él le pregunta si le puede contar su historia. Luego le confiesa que es un doctor de esa misma clínica y que, en su carpeta, carga con las confesiones escritas de varios pacientes. En una estación baja del tren por un refrigerio y no alcanza a abordarlo de vuelta, dejando la carpeta en manos de la mujer.

Sólo eso. Una carpeta abandonada y la tentación de convertirse en un metiche. Justo lo que todos los lectores somos. Así, pues, la novela se irá configurando a partir de historias que se encadenan. Una tras otra darán la impresión de ser relatos aislados que, poco a poco, irán configurando una entidad mucho mayor. Y para contar todo lo que cuenta Orejudo no requiere de artificios. Le basta una prosa simple, diferenciada entre cada uno de los personajes, para meter al lector en una vorágine de tensión dramática.

Es cierto, Las mil y una noches o El Quijote son claros ejemplos de esta estructura narrativa. Orejudo no inventa nada nuevo. Sin embargo, la frescura con la que su prosa fluye, la manera en que las historias se van encadenando y la forma en la que consigue que el lector participe de la trama son razones poderosas para no despegarse de esta novela. Además, cada una de las anécdotas que cuenta basta para volver entrañable al más extraño de los personajes. Algo que los lectores siempre agradecerán.


Ojos que leen, corazón que sí siente

Alejandra Atala


Entre pasiones y extravíos,
Octavio Rodríguez Araujo,
Ed. Orfila,
México, 2012.

Inevitable es pensar en los caminos que va tomando la pluma cuando el autor “quiere” una cosa y sobre el papel se “manifiesta” otra. Tal es el caso de M. Proust (1871- 1922), con su memorable libro En busca del tiempo perdido, o el mismo H. de Balzac (1799- 1850), con su pródiga Comedia humana; en ambos casos la pretensión era la realización de estudios o ensayos sociológicos que fueron derivando, no sin asombro de los poetas, a sendas obras literarias de gran peso y manufactura feliz. El libro Entre pasiones y extravíos, del doctor en Ciencia Política y profesor emérito de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, Octavio Rodríguez Araujo, si bien se cumple en la estructura de la novela, en veinticinco capítulos y una carta, parecería un muy ameno tratado sociológico del siglo XX si no fuera por el vehículo literario que va guiando la pluma del autor, por cierto, además de académico, también investigador y narrador de otras dos novelas –por no contar la veintena de libros que de su puño y letra han florecido–, cuya urdimbre es de especie policíaca. Y digo todo esto porque no deja de maravillar aquello que la poesía o la literatura busca en quien encuentra, v.gr., los citados Proust y Balzac, y en este caso Rodríguez Araujo, en pleno siglo XXI, dotado de la deliciosa pedagogía que sólo puede brindar quien ha hecho suyo lo aprehendido, de tal forma que Entre pasiones y extravíos abre más de una puerta, al mismo tiempo, al lector. Con gran intuición literaria y una extraordinaria agilidad, Rodríguez Araujo nos invita a recorrer la historia de México a través de la historia que son las historias que conforman una entrañable amistad que ocurre entre tres hombres del siglo XX: Santiago, Armando y Nicasio.

Al parecer, toda obra poética o literaria nace de los brazos de una pregunta, misma que, con frecuencia más inconsciente que conscientemente, se va resolviendo a lo largo de la obra. En las novelas policíacas esto resulta mucho más claro; sin embargo, en las tramas líricas o épicas está presente ese cuestionamiento que en ocasiones, como es el caso de Entre pasiones y extravíos, en donde las reflexiones del autor son preguntas que van arboreciendo de un capítulo a otro, resolviéndose en lo inmediato, en algunas ocasiones y, en otras, como lo es la original pregunta de Rodríguez Araujo, se resuelven hasta el final.

La pregunta que tiende el también autor de El asesino es el mayordomo (Ed. Orfila), tiene que ver con el origen de la pasión y con los extravíos a la que ésta en no pocas ocasiones nos lleva. La interrogación tiene que ver con la “comedia humana” que va tejiendo el escritor a través de cuatro voces: la de la narradora, las de Armando y Nicasio y la propia del protagonista Santiago, al abrigo de una amistad de la que con hondura nos hace partícipes.

Si partimos de que “pasión” tiene que ver en su concepto más preciso con el padecer, el dolor es el que se va expresando en esta sinfonía de voces cultas, instruidas, preparadas y al mismo tiempo todavía “ciegas” para las emociones, nos dice Rodríguez Araujo: “Cultura y barbarie no son antónimos, sino dos fenómenos distintos que pueden ocurrir simultáneamente.”

Así, pues, no es tiempo perdido, ni búsqueda fallida la que nos ofrece Rodríguez Araujo en esta su primera novela lírica, pues en esas afluencias en las que va bregando su pluma nos lleva a navegar, en un período de cincuenta años, de los cuarenta a los noventa, en los ámbitos políticos, sociales, económicos, culturales, cinematográficos, musicales, psicoanalíticos, sexuales, en el sentido de una vida, la de Santiago, que se cumple mexicana y que en cierta forma toma, lo quiera o no, la esencia del surrealismo de su patria, para lanzarnos al alma la inconfesable tristeza proveniente de una falta de paternalismo y autoridad que conlleva a la inevitable destrucción.



Vidas secretas,
Rogelio Guedea,
Ediciones B,
España, 2012.

Esta es la tercera novela de Rogelio Guedea, en la que se narra la historia de un profesor mexicano (que bien podría ser el propio autor) que luego de pasar algunos años como académico en una universidad de Nueva Zelanda se ve envuelto en una relación erótica con una de sus estudiantes, quien, a su vez, tiene un rasgo peculiar: es bailarina en un table dance. La vertiginosa relación entre profesor y estudiante, que se resolverá en un final inesperado, es alternada por dos escenarios más: el de la vida académica, no del todo afortunada como pudiera pensarse, y el de la experiencia de vivir en una cultura antípoda. Una novela breve pero intensa en la que se nos ofrece una realidad poco común si se compara con las temáticas abordadas por la narrativa mexicana más reciente.



012-018 Ejes y transición de la República,
Salvador Vega y León (coordinador),
Universidad Autónoma Metropolitana,
México, 2011.

Los capítulos en los que se divide este volumen colectivo son elocuentes respecto de la pertinencia y aun más, la importancia crucial que en estos momentos tienen los temas aquí abordados, como puede leerse: el texto introductorio, a cargo del coordinador de la edición, se intitula Aportación para comprender la sucesión presidencial; le siguen Cultura política y poderes fácticos, con ensayos de Fernando Sancén, Alejandro Ordorica, José Antonio Crespo, Alberto Aguirre, Purificación Carpinteyro, Liliana López y Marialba Pastor; Emergencia de los movimientos sociales, con textos de Michelle del Campo, José Luis Cisneros, Sergio Gómez Montero y Kenia López Rabadán; y finalmente Los medios en la disputa electoral, con las colaboraciones de Gabriel Sosa Plata, Javier Esteinou, Beatriz Solís Leree, Enrique Velasco Ugalde y Elia Baltazar.