Cuando los vagones eran para todos

Las maravillosas estampas de andén captadas por Rodrigo Moya en aquel México del siglo pasado (Morelos,1966) recuperan ese México ocupado en ir y venir, un paisaje que luego arrasaron las generaciones priístas del Tratado de Libre Comercio. El ferrocarril, abandonado durante años por el Estado, languideció como transporte popular. En vez de ser modernizado se le dejó morir para mejor venderlo a precios de remate al capital estadunidense. Llegada la hora, el señor Ernesto Zedillo sería premiado con una silla en el consejo de administración de Union Pacific, el nuevo dueño. Las administraciones, que no gobiernos, posteriores a De la Madrid, Salinas y Zedillo, han tratado sin éxito establecer corridas de tren para ricos y turistas, cual Europa en la azotea con todo y chaca chaca.

Hoy, la única realidad de nuestros trenes se encarna en la malhadada Bestia, que sube la costa de Chiapas con sus convoyes cargados de migrantes centroamericanos a través de la tierra de nadie en que se ha convertido nuestro país: los asaltos, las violaciones, los accidentes, el hostigamiento migratorio del gobierno mexicano, perro guardián de una frontera ajena en los desiertos del norte.

Este mes atraviesan Ojarasca los trenes que fueron de la gente, y la inhumana Bestia de hoy al servicio exclusivo de las grandes empresas, en cuyo transcurso al norte, como expone el fotorreportaje de Moysés Zúñiga, es “expropiado” dramáticamente cada tarde por millares de hermanos nuestros que vienen del sur.

Las fotografías en blanco y negro, obra de Rodrigo Moya, aparecen incluidas en Una mirada documental, editado por Alberto del Castillo Troncoso (Ediciones El Milagro, Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM, La Jornada, México, 2011), volumen que permite constatar por qué Moya es uno de nuestros artistas gráficos fundamentales