Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 6 de mayo de 2012 Num: 896

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Estudio fotográfico…
Leticia Martínez Gallegos

El poeta es sólo otro
Ricardo Venegas entrevista
con Jeremías Marquines

Bruno Traven,
cuentística y humor

Edgar Aguilar

La ley del deseo en la sociedad de consumo
Fabrizio Andreella

Gilberto Bosques, diplomacia y humanismo
José M. Murià

Puebla, Haciendo Historia
Lourdes Galaz

Leer

Columnas:
Prosa-ismos
Orlando Ortiz

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Gilberto Bosques,
diplomacia y humanismo

José M. Murià

Una de las últimas apariciones en público de Gilberto Bosques Saldívar fue el 4 de agosto de 1988, cuando le entregó a la Secretaría de Relaciones Exteriores lo que podríamos denominar su archivo diplomático, para que se sumara, con todas las de la ley, al repositorio tlatelolca que, con el nombre de“Genaro Estrada”, constituye la principal memoria de la política internacional mexicana.


Imagen tomada del documental Visa al paraíso

Desde un tiempo atrás, personal bien capacitado del propio ministerio había trabajado en el ordenamiento de tan preciado material, mientras una acuciosa historiadora, Graciela de Garay, grabadora en ristre, le hacía una serie de entrevistas con el mayor rigor que reclama la llamada Historia Oral. En consecuencia, después de procesar adecuadamente el material, ese mismo día se presentó un precioso libro con el título Gilberto Bosques, que era el segundo de la serie llamada Historia Oral de la Diplomacia Mexicana.

Fue un mediodía espléndido. Don Gilberto tenía ochenta y seis años recién cumplidos y, aunque llevaba un cuarto de siglo de vida muy privada y requería de una silla de ruedas –por lo cual fue necesario improvisar una rampa que le facilitara el acceso al presidio del auditorio aquel–, su lucidez,serenidad y atingencia impresionaron a toda la concurrencia.

Mucho después de ese día, algunas agrupaciones de personas cuyos ancestros antaño se habían beneficiado sobremanera de las gestiones de Bosques en Europa, durante los años en que campeaba el totalitarismo por allá, procedieron a recordarlo públicamente y hasta hacerle algunos homenajes, pero todo ocurrió mucho después de su fallecimiento, en 1995.

En el ínter se exhibió con éxito aquella película en la que un empresario llamado Oskar Schindler salva la vida de un poco más de un millar de judíos, lo que dio lugar, no hace mucho, a que Bosques fuese llamado “el Schindler mexicano”. ¡Siempre la referencia foránea para justificar lo bueno que tenemos! Si, por lo bajo, la lista de Bosques es cuarenta veces mayor, entre judíos, libaneses, brigadistas internacionales y, sobre todo, republicanos españoles, tal vez resultaría más adecuado que Schindler pasara a ser llamado el “Bosques alemán”.



El 4 de junio de 2003 el gobierno austríaco impuso a una de sus calles, en el Distrito 22 de Viena, el nombre Paseo Gilberto Bosques

Pero, además, como embajador en Cuba desde 1953, realizó una gran faena rescatando de las garras del criminal Servicio de Inteligencia Militar (SIM) a disidentes de la dictadura de Fulgencio Batista, quienes simple y sencillamente eran asesinados donde se los hallara. Le ayudó, sí, el rencor que Ruiz Cortines le tenía a Batista, primero, y después la simpatía de López Mateos por Fidel Castro –quien fue de los protegidos de Bosques–, pero incluso asiló con diligencia a cubanos que pidieron ayuda al triunfo de la Revolución en 1959, sólo que, a diferencia de su sucesor, sin medrar con ello.

Bosques se retiró en 1964 siendo aún embajador en la Isla, debido a que el nuevo presidente sería Díaz Ordaz, poblano igual que él y, al parecer, bien conocido también. Por eso le pidió a López Mateos que lo relevara de su cargo para “no verse obligado a colaborar con ese señor”.

Con anterioridad a Cuba, Bosques había pasado “dos años de vacaciones en Suecia”, como él los definió, también con el mismo cargo y promoviendo las relaciones económicas y culturales, hasta que “cansado de descansar” pidió su cambio y lo trasladaron, según su decir, del sol de medianoche al sol de todo el día y de todos los días.

Lo cierto es que se había ganado sobradamente el descanso: llegó a Estocolmo en 1950 procedente de Lisboa, donde había estado un lustro trabajando casi siempre a favor de mandar a México a los españoles que lograban fugarse de su país y entrar a Portugal.

Sin embargo, también aprovechó una buena coyuntura que le ofreció el embajador brasileño en España para rescatar casi todo el archivo de la embajada mexicana que se había quedado en Madrid, parte del mobiliario, la biblioteca y algunas obras de arte. El deseo del gobierno de Franco de ganar entonces la buena voluntad del gobierno mexicano, en aras de conseguir su reconocimiento o de que mermara su explícita animadversión en los foros internacionales, hizo que las autoridades se hicieran de la vista gorda desde que los camiones salieron de Madrid hasta que cruzaron la frontera lusitana.


El castillo de Reynarde que restauró el consulado de Bosques, alojando de 800 a 850 personas

Justamente en Lisboa toda la legación mexicana –incluyendo a Bosques–, que había permanecido prisionera en Francia durante un año, a partir de que nuestro gobierno le declaró la guerra al Eje, el 22 de mayo de 1942, había sido permutada por prisioneros alemanes a la proporción de doce de ellos por cada uno de los nuestros. Pero antes de substituir al embajador Juan Manuel Álvarez del Castillo, en 1944, Bosques pasó a México donde tuvo una recepción apoteósica. Él mismo lo cuenta así: “Estuvieron esperándonos muchos españoles y de otras nacionalidades que habían participado en la guerra. Aguardaron durante ocho horas, pues el tren venía retrasado... Fue una recepción muy emotiva. Llevaron las banderas de México y España… Fue algo un tanto inusitado. Realmente todos los andenes y los patios estaban llenos.”

Bosques había sido desde 1938 cónsul general de México en Francia y, al final del proceso, incluso encargado también de la embajada y, durante ese tiempo aciago en Europa para la democracia y los derechos humanos, desarrolló una de las más notables tareas de solidaridad humana de que tiene noticias la historia de las relaciones internacionales de todos los tiempos.

¿Quién era este hombre, alto, corpulento y de perfil recio? Pues un mexicano como muchos que desde joven se había lanzado a la “bola” revolucionaria, dejando para ello a medias sus estudios de profesor, aunque los concluyó algunos años después.

Nació en Chiautla, en 1892, en una familia rural acomodada, y su primera instrucción se la proporcionó su mamá en casa, pero luego la validó en la ciudad de Puebla y así pudo ingresar al Instituto Normalista de esa ciudad. Fue entonces cuando estuvo a punto de morir en los hechos del 20 de noviembre en aquella ciudad, pero logró sumarse a los rebeldes que se remontaron a la Sierra de Puebla. Luego lucharía contra el gobierno de Victoriano Huerta y combatió la intervención yanqui en Veracruz.

Dado que le faltaron pocos meses de edad, no fue diputado federal constituyente en 1916, pero sí pudo participar un tiempo después en la redacción de la Carta particular del estado de Puebla.


Imágenes tomadas del documental titulado Visa al paraíso, realizado por la cineasta mexicana Lillian Liberman

Procedió a organizar el primer Congreso Nacional Pedagógico, que comenzó la adecuación de la enseñanza nacional al emergente ideario revolucionario. En 1921 fue secretario general del gobierno de Puebla y, al año siguiente, ya con edad suficiente, pasó a ocupar una curul en la Cámara de Diputados federal. Ocho años después volvería a hacerlo. En 1938 fue director del periódico El Nacional, con el que ya había venido colaborando, lo mismo que para la revista Economía Nacional, de la que llegó a ser Jefe de Redacción. Además incursionó en la radio.

También trabajó en la Secretaría de Educación y, poco antes de partir rumbo a Francia, había sido nombrado presidente del Centro de Estudios Hispanoamericanos.

Amigo de muchos dirigentes nacionales, en especial de Lázaro Cárdenas y de quienes manejaban la política exterior de México, se vio natural que, en 1938, el presidente lo nombrase cónsul general en Francia y luego le diese todo su respaldo, máxime que siguió bien sus instrucciones.

Era Bosques una de sus mejores cartas y el presidente Cárdenas decidió jugarla cuando ya se percibía el derrumbe de la República Española. Lo que sucedió después demostró cuán atingente fue la decisión.

Como él mismo dice: solamente algunos diplomáticos de carrera y de viejo cuño hicieron cuanto les fue posible para evitar el traslado y la instalación en París. De esta manera, su primera gesta consistió en sortear las dificultades que le pusieron para instalarse, pero pronto empezaron a llegar prófugos de España, y los problemas mayores a surgir. Como es de suponer, las cosas se complicaron mucho más cuando los alemanes barrieron a los franceses y el consulado mexicano tuvo que ser cambiado a Bayona; pero luego se pasó a Marsella, por ser éste el único puerto de la Francia “libre” y que, además, está en el Mediterráneo. Cabe recordar que la jurisdicción consular de Bosques era casi toda la costa del mare nostrum.

En Marsella estuvo hasta 1942, cuando los franceses llevaron a las cuatro decenas de funcionarios mexicanos a un balneario en los Pirineos y luego fueron entregados a los alemanes, quienes los recluyeron en lo que Bosques definió como el “hotel-prisión de Bad Godesberg”, donde permanecieron más de un año, hasta su permuta en Lisboa.

La Gestapo estuvo siempre bien enterada de lo que hacía el consulado mexicano. Entre otras cosas porque, sin el menor recato, establecieron sus oficinas en Marsella justo en el piso de arriba… en tanto que los japoneses se quedaron con el siguiente.


El embajador Gilberto Bosques (de sombrero) con exiliados

Claro que se enteraron de la ayuda que proporcionó a judíos residentes en toda Europa occidental y aun en lugares más lejanos. Claro que supieron de los cientos de libaneses documentados y enviados a México. Por supuesto que estuvieron al tanto de los edificios que consiguió para albergar refugiados españoles, de las casas de recuperación que estableció para niños huérfanos o con mala salud. Si no lo supieron con precisión, al menos tuvieron una idea de los dos refugios bien resguardados para republicanos que requerían de protección especial, pues eran perseguidos descaradamente por la policía franquista. Todo ello implicó una actividad febril y riesgosa que Bosques y su gente desarrollaron inspirados por aquellos principios de la política exterior mexicana que luego tuvieron a bien asesinar Fox y Calderón.

También hubo de afrontar y equilibrar las disputas entre distintos líderes españoles por la formación de aquellas largas, pero insuficientes, listas de gente que documentó y embarcó hacia México y, luego, cuando Cárdenas dejó la Presidencia, sortear las limitaciones a su selección que quiso imponer el nuevo secretario de Gobernación, Miguel Alemán.

De todo salió bien librado y constituye su gran monumento la nómina de cerca de cuarenta mil refugiados de diferente condición, pero amantes todos de los derechos humanos y de la democracia, quienes salvaron su vida o, al menos su libertad, gracias a este gran mexicano parido por la Revolución.