jornada


letraese

Número 190
Jueves 3 de Mayo
de 2012



Director fundador
CARLOS PAYAN VELVER

Directora general
CARMEN LIRA SAADE

Director:
Alejandro Brito Lemus

pruebate



editorial

Joaquín Hurtado

Burocrasida

Me muerdo los labios para no estallar. Doy media vuelta y me retiro del mostrador. Recapacito. Me detengo al final del largo pasillo. Quedo inmóvil en el portal que conecta la farmacia con la sala de urgencias. Tengo que regresar, no me pueden dejar otro mes con el esquema antiviral incompleto. Voy de nuevo a verle la cara a la farmaceuta. Me formo en la lenta fila. Adelante una señora discute la carencia del mismo medicamento para su hijo. Las escuetas frases de la encargada de la farmacia son exactamente las que me dijo a mí. La anciana se retira refunfuñando impotente, cabizbaja. Toca mi turno, solicito encarecidamente a la dependiente: dígame el nombre de su jefe, el director de abasto, quiero que él me explique qué está pasando con las medicinas de “alta especialidad”. Este nombre grandilocuente no lo he puesto yo, sino el hospital donde me atiendo desde hace dos décadas. La chica nada me contesta, se dirige a un teléfono de pared, garrapatea algo en un pedazo de papel, se da tiempo para bromear con su interlocutor del otro lado de la línea, suelta ruidosas carcajadas, pasa por un espejito que tiene frente a su escritorio, se acicala las greñas entintadas, se repasa los labios con un colorete de sangre, regresa al mostrador y me escupe: el director está en México, regresa hasta la otra semana. Me voy a casa con las manos vacías y la barriga llena de un caldo volcánico. Espero a que pase la semana. Mis amigos me prestan Efavirenz de su botiquín. Luego llamo para preguntar por el funcionario y rogar atentamente por una cita. Me responden que el licenciado está tratando asuntos muy importantes con unos auditores, que le deje recado. Explico mi caso. Es muy delicado que no me den el medicamento, se pueden desarrollar en mi organismo resistencias muy peligrosas. Ellos hacen un esfuerzo por comprender mis palabras, no entienden eso de las resistencias, tan abrumados como están con asuntos mucho más transcendentales. Me piden que por favor les llame en un par de horas para consultar con el licenciado, director de abasto. Pasan las horas, marco de nuevo. Una amable secretaria me repite lo que su jefe le indicó respecto a mi caso. Su explicación me deja estupefacto. Según esto, en México ya descontinuaron el Efavirenz 600 mg., nombre comercial: Stocrin. Supuestamente es una determinación del Censida, que hasta salió en el periódico. Me aconsejan que mejor vaya con mi médico para que me prescriba otro fármaco bajo los nuevos lineamientos de la Secretaría de Salud federal. La mentira me trastorna, pero de plano me enloquece la sugerencia de los burócratas para que de un día para otro modifique un esquema que me ha mantenido con una carga viral en niveles indetectables. Tomo las llaves del coche y voy hecho un demonio hasta la clínica, dispuesto a hacer un gran escándalo. Sin pedir permiso me cuelo hasta la oficina del director. Abro la puerta de golpe. Dos enfermeros con pinta de porros me alcanzan en el vuelo. Me arrastran hasta la salida. Aprietan mis brazos con uñas que casi rompen el hueso. Me avientan de mal modo al estacionamiento. Se ponen a vigilar mis movimientos. La rabia no cede. Días después me llega un correo con la noticia del lío creado por el Censida al tratar de imponer nuevas políticas terapéuticas en un documento titulado de manera pomposa “Guía de Manejo Antirretroviral de las Personas que Viven con el VIH/sida. Lineamientos para el tratamiento en adultos para instituciones públicas del sistema nacional de salud”. Allí entendí la mañosa jugada de mi hospital aprovechando el caos. ¿Sabrán los ineptos de Censida la catástrofe que generaron en la larga cadena de abuso, ineficiencia y maltrato que sufrimos a diario los enfermos de sida en México?

 


S U B I R