Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 8 de abril de 2012 Num: 892

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Alfredo Larrauri, arquitecto
Guillermo García Oropeza

Bárbara Jacobs entre libros
Juan Domingo Argüelles

Clase 1952
Leandro Arellano

Dos poetas

Julián, por Herbert,
a solicitud expresa

Ricardo Yáñez entrevista con Julián Herbert

Dickens y la esperanza
Ricardo Guzmán Wolffer

Para volver a dante
José María Espinasa

Leer

Columnas:
Prosa-ismos
Orlando Ortiz

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
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Julián, por Herbert,
a solicitud expresa

entrevista con Julián Herbert

Ricardo Yáñez

–¿Qué del mar, del desierto?, ¿donde naciste, donde creciste?

–Nunca viví el desierto como espacio riguroso sino lento: ahí están los frutos y los bichos, el agua; es cosa de quedarse quieto. Pero existe otra cuestión: crecí junto a Monclova, un desierto industrial infatuado de pop gringo; en vez del Canal 2, veía el 8 de Laredo. Aprendí a jugar y a enamorarme en el desierto, por eso lo encuentro sexy. Salí de Acapulco a los seis años. Mi memoria marina está más influida por la literatura (por el rigor) que por la vivencia. Aunque todo esto podría no ser cierto: mi figura retórica favorita es el oxímoron.

–Polígrafo, músico, performancero…

–Estudié letras, pero mi verdadera formación proviene de escuelas liberales. Ahí aprendí que uno sería un ente desolado si careciera de la tradición y que el trabajo del artista consiste en poner a la tradición en movimiento, no fijar: esto último es cosa de los académicos. Los discursos transgenéricos son signo de nuestro tiempo. Vengo de clase baja y me gustan el latín y la cumbia y canto blues, y mi chica estudió tecnología aplicada al arte en Nueva York, y soy un migrante y crecí en una zona rural cerca de la frontera norte, y leí a Derrida y a Garcilaso y a Stan Lee y tengo internet: afrontar el arte de otro modo me parecería una impostura.

–¿Qué de la aventura, qué de la planeación?

No hay aventura que valga la pena que no lleve implícito un desengaño: vivo desengañándome. De chavo (estaba leyendo a Byron) creí que la experiencia más profunda sería cruzar a nado un trecho de Isla Mujeres: desde El Farito hasta Playa Pescadores. Luego no: casarse tantas veces como Liz Taylor. Lo intenté pero no: mejor beber vodka y aspirar cocaína hasta llegar arrastrándome a la puerta del hospital. Todo eso se volvió rutinario, aburridísimo, y yo aún no llegaba a los treinta y cinco. Ahora llevo seis años viviendo con Mónica. Tenemos un hijo de dos con quien leo The Infinity Guantelet mientras reciclo la basura. Estoy en lo que estoy porque en este momento me hace feliz, no porque sea lo correcto. Siguiendo esta premática, escribo sin un plan preconcebido, pero corrijo muchísimo, obsesivamente, a diario: procurando que los textos se contagien menos de la aventura y más del desengaño.

–¿Cómo ocurrió que eres o cómo se te ocurrió ser escritor?

–Crecí descalzo y siempre quise tener una banda de rock. Y un día la tuve: Los Tigres de Borges. Pero esto sucedió cuando yo ya tenía treinta años. Antes no me alcanzaba la vida ni para guitarras eléctricas ni para amigos: todo lo que tuve fueron libros. Eso, creo, explica algo.

–Eres un poeta reconocido y, más, popular –y mucho entre los jóvenes.

–Percibo tres ámbitos que me acercan, para bien y para mal, con escritores y lectores más jóvenes que yo. Uno, tal vez superficial, es la reiteración de ciertos temas: la cultura pop mezclada con la tradición, el arte conceptual, el sexo, las drogas. Otro, el uso de ciertas estructuras semióticas: hago videopoemas, compongo música y poesía sonora, escribo mucho para la web. Pero sobre todo nos tocó una relación intergeneracional más fácil, menos vertical: entre las muchas cosas que la megainformación ha empequeñecido se cuenta la diferencia de edades.

–Liberal y desparpajado pero estudioso, gustas de la formación de otros, de la versátil convivencia…

–Tengo más amigos de los que puedo atender (lo cual, viéndolo bien, es una descortesía). Amo la soledad de la literatura pero también la zona cívica y pasional que es la conversación en torno a la literatura (de preferencia aderezada con alcohol). Aunque últimamente no vivo tan así: me he vuelto un poco huraño. Entre septiembre de 2009 y agosto de 2010 quedé perfectamente huérfano. Supongo que estoy terminando de cerrar esa cajita.

–Y has sido funcionario cultural.

Freelanceo. Cuando era funcionario hice algunos proyectos de los que me siento orgulloso: publiqué, por ejemplo, la opera prima de escritores como Carlos Manuel Velázquez o Luis Jorge Boone. Sería hipócrita decir que padecí. Eso sí: ganaba poco, mucho menos que ahora. Lo más difícil fue convivir a diario con algunas de las personas más estúpidas que conozco. Actualmente, claro, algunas de esas personas son funcionarios de alto nivel.

–Extrovertido, afable, comunicativo y muy claro, directo… ¿Algún problema en la vida literaria con eso?

–No me quejo: el que se lleva se aguanta. Conozco el in-sight de un par de premios que me fueron ne­gados por expresa vendetta y me han acusado de ruindades (bajarle la novia a un amigo) que son ciertas, y de heroísmos (ser homosexual) que no lo son. Pero no pasa nada: no hubo muertos ni heridos. Mis señalamientos nunca son personales: respeto la vida privada de los escritores a los que critico. Incluso la de aquellos que no respetan la mía.

–¿A quiénes, en el sentido de la lectura, considerarías tus maestros?

–Mis maestros de lectura presencial: Jesús de León, Sergio Cordero, Rafael Ramírez Heredia, David Huerta, José Eugenio Sánchez, Eduardo Milán. Y a distancia: Rabelais, Villon, Swift, Wilde, Stevenson, Quevedo, Eliot, Pound, Joyce, Hemingway, William Burroughs, John Ashbery…

–¿Cuál fue el primer libro de poesía que leíste, cuál lees por estos días?

–El primero, algo así como una antología: el tomo número 13 de la Nueva Enciclopedia Temática. Leo ahora (en pdf) Edge, de Bruce Andrews y Un país imaginario, antología inédita de poesía hispanoamericana compilada por Maurizio Medo.

–¿Influencias actuales?

–En este momento es un documento pictográfico náhuatl: la Tira de la peregrinación. Y quizá Tablada. Y quizá un videoasta llamado Gary Hill.

–Pregunta que no debe hacerse: ¿por qué escribes?

–Un día alguien me dijo: “es muy fácil: si puedes vivir sin escribir, no escribas”. Yo le creí.

–¿Te consideras más poeta de lecturas que vital?

–Todavía no logro establecer esa diferencia. Estoy convencido de que la muerte de mi madre fue una pieza lírica (con pies métricos y todo). Estoy convencido de que las cosas que le pasaron a Jim en La isla del tesoro me sucedieron a mí.