Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 8 de abril de 2012 Num: 892

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Alfredo Larrauri, arquitecto
Guillermo García Oropeza

Bárbara Jacobs entre libros
Juan Domingo Argüelles

Clase 1952
Leandro Arellano

Dos poetas

Julián, por Herbert,
a solicitud expresa

Ricardo Yáñez entrevista con Julián Herbert

Dickens y la esperanza
Ricardo Guzmán Wolffer

Para volver a dante
José María Espinasa

Leer

Columnas:
Prosa-ismos
Orlando Ortiz

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
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Barbara Jacobs, foto: Jesús Villaseca

Bárbara Jacobs entre libros

Juan Domingo Argüelles

Casi todos los libros de Bárbara Jacobs, desde Doce cuentos en contra (1982) hasta Lunas (2010), pasando por Escrito en el tiempo (1985), Las hojas muertas (1987), Vida con mi amigo (1994) y Juego limpio (1997), abordan en mayor o menor medida las pasiones de leer y escribir. Si juntamos todas sus piezas, lo que hallamos es la genealogía lectora de quien escribe.

Por ello, su nuevo libro, Leer, escribir (Universidad Autónoma de Nuevo León, Monterrey, 2011) es, de algún modo, como una nueva página que se suma a ese gran volumen que ha venido escribiendo y en donde hallamos reflexiones, vivencias, anécdotas e interrogaciones sobre el arte de vivir en medio de la cultura escrita.

A lo largo de todos estos libros, incluido el más reciente, Bárbara Jacobs ha venido trazando su autobiografía lectora, porque sus libros están hechos con la conciencia de ser una persona que se ha formado gracias a los libros como nutrientes no sólo indispensables, sino algo más que eso: imprescindibles, irrenunciables.

Las alianzas entre vida y escritura y vida y lectura, y el guiño autobiográfico no exento de ironía para decirnos que no todo lo que leemos es autobiografía pero sí mucho de lo que vivimos puede estar vinculado a la lectura, dota a la obra de Bárbara Jacobs de una profundidad mayor.

Lo que hay en Las hojas muertas y en los cuentos de Bárbara Jacobs son, sobre todo, lectores, que viven por supuesto más allá de los libros, pero también, por supuesto, muy adentro de las páginas que los forman y los transforman. Emile Jacobs es un apasionado lector, como apasionada lectora es quien suscribe las cartas de Escrito en el tiempo. ¿Y qué es Vida con mi amigo sino el trayecto lector, la educación sentimental y la formación intelectual, cada vez más profunda, de quien narra y nos participa de ello?

Y en Juego limpio hay una ensayista que lo es porque divaga a la manera de Montaigne, y en sus divagaciones y reflexiones a quien primero se ve es a la lectora apasionada. Y en Lunas lo que tenemos es una especie de clases universitarias extramuros sobre la importancia de la lectura: con guiños, ironías, sentido del humor y también certidumbres de los beneficios que aportan los libros. Así, la alumna narradora dice lo siguiente de su profesor-personaje: “Para él, la lectura, y la lectura de literatura, era una con el hombre.”

Eso, en cuanto a la lectura. En cuanto a su complemento, la escritura, en Juego limpio, Bárbara Jacobs afirma: “Escribir es un instrumento como la voz; para florecer debe ser educado. Su educación es quizá la más larga de todas. No requiere únicamente de conocimiento, sino de su destilación. Un escritor, hombre o mujer, joven o viejo, en pocas palabras debe ser capaz de meterse en la piel de cualquier personaje y transmitirlo: si él es hombre, debe saber cómo es una mujer y transmitirlo; si es joven, cómo se es un viejo: y viceversa. A medida que mejor se metamorfosee, mejor escritor será.”

De modo tal que, sabiendo todo lo anterior, Leer, escribir, este intenso y lúcido libro no es otra cosa que una vuelta de tuerca, o más bien otra vuelta a las muchas otras que Bárbara Jacobs le ha dado a la tuerca de la lectura y la escritura. Pocas veces, como en este caso, es más cierta la afirmación de que la biografía de un escritor está en sus libros, pero no sólo en los libros que ha escrito, sino también en su biblioteca.

Para Bárbara Jacobs, la lectura puede ser una locura, “y es locura porque el que lee vive más en los libros que en la vida. Es más, hay momentos en que uno incluso agradecería ser literalmente succionado por la lectura o por algún libro específico y no volver a salir de entre sus tapas”.

Un lector, como tal, es un alienado que, curiosamente, atrapado entre los libros, es más libre que muchos que no leen nada y que se consideran muy cuerdos. La locura de leer no tiene cura. Edith Wharton lo dijo convencida: “Ningún vicio es más difícil de erradicar que el que se considera popularmente una virtud. Entre estos vicios destaca el vicio de la lectura.”

La voracidad de lectura de Bárbara Jacobs la convierte en bibliófaga, lectora insaciable que no puede prescindir ya de este alimento, los libros, que pasan a ser su despensa en la biblioteca personal, misma que, por cierto, es personal porque es única.

Al ser despensa y no únicamente repositorio de libros, la biblioteca personal contiene los alimentos espirituales que se vuelven terrenales. Para un lector, y en este caso para una lectora, como Bárbara Jacobs, nada más parecido a un pan que un libro. Y advierte: “No basta saber que un pedazo de pan te alimenta, es mejor si además su aspecto y su sabor te gustan y te causan placer.” Las levaduras y los granos con que se hacen los libros son también de diversas calidades. De esto nos habla la autora en este libro.

En Leer, escribir, Bárbara Jacobs nos abre las puertas de su biblioteca, que es como abrirnos las puertas de su casa, para que conozcamos su vida. La intimidad de un lector está precisamente en su biblioteca. Nos cuenta, asimismo, de las dificultades que le significaron aprender a leer, y seguramente por ello, por esas dificultades, leer hoy y desde hace años le resulta un amor imposible de abandonar.

Y luego la escritura. “Las palabras tienen cola”, dice Bárbara Jacobs y este apotegma presenta una feliz anfibología. Tienen rabo, por el que se les puede agarrar como recomendaba Octavio Paz en su célebre poema (“Dales la vuelta,/ cógelas del rabo...”), y tienen también pegamento. Las palabras se nos quedan pegadas en los dedos y, sobre todo en la cabeza, y, por eso, los que leen perdidamente, tarde o temprano escriben, pues no pueden deshacerse ni desasirse de las palabras.

Leer, escribir es, literalmente, una autobiografía. Libro rico en experiencias y en reflexiones. Libro, además, hermoso en su factura, con las bellas y misteriosas ilustraciones de Vicente Rojo. Un libro para disfrutarse. Un buen pan, por ello. Un libro que conversa con los lectores. Un ejercicio de profunda felicidad.