Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 1 de abril de 2012 Num: 891

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora bifronte
Jair Cortés

En la colonia astral
Aristóteles Nikolaídis

La verdad sobre
Sancho Panza

Ricardo Bada

Un escritor llamado Groucho Marx
Ricardo Guzmán Wolffer

Artemio Cruz, antes
de la última batalla

Antonio Valle

Carlos Fuentes: libros
y convicciones

Paula Mónaco Felipe entrevista
con Carlos Fuentes

Aura o el deseo de sí
Antonio Soria

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
Javier Sicilia

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Galería
Rolando el Negro Gómez

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
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Collage de Marga Peña

Un escritor llamado Groucho Marx

Ricardo Guzmán Wolffer

Personaje central del cine de Hollywood, Groucho Marx será recordado por muchas generaciones como el hermano de labia implacable entre los tres Marx que quedaron de los cuatro originales para hacer grandes películas cómicas. Si en sus diversos bailes se podía ver la influencia de otros notables del humor musical, Gilbert y Sullivan, puede decirse que todo ese bagaje correspondía a la pluma todavía más fina del propio Groucho, como atestigua su creación literaria.

Para los puristas, habrá que excluir de tal obra la serie de guiones escritos con Chico Marx y otros coescritores para la serie radiofónica transmitida en la NBC, patrocinada por las compañías petroleras, por ser de creación conjunta. También hay quien dice que su amplia correspondencia, también publicada, no cuenta como creación literaria, sino como muestra de su ingenio, que dejaba traslucir incluso en sus misivas personales con parientes y amigos. Tal vez es ahí donde habría que buscar al verdadero humorista, pero al literato hay que buscarlo en sus textos. Con dos obras centrales: Groucho y yo y Memorias de un amante sarnoso, Groucho Marx se ha plantado en la literatura (sin adjetivos) del siglo XX, sobre todo por mostrar un humor que casi cincuenta años después de su creación sigue vigente. Podríamos incluir Camas, su peculiar manual para convencer e instruir a los lectores de las ventajas de casi vivir en la cama, pero este pequeño libro apenas hace eco de los otros dos.

Groucho y yo está escrito en primera persona. Es un largo monólogo donde Groucho divaga con esa sorprendente libertad que mostraba en el cine, al hacer en voz alta sus personales anotaciones de lo sucedido, sabiendo que sólo será escuchado por el espectador, pues mira a la cámara. Para justificar la escritura en parte autobiográfica, Marx acota que ha producido el libro por haber sido extorsionado por el editor, aunque poco éxito se augura a sí mismo, puesto que su trabajo estará compitiendo con libros de cocina, autoayuda y bélicos, cierto de que en unos meses la mitad de esas obras estarán a mitad de precio. Bueno, dice el autor, quizá para vender mis libros deba colocar un huevo frito en la portada y regalar con cada ejemplar cien libras de maíz; de todos modos, el lector gringo promedio, dice, odia a los granjeros. Y apenas está por empezar este compendio de anécdotas, donde vemos desde las precarias condiciones en que vivieron su infancia los hermanos Marx hasta sus muchas correrías cinematográficas.

Entre la balacera de ocurrencias, sátiras, chistes y diversas muestras de divertimento, Marx no deja de analizar con total soltura al país que le tocó vivir. Generalmente la censura no revisa al humorista, ¿o será que suele ser incapaz de percibir la crítica cuando no es directa o está teñida de amarillo? Habla de la doble moral gringa (niegan la prostitución, pero la ejercen en la clandestinidad, con todas las consecuencias de ese ocultamiento) y del servicio social que hacían los prostíbulos, al menos para los trabajadores itinerantes, como los comediantes y artistas de teatro, quienes viajan casi todo el año sin su familia y quieren huir de la soledad y otras abstinencias. Habla de los abusos de los comerciantes, de pequeña y gran escala, y sus consecuencias en las clases de pocos recursos económicos. Habla de ese peculiar gusto por las mujeres con amplios pectorales, dando cuenta de cómo la sociedad solía tener preferencia por cierta estética y recato y cómo la voluptuosidad se anidó en el pecho femenil, del que “ni siquiera hace falta que sea natural. Debajo del vestido puede haber goma elástica, cañamazo o ambas cosas a la vez. Aparentemente, lo único que importa es que, sea cual sea la sustancia que haya debajo, la blusa sobresalga hasta una distancia inconcebible”. Habla de la manía en poner nombres por las razones más absurdas (uno de los nombres reales de Groucho, Julius, le fue adjudicado pensando en que podría heredar al tío que se creía que era rico –y que murió endeudado–; el otro le fue puesto para no pagar una deuda de la madre). Habla de su familia con una franqueza implacable; muestra cómo todos los hermanos fueron hechura de una madre mitad neurótica, mitad visionaria, y de un padre que era tan mal sastre que los propios hijos evitaban recibir un traje, incluso regalado; por supuesto, incluye a los hermanitos, flojonazos vividores que acabaron de actores por una más de las ocurrencias de la madre que no sabía qué hacer con esa caterva de negados para el trabajo, pero que eran capaces de conseguir mujeres incluso a media función, para luego terminar la cita en una guerra de naranjas y salir huyendo entre las patadas del propietario del lugar. Habla de los doctores y sus abusos descarados. Sin falso pudor, habla de cómo estuvo un tiempo en Hollywood sólo por obtener dinero, no tanto por importarle la calidad de las películas. En fin, la maravilla no es que hable de muchos temas importantes, sino que lo hace sin piedad y con humor innegable. A pesar de ser un libro de largo aliento, el efecto anímico en el lector no decae.

Memorias… es una suerte de extensión, apenas distinguible por la ausencia de temas de la familia Marx con tanto detalle como en el primer texto, pero de nuevo aborda temas esenciales del vivir gringo: la desaprobación social de la “desviación sexual”; o el matrimonio y las divagaciones cotidianas que de tal institución emanan, como el marido infiel que aplaca su conciencia con carísimos regalos y establece que tal vez su esposa no aprobaría su actuar, pero al menos está mejor atendida que las esposas de maridos fieles que nunca les dan regalos. Menciona su precaria postulación para vicepresidente y la esperanza de su manager para que así mantenga la boca cerrada.

Al final de Groucho y yo, relata el autor que al ser detenido por una admiradora ésta le dijo: “No se muera, se lo suplico. Siga viviendo para siempre.” Sin duda, en el cine y la literatura, el hombre del bigote y el puro lo ha logrado.