Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 25 de marzo de 2012 Num: 890

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Martí y la emancipación humana
Ibrahim Hidalgo

La literatura como medicina
Esther Andradi entrevista
con Sandra Cisneros

Fantasía y realidad en
La edad de oro

Salvador Arias

A 130 años de Ismaelillo
Carmen Suárez León

La fundación del pensamiento latinoamericano
Pedro Pablo Rodríguez

Breve nota para Moebius
Xabier F. Coronado

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Germaine Gómez Haro

Dr. Atl: paisajista monumental (I DE II)

En el Centro Cultural Universitario Tlatelolco se presenta hasta el mes de abril la magna exhibición retrospectiva Dr. Atl. Obras Maestras, que reúne alrededor de doscientas piezas, entre pinturas, dibujos, bocetos y una serie de documentos que registran el vasto universo artístico e intelectual del prominente pintor, vulcanólogo, investigador y escritor que supo captar el paisaje mexicano desde su esencia más intrínseca. La última gran exposición de este reconocido artista tuvo lugar en 1984, paralelamente en el munal y en el Palacio de Minería, por lo que esta muestra significa toda una revelación para las jóvenes generaciones, quienes habrán de descubrir en Gerardo Murillo un fascinante personaje de espíritu rebelde, innovador y experimentador que va mucho más allá de las fronteras del excelso pintor que fue. Un creador cabalmente “moderno” acorde con los tiempos de cambios turbulentos y de posterior "renacimiento” que le tocó vivir.

Gerardo Murillo nació en 1875 en Guadalajara, Jalisco,  temprano se trasladó por razones familiares a Aguascalientes y regresó a la capital tapatía en 1895 para estudiar pintura. En 1897 obtuvo, por conducto de su amigo el arqueólogo Leopoldo Batres, una beca del gobierno de Porfirio Díaz para viajar a Europa a proseguir sus estudios de arte. Allá se interesó por la investigación de los frescos italianos y cursó las cátedras de Filosofía y Derecho penal. Se dice que durante su estancia en París, y a raíz de presenciar una insólita tormenta, se le ocurrió cambiar su nombre a Atl, término nahuátl para “agua", y fue su amigo el poeta argentino Leopoldo Lugones quien lo exhortara a agregar a su nuevo mote el “Dr.” para hacerlo aún más interesante. Gerardo Murillo –ya en su personalidad de Dr. Atl– regresó a México en 1903, justo a tiempo para ser testigo y protagonista de los cambios turbulentos que sacudieron a nuestro país y lo forjaron como una nación moderna a partir de la segunda década del siglo.

El Dr. Atl es considerado precursor del muralismo mexicano –se inició en este género en 1908 en la Sala Olavarrieta de la Academia de San Carlos y en 1921 en el edificio de San Pedro y San Pablo, ambos espacios posteriormente destruidos–, aunque en Italia ya había incursionado en los muros de una villa, pero más bien fue un pintor de mirada colosal que no se interesó tanto por cubrir grandes superficies, como por plasmar la monumentalidad del paisaje mexicano en un lenguaje inédito y cabalmente moderno. Con excepción de sus murales para el Casino de la Selva, realizados al final de su vida, más bien se centró en la pintura de caballete, la cual, como podemos apreciar en esta muestra, tiene una fuerza demoledora que trasciende los vagos conceptos de pintura mural y aun de caballete, como si las dimensiones fueran un elemento determinante.

La muestra da inicio con una serie de paisajes realizados en los albores del siglo XX, incluyendo la reproducción de un autorretrato fechado en 1899 que le valió el 2º Premio del Salón de París de 1900, pintura que actualmente está perdida. Si bien los paisajes tempranos denotan todavía un acartonamiento en el trazo de las formas de la naturaleza y una experimentación con los materiales aún no resuelta, esta obra ya preludia lo que será más adelante su dominio en el género, ejemplificado con otros autorretratos de diversas épocas y los sobrecogedores retratos de su deslumbrante y enigmática amante Carmen Mondragón, mejor conocida como Nahui Ollin. En esta época se percibe su gusto por el uso del pastel, que lo llevó a la experimentación de un sinfín de materiales hasta la creación de sus famosos Atl colors, unas barras de color con pigmentos, resinas, ceras y copal que le permitieron la superposición de planos y esa calidad cromática vibrante que caracteriza sus lienzos. Estos noveles paisajes trasminan las influencias del postimpresionismo de principios de siglo y del divisionismo italiano –salta a la vista Segantini–, así como la huella del gran maestro de la estampa japonesa de la Escuela de París, Hokusai, a quien rinde homenaje en la pintura de una majestuosa ola, la cual, desde mi óptica, no logró tan venturosos resultados. Sin embargo, con Hokusai también comparte el amor por los volcanes y en 1912 los recrea con sublime expresividad, como podemos ver en los hermosos esténciles reunidos en una carpeta titulada Les volcans du Mexique, puntualmente exhibidos en la muestra al lado de una serie de pinturas también de volcanes, éstas de pequeñísimo formato, que le servían como “bocetos” para presentar sus proyectos, y las cuales, en su reducido tamaño, consiguen sin embargo expresar la fuerza telúrica que sacude al espectador en sus obras monumentales.

(Continuará)