Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 25 de marzo de 2012 Num: 890

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Martí y la emancipación humana
Ibrahim Hidalgo

La literatura como medicina
Esther Andradi entrevista
con Sandra Cisneros

Fantasía y realidad en
La edad de oro

Salvador Arias

A 130 años de Ismaelillo
Carmen Suárez León

La fundación del pensamiento latinoamericano
Pedro Pablo Rodríguez

Breve nota para Moebius
Xabier F. Coronado

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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A 130 años de Ismaelillo

Carmen Suárez León

Ismaelillo, el libro de versos publicado por José Martí en 1882 (Nueva York, Imprenta de Thompson y Moreau), además de ofrecer la perspectiva palpitante de la lectura de sus quince composiciones, abre ante el lector la posibilidad de estudiar también un cuerpo de textos martianos que echan mucha luz sobre la historia de su propia escritura. Apuntes, cartas y dedicatorias del poeta cubano se refieren a la concepción y propósitos de este poemario que terminó figurando entre los libros fundadores del modernismo hispanoamericano.

Entre los apuntes del autor correspondientes a los años 1880 y 1881 encontraremos reflexiones que nos demuestran todo el proceso subjetivo según el cual nacen sus versos a su hijo ausente. Esas meditaciones ilustran, por un lado, los estados psicológicos martianos (lejanía, dolor, desgarramiento familiar), y por el otro, cómo opera su genio poético, que va creando los versos con curiosa autolucidez, consciente de que las visiones se le transforman en imágenes. Aunque analítico de sus propios procesos de creación, no podía comprender del todo que era el nacimiento de la poesía moderna en lengua española lo que se operaba bajo su pluma. En carta a Vidal Morales y Morales de julio de 1881, anota: “Ni se parece a lo demás que he hecho. Fue como la visita de una musa nueva. Y ya estoy avergonzado de ver esta sencillez en letras de imprenta.”

Pero tiene algunas certezas que resultarán definitivas en su poética. En sus apuntes hay una defensa de Ismaelillo, de su lenguaje novedoso –que usaba al mismo tiempo de las recientes técnicas francesas y se sumergía en la tradición literaria española, refuncionalizando sus elementos–, alegando un esfuerzo de renovación consciente y legítimo: “¿Mi objeto? –No se me calumnie, diciendo que quiero imitar nada ajeno; mi objeto es desembarazar del lenguaje inútil a la poesía: hacerla duradera, haciéndola sincera, haciéndola vigorosa, haciéndola sobria; no dejando más hojas que las necesarias para hacer brillar la flor. No emplear palabra en los versos que no tenga en sí propia, real e inexcusable importancia.”

Este principio de ajuste entre lo que Martí llama “frase y pensamiento” es esencial para todo su pensamiento estético y es uno de los presupuestos que fundamentan la poética moderna, uno de cuyos postulados formula la necesidad de armonía y de adecuación entre la forma y el contenido. Y si Martí, tan informado de las novedosas literaturas de su época, es sorprendido por la llegada de esa “musa nueva”, más escandalizados resultaron los otros. Después de recibir el ejemplar enviado por Martí, Vidal Morales y Morales lo entregó a Carlos Navarrete y Romay para que lo reseñara. Y Navarrete anota: “Devuelvo el Ismaelillo por si otro amigo logra descifrarlo […] no puedo juzgar lo que no entiendo.” Semejante honestidad crítica sigue con una reflexión que enlaza a Martí nada menos que con Wagner, tan admirado luego por los simbolistas: “…versifica [Martí] con notable soltura y realmente produce cierta música que embelesa: desgraciadamente parece que andando el tiempo habrá –poesía del porvenir–, de difícil comprensión en las primeras lecturas. Puede que Martí sea el precursor del Wagner literario”.

La incomprensión del crítico cubano viene acompañada por una clara intuición que coloca a Martí en la vanguardia de su tiempo, aun expresando su pesar por el fenómeno que no comprende, advirtiendo que se trataba de una poesía nueva, en la que símbolo y música se entronizan en la escritura, haciendo de la sugestión y la alusión las más legítimas formas de la creación poética. Otra de las certezas martianas en cuanto a Ismaelillo, y que vale para toda su obra, es aquella que escribe en una carta de 11 de agosto de 1883 a Manuel Mercado: “En mi estante tengo amontonados desde hace meses toda la edición –porque como la vida no me ha dado hasta ahora ocasión suficiente para mostrar que soy poeta en actos, tengo miedo de que por ir mis versos a ser conocidos antes que mis acciones, vayan las gentes a creer que sólo soy, como tantos otros, poeta en versos.”

Junto a ese principio de la acción poética humana, Martí creía en la necesidad de una nueva literatura para Hispanoamérica, y de un lenguaje moderno en condiciones de expresar la subjetividad original del hombre de nuestra América. Y sabía que las innovaciones necesitan tiempo para ser aceptadas y legitimadas, y lo anota con deslumbrante precisión en su dedicatoria de Ismaelillo al amigo argentino, escrita en noviembre de 1893: “A Carlos Aldao, para de aquí a unos cuantos años –su amigo José Martí.”

Y así fue, Ismaelillo, apreciado por unos pocos, como José Asunción Silva, abrió los ópalos de su lengua, su fineza polisémica. Hoy pensamos que Ismaelillo, ese tierno e invencible guerrero que Martí quiso ver en su hijo, tiene un registro simbólico que puede cubrir desde las nociones de padre e hijo hasta las de héroe y pueblo, las de vida y obra, bien y mal, toda una relación de batalla, de combate vital donde el único triunfo es el del amor.

Acudió el poeta cubano a la recuperación de antiguas formas métricas, vivas en el romancero, como la seguidilla y los romancillos, poniéndolos de nuevo a circular en la poesía de la lengua modernizados por su ritmo y sonoridad sorprendentes. El lenguaje recupera el lenguaje del torneo medieval, el decir galante del caballero, así como giros sabrosos de los Siglos de Oro, para expresar poéticamente las complejas relaciones intersubjetivas del padre con el hijo en un contexto moderno. Junto al uso de palabras como “caballero”, “rey”, “estandarte”, “mandobla”, aparecen, en igualdad de condiciones, los vocablos coloquiales y humildes como “rollizo”, “robusto”, “amansa”.

A 130 años de publicado, Ismaelillo sigue siendo una de las fiestas mayores que la literatura en lengua castellana nos ofrece.