Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 18 de marzo de 2012 Num: 889

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora Bifronte
RicardoVenegas

Monólogos Compartidos
Francisco Torres Córdova

Cinco décadas contra
la ignorancia

Paula Mónaco Felipe entrevista con Manuela Garín Pinillos

Despedirse de Livinus
Roger van de Velde

La farsa
Luis García Montero

Una canción para
la noche nigeriana

Emiliano Becerril Silva

Los 45 de Cien años
de soledad

Luis Rafael Sánchez

Fin de la migración mexicana
Febronio Zataráin

Leer

Columnas:
Señales en el camino
Marco Antonio Campos

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Galería
Enrique Héctor González

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
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Francisco Torres Córdova
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Tam tam

Hay palabras que no fueron, que no alcanzaron en el aire la fina redondez de la garganta, la extensión sinuosa y fuerte de la lengua, el borde riguroso de los dientes; que se quedaron suspendidas en un hueco de ideas y labios entreabiertos y se disolvieron en una pausa del aliento, en la cima vital de un impulso quebrado, separado de la voz por la sorpresa, el desconcierto, la revelación o la violencia. En medio del ruido de palabras maltratadas, machacadas y rotas por el peso de la repetición incesante y la mentira de campañas, propagandas y discursos; en medio de los excesos verbales del consumo y las torcidas vanidades del poder, esas palabras que no fueron son al final más precisas y elocuentes: son el rostro puro, el cuerpo quieto, perplejo o sereno ante lo íntimo inefable, ante lo público desnudo. Palabras sin viento ni talones para respaldar su impulso; sin eco ni cielos alumbrados para navegarse entre los puntos cardinales del lenguaje. Y sin embargo, si se miran bien –porque no se oyen– o si nos rozan la frente o el dorso de las manos por azar en severas noches de insomnio o en suaves duermevelas a pleno mediodía, dejan el silencio inquieto, alerta, esperando, cargado de su ausencia, de la humedad de su sentido. Será que son otra cosa, que es otra su naturaleza y otra la boca en la que suenan, tal vez la que se forma con sólo un movimiento de la mano recortado por la luz sobre una cabellera, una rodilla que se abre gozosa en la danza de los cuerpos, o el sueño de una niña de tres años, dos meses, cuatro días y una hora que inunda la habitación con el leve chasquido satisfecho de sus labios;  el largo y devoto beso de dos adolescentes o, en uno de ya tantos extremos que se nos van tramando en horizonte, el dolor ciego en la lúcida mirada de un enfermo a la intemperie;  lo negro en los ojos negros de una niña, otra, que no conoce el blanco de la leche y sí la mancha amarillenta de la nada en la vasta superficie del despojo. Será que su materia nos rodea así para decirse así, como se dice el rumor de una caricia, el otro lado de un grito;  como se muestra lo que es claro y evidente y lo que nos queda lejos y tanto resuena su distancia que nos pasma y enmudece. Será que es ahí donde también se pierden o disuelven las palabras del poema, que sólo así se cumplen hondamente, y entonces se puede, ocurre el aliento de la música, esa su absoluta cercanía que inaugura con un soplo de sonido organizado, cómplice de todo lo que queda lejos de la lengua, a la orilla –o tal vez en el centro mismo– del sentido y su corriente primigenia. La música que vela con rumores de semilla en las cosas vivas y en las muertas se dilata y sueña; que sabe del silencio, el más antiguo, como sabe de sí misma. Ese tam tam del corazón. Y antes, del agua. Y antes, del tiempo.