Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 11 de marzo de 2012 Num: 888

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Atelier Bramsen,
museo vivo

Vilma Fuentes

Tomóchic o la victoria
de la realidad

Ignacio Padilla

¡Qué darían por se
tan sólo un árbol!

José Pascual Buxó

El abecedario Mafalda
Ricardo Bada

Casi medio siglo
de Mafalda

Antonio Soria

Pistorius y el sprint vital
Norma Ávila Jiménez

Leer

Columnas:
Prosa-ismos
Orlando Ortiz

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Alonso Arreola
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Notas de Mali (I DE III)

Iniciamos nuestro viaje a Mali pisando París. Asunto: un par de vacunas y el trámite de la visa en el consulado del país africano. Esperando pacientemente a que el responsable de ventanilla regrese de un muy largo almuerzo, el sonido de la lengua bambara empieza a rebotar en el oído. Numerosas articulaciones oclusivas y fricativas; pausas esporádicas; arrebato e interrupción entre animados interlocutores. Mucho ritmo. Eso: ritmo. Algo que comprobaremos días después, tomando cerveza en el Camello Durmiente, hostal a la vera del río Níger en Bamako, cuando entre varios personajes locales trabamos plática con Tina, percusionista eslovaca que estudia djembe en el Instituto Cultural de Mali. Gracias a ella conoceremos a dos grandes maestros.

Madu toca el djembe mientras Lamin lo acompaña con el songba (hermano intermedio entre el más grave dundun y el más agudo kinkini), tambor largo con doble parche golpeado por un hueso curvo. Se nos pide repetir un patrón simple en el que se emplean tres tipos de contacto: bajo (con la palma al centro del cuero), tonique (con la palma fuera del perímetro y los dedos en la orilla) y clique (como el anterior pero causando un rebote que provoca armónicos). A pocos metros de distancia, en pleno jardín del instituto, una mujer yace recostada sobre el pasto amarillento. Se ve enferma. Su hijo, que apenas camina, la rodea jugando. El olor de carne quemada y heces también nos acompaña. Los restos de fogatas y cabras que nos circundan parecen no alterar el curso de la tarde. Comenzamos a comprender este lado de las cosas.

A diferencia de mucha música europea y americana, la de África apuesta por los tresillos, las síncopas y las dislocaciones acentuales. Allí donde nosotros pensamos que vive el tiempo fuerte de un ritmo, los malienses escuchan un contratiempo débil; allí donde sentimos que empieza la vuelta, ellos la van terminando. Con un solo tambor, como aprendemos hoy, la complicación no es tanto mecánica como sensorial. Las manos duelen y el centro de gravedad se mueve. Sudamos por el calor, pero también por la hipnótica frustración de un acto que pone a prueba nuestros años estudiando músicas aparentemente más complejas. Sólo a ratos sentimos que participamos del flujo y el maestro sonríe regalándonos su complicidad. Se trata, efectivamente, de comprender e imitar con una elevada conciencia sobre el pulso principal de la música llevado por el pie, pero sobre todo se trata de sentir y dejarse ir. Una rara combinación entre “teoría” y naturalidad.

Luego de que logramos tocar el primer ritmo con alguna solvencia, pasamos a otro más difícil. De vuelta a las repeticiones entre los bocinazos de las –literalmente– miles de motocicletas chinas que a corta distancia cruzan el Puente de los Mártires despidiendo una nube de gas que se combina con la arena traída por los vientos del norte. El niño sigue rodeando a su madre. Madu y Lamin le gritan a alguien para que traiga té. Pasamos a una nueva combinación de patrones impulsada por extrañas anacrusas. Han transcurrido casi dos horas. Entre un ejercicio y otro nos hemos detenido para fumar, pues resulta inconcebible que un hombre de estas tierras esté sin un cigarro en la mano (no las mujeres, pues la mayoría de las que fuman al sur del Níger son prostitutas, según se nos ha explicado).

La lección termina cuando Tina, la eslovaca, llega para tomar su clase. Nos enteramos entonces de que por la noche habrá un concierto en el Wasamba, un bar para gente de Bamako en el que se presentará Saramba Kouyaté, contante griot que este año será parte del Festival Sur le Niger, al que nos trasladaremos en dos días. Nos dicen que es muy distinto escucharla en la intimidad. Queda acordada nuestra cita nocturna, cuando todo cambia en este sitio donde la consigna es sobrevivir un día más hasta que llegue la noche y, con ella, sus cantos. Aquí las cosas tienen sentido viendo al pasado, a la historia de los apellidos y las familias notables que en voz de los elegidos vuelven a darle vida a un presente que no se ocupa del futuro.

Gente amable y sonriente, la de Mali no relaciona la basura ni su forma de conducir, talar árboles o contaminar con la buena educación. Es consecuencia inevitable de lo cotidiano y nada más. No guarda conexión con el porvenir. Para la gran mayoría no existen ligas entre la desaparición de árboles y la veloz desertificación que amenaza la vida del Níger, frágil vena en la que diariamente se vierten desechos tóxicos. Pero esa es otra historia. Hay que alistarse. Lo que pasará en la noche será intenso, conmovedor.

(Continuará)