Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 4 de marzo de 2012 Num: 887

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora Bifronte
Jair Cortés

Con qué cara
Yorgos Yeralis

Julio Torri: la sutil elegancia de la brevedad
Enrique Héctor González

Ladridos en la Torre
de Babel

Agustín Escobar Ledesma

Karel Svenk, esteticismo
y esperanza

Irena Chytrá

Las huellas de la memoria
Miguel Ángel Muñoz entrevista con Antoni Tàpies

París d’Antoni Tàpies
Pere Gimferrer

Egon Schiele y las expresiones del cuerpo
Anitzel Díaz

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
Javier Sicilia

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Galería
Rodolfo Alonso

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Miguel Ángel Quemain
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El viaje interior de Tina Arteaga

El viaje de Tina, de Berta Hiriart, en versión y dirección de Alicia Martínez Álvarez, es la historia de una familia que sobrevive a la metamorfosis de su identidad a lo largo de un viaje iniciático, de un país que nada les ofrece, que pareciera que les ha arrebatado todo, a otro donde lo suyo ha sido transfigurado por la fusión de dos culturas que se comunican a través de una lengua que está permanentemente amenazada por el olvido.

Hay un pueblo que se deja atrás y un camino que se elabora momento a momento, al modo de una gran crónica de viaje, como si se tratara de un dramaroad o, mejor dicho, de un flowerroad, porque es un camino que se traza con flores de zempazúchitl para que los muertos no pierdan el camino rumbo a ese sueño que la dramaturga no le reprocha a esa familia que decidió abandonar su suelo. Tina es el eje de una identidad primordial, fundadora, pero tampoco niega la cultura a la que sus parientes se suman y que los estructura.

Berta Hiriart propone una dramaturgia de enorme riqueza y complejidad, desconoce los maniqueísmos y traza un conjunto de dilemas que muestran la entereza, la moralidad y la constitución cultural de unos personajes que no lo han perdido todo: que cuentan con el instrumental para perseverar en la memoria y defender lo suyo, lo que está con ellos (sus atadillos, su modesto equipaje) y lo que está más allá (sus muertos pero también sus parientes ya avecindados e instalados al otro lado) hacia una identidad nueva, expresión compleja que no admite la comodidad de las etiquetas.

La riqueza dramatúrgica también se levanta como una poderosa reflexión sobre las diferencias y las semejanzas culturales, sociales y políticas. Hiriart no condena sino acompaña los tránsitos vitales de los personajes y distingue dos mundos estructurantes sin negar su validez.

Es imprescindible pasar revista al extraordinario trabajo de conjunto: conmueve la música que compuso el desaparecido Eugenio Toussaint expresamente para esta puesta que le fue revelada en términos sonoros. Si uno se decidiera por “escuchar” este fino montaje, la coherencia sería una de sus principales virtudes. Se escucharía una especie de musical, la construcción de un camino musical lleno de colores verbales con esa nasalidad fascinante detrás de la máscara.

Griselda Ashari Martínez encarna a Don Zeferino el de la marimba; ¿cuál otro Zeferino puede ser? Se trata de una musicalidad eje que se acentúa tanto en el ambiente como en el personaje. Pero también se erige para contener los múltiples momentos planos de matices y minucias que vemos en arco iris sobre las telas, el piso y el ciclorama donde el color es otro elemento fundamental, sobredeterminado con los sentimientos y avatares de la familia Arteaga rumbo a los yunaites.

Todo esto es resultado del trabajo de iluminador (¿no es la luz una forma de pintar sobre el cuerpo, el gesto y el espacio?) que realizó Jorge Kuri y que está bellamente trenzado con la pintura escénica que le debemos a Paola Rendón; con el vestuario que diseñaron Adriana Olivea y Marte Synnevaag; con la creación de máscaras de Alicia Martínez Álvarez y Felipe Horta.

Esta concepción no sería posible sin el trabajo continuado a lo largo de dos décadas del Laboratorio de la Máscaras, que requiere un gran entrenamiento y disciplina actoral. Los actores que se han decidido por esta forma de la modestia que construye la máscara, que exige del cuerpo un enorme temple y expresividad, fue una labor a la que contribuyeron con su entrenamiento Robert Liethoff, Martín Pérez y Pilar Villanueva. Es importante acreditarlos porque el cuerpo es una matriz gestual que modela y es modelada por la palabra.

La máscara define una gestualidad matricial que esboza un personaje, pero que fundamentalmente crea un conjunto, un grupo, una sociedad, un paisaje emocional y humano bajo la batuta de Alicia Martínez, quien cuenta con un instrumental muy bien afinado en las voces y los cuerpos de su compañía.

Es un teatro que se llama infantil porque lo pueden ver los niños, es decir, un conjunto de sujetos que todavía no poseen la densidad de la cultura pero que son capaces ya de pensar el mundo como el lugar de las metáforas, de aquellos que empiezan a aprender que la palabra designa una cosa y al mismo tiempo otra, que la palabra es algo que tiene lugar donde los objetos que nombra son huidizos, o inmensamente pesados y hay que aligerarlos con un adjetivo, una analogía, una comparación. Un viaje que vale la pena acompañar los sábados y domingos en el teatro El Galeón.