Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 4 de marzo de 2012 Num: 887

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora Bifronte
Jair Cortés

Con qué cara
Yorgos Yeralis

Julio Torri: la sutil elegancia de la brevedad
Enrique Héctor González

Ladridos en la Torre
de Babel

Agustín Escobar Ledesma

Karel Svenk, esteticismo
y esperanza

Irena Chytrá

Las huellas de la memoria
Miguel Ángel Muñoz entrevista con Antoni Tàpies

París d’Antoni Tàpies
Pere Gimferrer

Egon Schiele y las expresiones del cuerpo
Anitzel Díaz

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
Javier Sicilia

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Galería
Rodolfo Alonso

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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La evolución de la lengua española

Raúl Olvera Mijares


Los 1001 años de la lengua española. Tercera edición, algo
corregida y muy añadida,

Antonio Alatorre,
FCE,
México, 2011.

Más de dos décadas han pasado desde la primera edición de Los 1001 años de la lengua española (1979), cuyo título hace alusión a varias cosas: en primer término, trae a la memoria de una colección de cuentos árabes; en segundo lugar, pone de relieve un hecho fundamental, hace más de un milenio ya se hablaba el iberorromance. La intención del autor no podía ser más clara: no pretendió aderezar obra para eruditos filólogos, sino para todos aquellos curiosos lectores que se interesaran en adquirir una visión panorámica acerca del desarrollo de la lengua española a partir de sus momentos o paradigmas literarios más destacados. A ratos el lector no sabe si tiene entre manos una historia del idioma o de la literatura propiamente dicha escrita en castellano. Lejos de exclusivis mos y provincialismos mal entendidos, el español actual es una de las lenguas europeas con mayor número de hablantes, sobre todo, si se suma el total de las heterogéneas poblaciones de los países de la América hispánica.

Antonio Alatorre Chávez (1922-2010), autor de esta obra, es sin duda alguna uno de los nombres más destacados en el terreno de la filología hispánica, un estudio iniciado como tal a principios del siglo xix con Bartolomé José Gallardo y su Ensayo de una biblioteca española de libros raros y curiosos, a quien le siguieron Marcelino Menéndez y Pelayo, Ramón Menéndez Pidal, Amado Alonso y Raimundo Lida. Esta es, poco más o menos, la cadena académica que conduce hasta nuestro autor, quien se propuso no precisamente pergeñar una obra para entendidos, sino un libro incluso ameno destinado a todos aquellos que, por profesión o simple devoción, se hallen deseosos de conocer algo más sobre la historia de nuestra lengua. Alatorre es sumamente modesto, realista o precavido y refiere a otras obras, la Historia de la lengua española (1941), de Rafael Lapesa, o bien la inmortal Orígenes del español (1956), de Ramón Menéndez Pidal, a aquellos que deseen profundizar más en la materia.

Varios autores de los Siglos de Oro vivieron o incluso nacieron en México, como Juan Ruiz de Alarcón, sor Juana Inés de la Cruz (entre los siglos XVII y XVIII), Gutierre de Cetina y otros más en Perú, Cuba o Santo Domingo. Los vínculos entre la metrópoli y las provincias remotas del imperio jamás se vieron disminuidos. El español es una y la misma lengua de este o del otro lado del Atlántico. La novedad que representó el modernismo, con la poesía del nicaragüense Rubén Darío, fue aceptada por los miembros de la generación del ’98 y la del ’27, con las cuales arranca en España el siglo XX. La fuerza expresiva y la corrección lingüística de escritores hispanoamericanos, como Alfonso Reyes, Jorge Luis Borges, Alejo Carpentier o más recientemente Gabriel García Márquez, es imprescindible para entender la evolución de la lengua hasta nuestros días.


El infiel desconsuelo

Edgar Aguilar


Cuentos infieles,
Lorenzo León Diez,
Lectorum,
México, 2011.

El título del libro sugiere tal vez una selección de cuentos a partir del amor y el deseo en su variante extraconyugal. Esto, sin embargo, es mera cuestión apreciativa. Lorenzo León Diez acierta y logra en los primeros relatos introducirnos en ese campo minado que es la infidelidad, en sus goces y atributos (submundos que yacen en la otra realidad del cuerpo) y en sus pesares, como la sospecha siempre latente de que a uno le toque ser el cornudo, mirando con el rabillo del ojo a quien se tenga al lado en la cama.

No así el conjunto del libro. Si bien es cierto que algunos cuentos responden a la idea más o menos consabida de lo que comúnmente entendemos como tener una aventura, poseer una amante, o participar, si no en una orgía, por lo menos de una saludable triada con nuestra pareja sentimental, las historias se distancian de este terreno para mudarse a una especie de exaltación amatoria, rebuscada y confusa, donde el vacío, la soledad, los celos y la añoranza, ciertamente, con su buena carga de erotismo a veces pletóricamente elaborado, muestran su cara más descarnada y, al mismo tiempo, desconsoladora. 

La fórmula empleada por Lorenzo León para ello es similar en la mayoría de los casos: confesiones de amigos de cantina (o de interlocutores involuntarios, como el pasajero que escucha la relación de hechos de un taxista acerca de una señora pasajera que le solicita “el favor”) sobre sus ora truculentos –aunado a su carácter social y moral que reprueba la adicción a lo placentero– ora afortunados pero siempre gozosos encuentros pasionales. El azar y la suerte, parece guiñarnos Lorenzo León, deben intervenir para que el acto amoroso culmine felizmente, de otro modo hay riesgo de no salir muy airosos. 

No se comprende el porqué de tanta glotonería en algunos personajes. Y no me refiero a glotonería sexual, que sería quizá lo más indicado, sino a la desmesurada atención que por momentos se le brinda a la comida. En “Berenice y el mar”, por ejemplo, el pretendiente, a la par de las constantes visitas que hace al café del puerto, seducido por Berenice, no se harta de contarnos lo mucho que come y bebe: “Entonces arribábamos a los cafés expresos, los pasteles de zarzamora y queso, fresa, maracuyá, chocolate, mango, manzana y siempre unas empanadas de piña que imaginaba tenían el sabor de los labios de Berenice.” Por lo visto, a este enamorado le puede faltar todo menos el apetito.

El lenguaje es un arma de doble filo. O hace la historia más digerible o la vuelve más engorrosa. Los límites entre lo poético y lo narrativo no deben, en efecto, por qué estar peleados, ni tienen por qué ser un obstáculo para el desarrollo de la misma. Da la impresión, no obstante, de que el lenguaje en León Diez sobrepasa significativamente la trama, quedando ésta relegada a un segundo término. “Mapa secreto”, el último relato, es un extenso y tedioso canto de desconsuelo que poco tiene que ver con el humor y la picardía que acompañan a muchos de los infieles.


Julio Torri definitivo

Miguel Barberena


Obra completa,
Julio Torri (edición de Serge I. Zaitzeff ),
Fondo de Cultura Económica,
México, 2011.

Sorprende de entrada un grueso volumen de 713 páginas de Julio Torri (1889-1970). ¿Se trata del mismo Julio Torri cuya obra –cuatro libritos– cabría en un solo tomo de menos de 200 páginas? ¿Ese mismo escritor coahuilense perteneciente a la estirpe de escritores que no escriben, como el francés Arthur Rimbaud, el italiano de Trieste, Roberto Bazlen,  nuestro Juan Rulfo? ¿El exquisito autor de poemas breves, epigramas, apuntes, aforismos, microrrelatos y fábulas que optó por el silencio?

Así es, y hay que felicitar al investigador canadiense Serge i. Zaïtzeff por ello. Con esta Obra completa, Zaïtzeff culmina treinta años de trabajo, gracias a lo cual tenemos en un volumen prácticamente todo lo que escribió Torri: además de los libros que conforman su obra, separados entre sí por períodos de más de veinte años –Ensayos y poemas (1917), De fusilamientos (1940) y Tres libros (1964–, tenemos sus dos libros póstumos (Diálogo de los libros, 1980 y El ladrón de ataúdes, 1987), el “Epistolario Julio Torri-Alfonso Reyes” y una sección de textos dispersos y no coleccionados como reseñas, ensayos cortos, traducciones, prólogos y borradores.

De esta manera llegamos al Torri de 713 páginas. A esto hay que restar las 92 del prólogo de Zaïtzeff; las 17 del estudio preliminar del mismo Zaïtzeff que ya había servido de introducción a su libro El arte de Julio Torri (1983), y que la valió ese año el premio Xavier Villaurrutia en Ensayo; las 38 de la bibliografía e índice y, si se quiere, una cincuentena de páginas más correspondientes al epistolario con Alfonso Reyes.

Queda así una Obra completa de unas quinientas páginas, que pueden parecer muchas para el minimalista Torri, pero que siguen a nivel de literatura portátil en comparación con la obra torrencial de contemporáneos suyos, como el propio Reyes, José Vasconcelos o Martín Luis Guzmán..

El texto más antiguo que rescata Zaïtzeff data de febrero de 1905, se publicó en La Revista de Saltillo y lleva como título “Werther”. Todo Torri, entonces un muchacho de quince años, ya está ahí: la brevedad –22 líneas–, el género inclasificable (¿poema en prosa, relato corto?), la erudición, el estilo depurado y límpido.

Estamos obviamente ante un joven escritor con un alto concepto de su arte. Su arribo a Ciudad de México, el contacto con la generación del Ateneo de la Juventud, especialmente Reyes y Henríquez Ureña, estimularon el talento, la seriedad y la disciplina del aspirante a abogado, carrera que va haciendo de lado para apasionarse por el mundo de la literatura.

Para 1911, fecha de publicación de “El embuste”, otro de los textos dispersos recabados por Zaïtzeff, Torri es un maestro de la prosa. Para el crítico canadiense, este diálogo entre “el hombre fuerte” y “el hombre débil” es capital en el desarrollo de la literatura de Torri: además de contener los gérmenes de la conocida prosa “De funerales” (de Ensayos y poemas), el autor logra el estilo depurado y esencial que caracterizará su obra, alejándose del lenguaje opulento modernista entonces en boga.

Con la Revolución, los autores más valiosos de esa generación perdida –Reyes, Vasconcelos, Ureña– se instalaron en el extranjero.

Torri se quedó y, como bien lo muestra la relación epistolar con su querido Alfonso Reyes, tuvo que sobrevivir de todo y de nada, mientras creaba una ideología de la brevedad como género literario.

En sus brillantes estudios críticos, Zaïtzeff desmenuza con claridad la obra de Torri, lo coloca en el arranque de la obra breve que luego escribirían Arreola, Monterroso o Borges. Da además otro tipo de luces, al mostrar un ideario sobre la literatura, la amistad, el honor e incluso la misoginia de Torri en sus textos, este Torri devoto de la literatura inglesa, profesor soporífero en el aula, que andaba en bicicleta, jugaba bien al tenis, tenía picosas relaciones amorosas y, sobre todo, que se encerraba en su biblioteca echando de menos la charla con amigos como Alfonso Reyes, mientras se convertía en otro de esos escritores que no escriben.



Los trenes que partían de mí,
Javier Peñalosa M.,
Ediciones Sin nombre/Dirección Municipal de Cultura de Torreón/Fundación para las Letras Mexicanas,
México, 2011.

Chilango y treintañero, el autor de este poemario escribe también relatos, guiones para televisión e historias para niños. En 2009 obtuvo el Premio Nacional de Poesía Enriqueta Ochoa, y una parte del trabajo escritural que le mereció dicho reconocimiento se incluye en este libro, su segundo en el género poético.



Lágrimas sonoras,
Rebeca Mata,
Ficticia,
México, 2011.

Esta otra chilanga, que por su parte cuenta ya con unas diez décadas de experiencia vital, además de la escritura dedica sus afanes a la ejecución del piano y el violonchelo y, como suena obvio, esos conocimientos melómanos la autorizan plenamente para tener a su cargo la sección Música y Cuento en la revista El Puro Cuento. Decantada, como autora, en este género supremo, publicó antes de ésta otra colección cuentística, en 2007, titulada Limbo y otros cuentos.



Lo que te cae de los ojos,
Gabriele Picco,
Seix Barral,
México, 2011.

Traducida del italiano por Lucía Alba Martínez, esta novela del bresciano Picco, quien además de escribir también es artista visual –la ilustración de la portada es de su autoría y hay obras suyas incluso en la colección del moma neoyorquino–, fue ganadora del más reciente Premio Alinovi. La historia aquí contada aprovecha los dos principales talentos de su autor: el gusto por contar las cosas tan sencillo como sea posible, así como la capacidad de resolver, bajo las formas del dibujo, algunas claves narrativas.