Opinión
Ver día anteriorLunes 13 de febrero de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Cuando fracasa una revolución, fracasa un siglo entero
F

ederico Hebbel, según la selección de los Grandes aforistas, de Clásicos Emecé, fue autor de la más grande tragedia escrita, después de Shakespeare, que tiene asegurado un puesto eminente en la historia del drama, fue el autor de la frase con la que encabezo este artículo. La he tenido presente desde hace muchos años y la recordé por enésima vez hace unos días, durante la celebración en Querétaro del aniversario de la Constitución General de la República, en la que el Presidente afirmó que en esta última conmemoración que le corresponde, al término de su sexenio, lo hace con la certeza de que se han cumplido durante su gobierno los principales postulados de la Carta Magna, y mencionó entre ellos la seguridad y la pobreza del pueblo, que supone superados en estos seis años que están por terminarse con la elección del nuevo mandatario el próximo julio.

Pero nunca falta un pelo en la sopa. Resulta que el viernes pasado, La Jornada publica como nota principal las declaraciones nada menos que del propio secretario de la Defensa, general Guillermo Galván Galván, quien afirmó, literalmente, que el crimen organizado (es) una seria amenaza para la seguridad interior, en las actuales circunstancias que vive el país y que en algunas regiones la delincuencia se apropió de las instituciones del Estado.

Lo peor es que es bien sabido que la advertencia del general secretario es absolutamente irrebatible, puesto que corresponde, sin duda, a la realidad que vivimos cotidianamente en el desarrollo de nuestra profesión, o incluso en la vida familiar, ya que nuestros hijos o nuestros nietos no pueden tener una sana diversión, a la que tienen todo el derecho, y que no pueden salir de nuestras casas sin que nosotros estemos verdaderamente preocupados y tensos por los peligros que corren de ser víctimas, en unas horas de ausencia, de las acciones más depravadas de otros jóvenes que buscan también divertirse, pero de otra manera.

Apoyados por narcotraficantes que les proporcionan en los lugares supuestamente establecidos para el esparcimiento, simplemente bailando o escuchando música, mientras son acechadas las jóvenes, por otros muchachos, cuya mentalidad ha sido deformada de tal manera, que se valen de drogas que se les venden en el mismo establecimiento, para, en un acto de cobardía sin nombre, abusar sexualmente de las chicas que, drogadas y sin voluntad propia, no pueden defenderse.

Pareciera que éste no es un acto que corresponda a las autoridades evitar, sin embargo, en un primer análisis de lo que esta cadena de actitudes equívocas, por decir lo menos, implica. En primer lugar, las autoridades delegacionales tendría que explicar a las víctimas y a sus padres ofendidos cómo fue que los dueños de estos establecimientos llamados antros consiguieron abrir sus puertas obteniendo el permiso correspondiente, sin que cumplan con las mínimas condiciones de seguridad para los clientes, muchas veces menores de edad.

Después, habrían de explicar los funcionarios responsables de evitar que se cometan delitos de esta importancia, que pueden cambiar la vida de toda una familia, por qué no se hacen cateos imprevistos, sin avisar a las delegaciones, que están coludidas igualmente con los distribuidores de drogas al menudeo, y que ponen al tanto a los dueños o regenteadores de los antros, de que se efectuará el cateo, el que una vez realizado con la complicidad de muchas autoridades, no sabemos hasta qué niveles. Está claro que sería mejor que no perdieran el tiempo, pues así no encontrarán absolutamente nada violatorio de la ley, y que sirvan las otras y que siga la diversión, pues ya quedan así satisfechos de haber cumplido con su deber. Por supuesto, estas maniobras van siempre acompañadas de una gran publicidad al día siguiente, esperando el aplauso de la sociedad.

Esto sucede, como bien ha advertido el secretario de la Defensa, en todo el país, no sólo en el DF.

Por ello nos referimos a esta clase de delitos, que ciertamente no es únicamente de la responsabilidad de las autoridades, sino también de los jefes de familia, que no han sido capaces de explicar a sus hijos varones que esta acción, no solamente no es materia de aplauso, el que incluso buscan en las redes sociales de Internet descaradamente, sino que el violador debería ser castigado por la ley y por la sociedad en su conjunto, que de esta manera ve limitadas las libertades que se consagran en la Constitución.

Las libertades consagradas en la Constitución van obligadamente de la mano con la seguridad de todos los ciudadanos, pues es en los hechos, para poder disfrutar de ellas, se requiere la existencia real, no maquillada, de la seguridad de tránsito y de uso de los lugares públicos sin correr riesgos que los delincuentes imponen a los ciudadanos, que de esta manera son víctimas de humillaciones y de la comisión de delitos muy graves, que se generan al amparo de la complacencia, ¿o de la complicidad? de las autoridades responsables.

Estos funcionarios viajan por las calles protegidos por escoltas numerosas, que solamente a ellos dan la seguridad debida, una condición de vida normal para todos los ciudadanos, según señala la Constitución, cuyo aniversario se conmemora en el teatro de la República, en Querétaro, donde constituyentes de la talla de Heriberto Jara, Francisco J. Mújica y del propio Venustiano Carranza, dieron cima a la Revolución Mexicana, que se dio por sus propios méritos, las instituciones que ahora se ven amenazadas, y apropiadas por los delincuentes organizados.

De allí que lo dicho por Hebbel en el siglo XIX, tiene ahora tanta actualidad. Cuando estamos celebrando el bicentenario de la Independencia y el centenario de la Revolución, que está a punto de fracasar. Y con ella, muy desafortunadamente para todos los mexicanos, fracasaría un siglo entero. Si no hay seguridad interior válida en la realidad, tampoco la soberanía popular, conquistada con la sangre de un millón y medio de compatriotas, sería una verdad completa, sino una verdad a medias.