Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 12 de febrero de 2012 Num: 884

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Casanova, libertad
y transgresión

Vilma Fuentes

Reflexiones de un
crítico creador

Ricardo Yáñez entrevista con Sergio Cordero

Efraín Bartolomé canta
Juan Domingo Argüelles

Los usos del lenguaje: nombrar para dominar
Clemente Valdés S.

Ígneo
Raquel Huerta-Nava

Musil, El hombre sin atributos y el filisteo burgués
Annunziata Rossi

Pasolini, pasión de poeta
Rodolfo Alonso

Columnas:
Prosa-ismos
Orlando Ortiz

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Pasolini, pasión de poeta

Rodolfo Alonso

Han pasado décadas y su memoria sigue aún encendida. De preguntarnos por qué, tendríamos que acudir a una de sus palabras recurrentes, la que usó en algún título: pasión. Y esa pasión encontró su fuego y su fondo y su forma en la poesía.

Es verdad que ensayo, novela, cine, polémica, crítica, panfleto, ironía e injuria fueron algunas de las muchas apariencias que adoptó su insobornable pasión poética, pero ¿cuál de esos textos-imágenes o imágenes-textos puede alcanzar por ejemplo la densidad cabal, la grave hondura, la dolorosa belleza de sus indelebles versos A las campanas de Orvieto?

No se negó a experiencia alguna, ni se negó a ningún combate. Heredero nada complaciente de una gran literatura y de una envidiable conciencia civil, devolvió al mejor neorrealismo su contacto con las nuevas asperezas en Accatone o Mamma Roma; despabiló a no pocos clericales con su Ruiseñor de la Iglesia Católica, pero también reintegró un profundo sentido místico y humano al mejor cristianismo con El Evangelio según San Mateo; supo recuperar la saludable rugosidad primitiva de los clásicos griegos en su sabroso Edipo Rey; teorizó siempre entre Pasión e ideología; fue capaz de inquietar a un comunismo ya tan poco dogmático como el italiano dialogando fecunda y libremente con Las cenizas de Gramsci. No dejó insulto, ofensa o diatriba sin devolver. Y se sentía fieramente orgulloso de que su propio rostro, de agudos planos cortados a pico con sólida prestancia francamente popular, le diera un parecido con Sekú Turé, entonces presidente de Guinea.

Vio la luz en Boloña, pero sus raíces estaban en el viento. En el viento de Italia, que es África en el sur y Europa en el norte. En el viento del cambio y del nomadismo que obligaron a su infancia los oficios de su padre. Nació en 1922, el año de Trilce y del modernismo brasileño. El año del Ulises y de Tierra baldía, el año de la muerte de Proust. Pero también el año que siguió a la represión del Ejército Rojo contra los obreros revolucionarios de Kronstadt, o el año mismo de la Marcha sobre Roma, aquella caminata ostentosa que dio pie a los veinte años siniestros del fascismo. Su estrella aparecía entonces indisolublemente ligada con la historia, vivida ya no desde las bases sino desde el subsuelo, el humus mismo y a la vez fecundo pero también contradictorio de una inestable y tornadiza frontera entre lo proletario y lumpen, que conocería de primera agua al tener que volver a “adaptarse”, en 1949, a las violentas barriadas plebeyas de Roma, donde torna a arroparlo un dialecto, esta vez urbano y de avería. Porque en su sangre venían bullendo los jugos agridulces, macerados, fermentados, de la lengua friulana, heredada de su madre, nacida en aquella Casarsa donde él también tuvo que refugiarse, en 1943, durante la guerra.

Y ya desde entonces, desde 1940, el joven Pasolini escribe en friulano sus primeros libros, y suya es la intentona de una Academiuta da Lenga Furlana. Si alguien llega a preguntarse qué es una lengua materna, he ahí una respuesta. Y por eso la vida y la obra de Pier Paolo Pasolini están indisolublemente ligadas con la poesía. Mejor dicho, con esa encarnación de una lengua viva que es la poesía lograda.

Porque, a qué se llama dialecto sino a la irrupción orgánica, no controlada ni regimentada, no socializada administrativamente aún, de una comunidad sumergida junto con su lengua. Lo que ello arrastra, hecho luego teoría, aunque en verso, claro, sigue y seguirá siendo para Pasolini una verdad primaria, elemental, en el mejor sentido, tan bellamente bárbara como sanamente fecunda: “Todos juran ser puros:/ puros en la lengua... naturalmente:/ señal de que está sucia el alma.” Y también, magníficamente: “¡La Lengua es oscura/ no límpida –y la Razón es límpida,/ no oscura!” Y más aún: “Son infinitos los dialectos, las jergas,/ el pronunciar, porque es infinita/ la forma de la vida:/ no hay que hacerlos callar, hay que poseerlos...”  

Asesinado en 1975, lo que mantiene vivas las cenizas de Pier Paolo Pasolini es lo mismo que lo hizo ineludiblemente poeta: la conciencia visceral de que la lengua es un organismo vivo, en combustión, activo, que gasta y que consume, que vive y muere, hecho a la vez de sublimaciones y detritus, pura y feroz materia nunca inerte, como la vida misma, gran mar nutricio y a la vez devorador, matriz y forma inevitable de la humano, lengua viva en los hombres, de los hombres, por los hombres.

A las campanas de Orvieto
Pier Paolo Pasolini

Signo del único dominio, de la miseria
     absoluta: ¿por qué entonces tan inciertas, múltiples,
sonáis, campanas, en la mañana dominical?
     Al tren detenido, a la estación blanca y bañada
de esta ciudad, quieta en su viejo silencio,
     traéis, fresquísimo, un espasmo de vida.
Casas, alrededor, apartadas, caminos, palacios, prados,
     pasos a nivel, canales, campos neblinosos,
son la materia, no de vuestro fugaz, intacto sonido,
     sino de una íntima y eterna dulzura vuestra...
¿Quiere decir que en el fondo del despiadado poder
     hay un miedo vital, en el fondo de la resignación
un poder misterioso, y feliz, de vida?

Versión de Rodolfo Alonso