Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 12 de febrero de 2012 Num: 884

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Casanova, libertad
y transgresión

Vilma Fuentes

Reflexiones de un
crítico creador

Ricardo Yáñez entrevista con Sergio Cordero

Efraín Bartolomé canta
Juan Domingo Argüelles

Los usos del lenguaje: nombrar para dominar
Clemente Valdés S.

Ígneo
Raquel Huerta-Nava

Musil, El hombre sin atributos y el filisteo burgués
Annunziata Rossi

Pasolini, pasión de poeta
Rodolfo Alonso

Columnas:
Prosa-ismos
Orlando Ortiz

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
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Germaine Gómez Haro

Pintura reciente de Armando Romero

“Vivimos en el mundo de la reproducción total, el original ya no existe”, se lee en una de las pinturas de Armando Romero (México, DF, 1964) que integran su exposición recién inaugurada en la Casa Lamm titulada Santos Recórcholis, expresión extraída del lenguaje coloquial del cómic que, de entrada, cumple con el objetivo de provocar la sorpresa, ingrediente que permea toda la obra pictórica de este artista que se regodea con la “reproducción” de imágenes emblemáticas de la historia del arte e iconos de la cultura popular del cómic. ¿Qué habría de sorprendente en pinturas que revisitan a los grandes maestros y retoman los lugares comunes del imaginario popular cotidiano? Son varias las herramientas formales y conceptuales de las que Romero echa mano para crear un universo pletórico de ambigüedades en el que se entreveran la ironía, el humor, la parodia y la irreverencia en pinturas cargadas de signos y sugerencias. Tras más de una década de ausencia en espacios de exhibición en nuestra ciudad, Romero regresa al escenario mexicano con una obra que ha madurado de manera asombrosa en su oficio, discurso temático y belleza formal, a partir de la última muestra que se presentó en esta ciudad en 2000, Las nuevas tentaciones de San Antonio, en la Universidad del Claustro de Sor Juana.


Perdido en el espacio

No abundan en la actualidad los pintores cuya preocupación medular se centre en la práctica de las técnicas académicas. Romero es uno de ellos y sus obras, a simple vista, atrapan por la calidad pictórica que resalta por encima de la complejidad de sus composiciones. El espectador se enfrenta a un fascinante juego de trompe l’oeil que ofrece un caleidoscopio de posibilidades en la lectura visual y literal de sus lienzos. Acucioso conocedor de la historia del arte, el pintor toma prestadas muy diversas obras provenientes de maestros reconocidos o anónimos del Renacimiento y del Barroco, las trastoca valiéndose de una técnica impecable y nos presenta lienzos en apariencia sucios y avejentados por el tiempo, en los que conviven la antigüedad y la modernidad mediante la superposición de las imágenes clásicas magistralmente reproducidas y los personajes extraídos del cómic o de las series de televisión plasmados a manera de stickers, en un acto de aparente vandalización que desacraliza la imagen alterada. Doble trampantojo: las escenas de Ingres, El Bosco, Jordaens, Bassano, Velázquez, Tiziano, devienen telón de fondo sobre el cual destacan personajes, como los Pitufos, Robotina, Periquita, Ultramán, Scooby Doo, entre muchos otros héroes de las caricaturas que funcionan como metáfora del imaginario colectivo de la generación de los sesenta y setenta a la que pertenece Romero. Las reglas de la composición clásica juegan un papel fundamental en estas obras que no dejan de proyectar un aura inquietante: el azar funciona como simple guiño que acentúa este juego de metáforas y sugerencias que, en esencia, resulta mucho más complejo y críptico de lo que se percibe en la superficie. Para Romero, la simbiosis del arte clásico y el popular que conforma su obra es el resultado de los “canales cruzados” que desde su infancia han alimentado su imaginación: de niño pasaba horas hojeando los libros de arte de los old masters, y con el mismo deleite y frescura disfrutaba, como todos los chicos, las caricaturas de la época. De ahí que para él resulte espontáneo y hasta familiar incluir al robot intergaláctico de Perdidos en el espacio en una escena bíblica como la Última cena de Jesucristo. La abolición de connotaciones temporales y contextuales es otra de las características de su lenguaje pictórico, en el que –insisto– la ambivalencia juega un papel fundamental: la solemnidad de las escenas elegidas se desvanece en un abrir y cerrar de ojos cuando el espectador intenta descubrir si Don Gato y su pandilla, Popeye o los animalitos de Looney Tunes están pintados sobre las magistrales reproducciones de los viejos maestros, o son stickers comerciales pegados desenfadadamente sobre la superficie de los lienzos.  “Romero es un mitómano empedernido”, señala J. M. Tasende, su galerista de California; decir mentiras –agregaría yo– es una de las grandes verdades del arte contemporáneo, o más aún, postmoderno: la realidad la tenemos a la vista y el buen arte lo que busca es trastocarla y presentar otra realidad, ésa que libremente se despliega en nuestra imaginación.

Si todavía hay quienes se atreven a sentenciar que “la pintura ha muerto”, esta exposición de Armando Romero testimonia que, felizmente, todavía hay pintura pintura que goza de cabal salud.