Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 29 de enero de 2012 Num: 882

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El caballo de Turín: más allá del bien y el mal
Antonio Valle

Café y revolución
Montserrat Hawayek

Peña Nieto y el Golem
Eduardo Hurtado

La maldición de Babel: Pacheco, Borges, Reyes
y el Tuca Ferreti

José María Espinasa

Eros, Afrodita y el sentimiento amoroso
Xabier F. Coronado

EL SIGLO XIX, inicio
de la era mediática

Jaimeduardo García

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

Juan Domingo Argüelles

Más sobre arte, poesía y pelos

Mi amigo el pintor Carlos Pellicer López me dice, acerca del arte sin pelos: “Me llamó la atención el tema, es de veras curioso. No hay representaciones de Cristo con vello púbico, o casi no. Tal vez una de Miguel Ángel, que creo tiene un taparrabo postizo, de plata, claro. Así que el vello tiene su misterio.”

Carlos, que es, también, un estupendo ilustrador y divulgador de la literatura, me hace notar, en relación con la poesía, que Salvador Díaz Mirón es otra de las excepciones pilosas, pues sus descripciones eróticas son con pelos y señales, por ejemplo en su majestuoso poema “Cleopatra”, cuyas primeras tres estrofas son turbadoramente descriptivas e inquietantes:  “La vi tendida de espaldas/ sobre púrpura revuelta./ Estaba toda desnuda,/ aspirando humo de esencias/ en largo tubo, escarchado/ de diamantes y de perlas./ Sobre la siniestra mano/ apoyada la cabeza;/ y como un ojo de tigre,/ un ópalo daba en ella/ vislumbres de fuego y sangre/ el oro de su ancha trenza./ Tenía un pie sobre el otro,/ y los dos como azucenas;/ y cerca de los tobillos/ argollas de finas piedras;/ y en el vientre un denso triángulo/ de rubia y rizada seda.”

“El vello tiene su misterio”,  dice Carlos Pellicer López. Y así es. ¿Por qué la pornografía contemporánea prescindió del vello pubiano? Precisamente porque el vello cubre un misterio que la poesía descubre sutilmente, mientras que la pornografía rasura todo y deja al descubierto el misterio del modo más obsceno, como dijera Jean Baudrillard en Las estrategias fatales. Al rasurar el pelo pubiano, al retirarlo por completo, ya no hay misterio posible ni hay una mirada lírica sobre las cosas y los sexos.

Señala Baudrillard:  “Más visible que lo visible, eso es lo obsceno. Más invisible que lo invisible, eso es lo secreto.” Lo primero se llama pornografía; lo segundo, poesía. Poeta-sociólogo, Baudrillard ha entendido y explicado muy bien, es decir poéticamente, esta aparente paradoja de los genitales rasurados:  “Si se resuelven todos los enigmas, las estrellas se apagan. Si todo el secreto es entregado a lo visible, y más que a lo visible, a la evidencia obscena, si toda ilusión es entregada a la transparencia, entonces el cielo se hace indiferente a la tierra. En nuestra cultura todo se sexualiza antes de desaparecer. Ya no es una prostitución sagrada, sino una especie de lubricidad espectral, que se apodera de los ídolos, de los signos, de las instituciones, del discurso.”

Cuando ya no hay nada oculto, todo se reduce a un objeto ya no sólo depilado sino también descarnado. ¿Pero cómo fue que la pornografía contemporánea optó precisamente por los genitales sin pelos, que es justamente lo que define al arte clásico, pero en este caso como un tabú? O, planteado al revés, ¿por qué el arte clásico optó por una genitalia sin pelos? La respuesta es obvia en el caso de la primera pregunta:  la pornografía no busca el misterio, sino hacer más visible lo visible. En el caso de la segunda, para el arte clásico, el vello mismo era ya parte del misterio que debía permanecer invisible.

En este sentido, es por lo menos ambigua la forma en que el mismo Museo d’Orsay presenta la pintura El origen del mundo, de Gustave Courbet: “Courbet siguió explorando con el desnudo femenino, a veces con una inspiración obviamente libertina. Pero con El origen del mundo se autoriza un atrevimiento y una franqueza que proporcionan al cuadro su poder de fascinación. La descripción casi anatómica de un sexo femenino no está matizada por ninguna artimaña histórica o literaria. Gracias a la gran virtuosidad de Courbet, al refinamiento de una gama de colores ambarina, El origen del mundo se salva no obstante del estatuto de imagen pornográfica. La franqueza y el atrevimiento de este nuevo lenguaje no excluyen un vínculo con la tradición:  de modo que la pincelada amplia y sensual, junto con la utilización del color, recuerda la pintura veneciana, y el mismo Courbet se reclamaba del Ticiano, de Veronese, de Correggio, y de la tradición de una pintura carnal y lírica. El origen del mundo, ahora presentado sin ninguna ocultación, reencuentra su debida plaza en la historia de la pintura moderna. Sin embargo, no deja de plantear, de manera turbadora, la cuestión de la mirada.”

Seguramente, cuando se habla de plantear, perturbadoramente, la cuestión de la mirada, esta perturbación tiene que ver con los pelos en la obra de Courbet. Pero no deja de ser curioso que incluso en la escena emblemática de la película Bajos instintos (el cruce y descruce de piernas de Sharon Stone), lo que falte sean pelos.