Opinión
Ver día anteriorMartes 10 de enero de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Andanzas

Recuerdos de Adriana Siqueiros

H

oy, en una época de incontables premios y reconocimientos, considero necesario, mediante estas humildes palabras, dibujar brevemente la imagen de mi querida amiga y compañera de la danza mexicana Adriana Siqueiros Arenal.

No todos los compañeros, amigos y colegas de la danza mexicana que desaparecen son reconocidos. Sin embargo, todos y cada uno de ellos han dejado su piel en el camino de esta disciplina artística.

La muerte de Adriana Siqueiros, el pasado 4 de diciembre, inesperada para mí, nos confirma la paulatina desaparición de generaciones que sin intereses materiales ni recompensa se entregaron totalmente al compromiso de construir la danza en México.

Luchar, siempre luchar, no hay más, unos para tener, hacer, figurar, y otros simplemente para ser, participar, contribuir, sin apuntarse en el escalafón de la jerarquía, el poder y la riqueza, con total entrega y desinterés, sudor y sacrificio.

Cuando conocí a Adriana, bella y agradable, empezaba a bailar y la danza no era muy fácil para ella. Grandota y sólida, parecía una de aquellas esculturas griegas de estructura clásica en el patrón perfecto de una estética de todos los tiempos, lejos de cualquier moda, lo cual la hacía siempre notable en escena. Sin embargo, con tenacidad extraordinaria y gran espíritu trabajó, remontando todas las dificultades y escollos hasta lograr su propósito.

La conocí en casa de Amalia Hernández cuando ensayábamos en un pequeño salón aledaño al castillo; así le decíamos al hogar de la familia Hernández, una construcción del siglo XIX, ubicado en la calle de Guadalajara, junto al también castillo del ex presidente Plutarco Elías Calles. Ahí nos tomaba fotos el queridísimo Walter Reuter disfrazadas de indígenas prehispánicas, con los diseños de Dasha para la danza Huitzilopoztli. Pertenecíamos a la compañía de Amalia, el Ballet Moderno de México, embrión de su futuro gran Ballet Folclórico de México. Éramos apenas unos cuantos jóvenes entusiastas, como la inolvidable Roseyra Marenco, Alma Rosa Martínez, Edmeé Pérez, Florencio Yescas, los increíbles Guiliguis (con sus instrumentos indígenas y melodías fascinantes) y yo. Bailábamos sin pago alguno, sólo por amor a la danza y por colaborar con Ami.

En algunas ocasiones Amalia Hernández nos llevó a bailar a la residencia de algún político o banquero en Cuernavaca y el Distrito Federal para promover apoyos financieros al ballet, pero Tino, el esposo de Adriana, nos sacó de una de las fiestas, ya que algunos invitados no nos respetaron.

Amalia, apenadísima, ofreció disculpas, pero nos salimos de la fiesta y me fui con Tino, Adriana y Alma Rosa.

Adrianushka, como la llamaba yo, por la connotación soviética de su padre, el gran muralista Siqueiros, nos hicimos muy amigas, a pesar de que no permaneció mucho tiempo en el ballet de la hija del general Hernández. Desde entonces nos reuníamos en nuestras casas, en Cuernavaca o en la calle de Querétaro, y su casa de Tres Picos en Polanco, hoy Galería de Arte.

Incluso ya casadas, las dos parejas compartimos viajes, comidas, excursiones y todo lo que se puede llamar una época dichosa que continuamos hasta que nos integramos al Ballet Contemporáneo de Bellas Artes, bastión y semillero de la época de oro de la danza mexicana.

Adriana participó en todo el repertorio de la compañía bailando muy bien. Fue una compañera encantadora. Hicimos giras en la ciudad de México, Oaxaca, Ciudad Juárez, Chihuahua, Jalapa, con figuras como Rocío Sagaón, Rosa Reyna, Raquel Gutiérrez, Juan Casados, Raúl Flores Canelo, Elena Noriega y tantos compañeros inolvidables.

Tiempo después, bajo una nueva dirección, el Ballet Contemporáneo de Bellas Artes desapareció para dar cabida a una nueva ola: el clásico. Yo acepté la invitación de Amalia para participar con la compañía en su gira por Europa.

Adriana continuó dando clases de danza en diversas dependencias de la Secretaría de Educación Pública; Tino su esposo murió y ella dedicó su vida a promover la obra de Siqueiros. Yo, en otro continente, estudiaba y decidí dejar de bailar, pero nos veíamos de vez en cuando y hablábamos durante horas por teléfono.

Hoy, Adrianushka, te recuerdo con todo el cariño que nunca dejamos de tenernos. En tu apacible y sereno descanso debes estar segura de que estás en nuestra memoria y corazón.

Saludo a tus hijos y familiares con emoción.