Opinión
Ver día anteriorMartes 10 de enero de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Ojos de papel volando
R

endir homenaje a un autor utilizando el título de alguna de sus obras es un testimonio de admiración pública. Balzac se sirvió de este método en varias ocasiones: gracias a un desvío de la frase original, reconoce su admiración por Dante cuando titula al conjunto de su obra La comedia humana, nombre modesto comparado con el de La divina comedia.

Entre el homenaje, el plagio, el rapto, la adulación servil, el robo, hay a veces una diferencia tan ligera que es difícil distinguirlos. Algunos cumplidos no son sino lisonjas interesadas. Una crítica severa puede ser una forma de homenaje. Pero la manera más radical de atacar a una persona o una obra es la de negar su existencia: el ninguneo. Método utilizado con el más perfecto cinismo en la bella época de la dictadura estalinista. Bastaba borrar de los documentos oficiales cualquier huella de un personaje que desagradaba al poder en ejercicio. ¡Al calabozo! ¡Desaparecido! Como si nunca hubiese existido. Mejor que la prisión o la muerte: la nadificación o, para decirlo en buen español, el hundimiento en la nada.

En la actualidad, existen innumerables ejemplos de este método. Con la generosa ayuda de la ignorancia, y no sólo de las nuevas generaciones, el nombre de Picasso evoca, ahora, un automóvil. La obra del artista queda enterrada bajo el peso publicitario del comprador de este nombre por razones de propaganda comercial. El bombardeo de sus anuncios imponen la imagen del auto sobre la del pintor.

¿El Partenón? Sin duda un arma de destrucción masiva. ¿Donatello? Una marca de chocolate. ¿Jesucristo? Una película. ¿Afrodita? Un perfume. ¿Vulcano? Una llanta. Y así hasta el infinito. Denunciar el escándalo con otro escándalo no serviría para nada. La violencia del ruido publicitario gana siempre a la información.

Me apresuro a reír, antes de verme obligado a llorar, dice Fígaro, personaje de Beaumarchais. Magnífica resolución que propone responder a la tontería con la risa. Sin duda, un excelente principio de salud mental, ¿no se dice incluso que la risa es una terapia recomendable? El día más perdido sería ése cuando no se rio, escribe con sabiduría un autor del siglo XVIII, y esta reflexión me lleva a pensar en algunos amigos inolvidables. Oigo la carcajada estridente y contagiosa de Roland Topor, capaz de transformar con ella la atmósfera más pesada, el hastío más usado, en una fiesta. La risa de Juan Soriano, queda y burladora, como un cuchillo ensangrantado a medianoche. La sonrisa sonora, tan silenciosa y significativa, de Carlos Montemayor. Finalmente, me pregunto, ¿es posible seguir siendo amigo de una persona que no sabe reír? Y hacer reír.

La certidumbre de reír con María Luisa, La China, Mendoza, en su presencia o por teléfono, es en sí excitante, un bálsamo contra el dolor, cualquiera sea su origen. Si telefoneo a La China desde París no es por generosidad. Es porque río con ella. Cuando siento la caricia envolvente de la tristeza y no puedo telefonearle, abro sus libros y oigo en silencio su voz platicarme con su lujo de palabras escenas vívidas, imaginarias quizás y por ello más reales que lo real.

Hace cuatro años, cuando la redición de Ojos de papel volando por Porrúa, tuve la suerte de releer los cuentos de La China Mendoza reunidos bajo ese título. Escribí mi admiración en estas páginas: “Su escritura barroca es perla irregular: del lujo de sus asperezas emanan los resplandores del tiempo atrapado en ellas: tiempo suspendido, presente. Regalo. El erotismo en la escritura de La China es quebranto del deseo”.

Me entero con escándalo del plagio de Ojos de papel volando por una publicación del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. Que sea letra de una canción no impide que sea el título registrado del libro de María Luisa Mendoza. A pesar de mi optimismo, no creo que se trate de un homenaje. No me queda sino aceptar que se trata de un plagio acompañado por el insultante ninguneo de una de las grandes escritoras de la lengua española.