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Ver día anteriorLunes 9 de enero de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Quehaceres del día
L

a conciencia del desastre es ya bastante general. Casi todos sabemos que el mundo en general y los munditos de cada quien están en riesgo. Que la situación es grave y que no se ve salida. Pero esta conciencia no se traduce en actos apropiados a la emergencia. Quienes se alzan de hombros o se consumen de ansiedad sienten que poco o nada pueden hacer. Hasta aquellos que a pesar de todo se plantean hacer algo no saben ni por dónde empezar. Por eso estamos como estamos.

La vieja pregunta de Lenin se repite una y otra vez. ¿Qué hacer? La formulan técnicos, políticos, gente común. Pero la respuesta de Lenin ya no tiene el eco que tenía. Ni un líder carismático ni un grupo de iluminados o un partido pueden ser solución. Y ahí empieza la puerca a torcer el rabo; es cosa nuestra, aquí abajo, pero nosotros no sabemos qué hacer…

No existen recetas. Nadie parece tener una respuesta clara. Pero al menos podemos aprender algo de la historia reciente y preguntarnos por qué dejamos que las cosas llegaran a este punto catastrófico.

El primero de enero de 1994 amanecimos con el ¡Basta ya! Los hechos de aquella madrugada, los dichos de los siguientes meses, las iniciativas reiteradas de los zapatistas, produjeron un despertar mundial. Todos los movimientos antisistémicos reconocen que la primera llamada de alerta vino de Chiapas. El ¡Basta! apareció en Occupy Wall Street como signo de identidad.

¿Qué nos pasó? El ¡Basta ya! se convirtió en expresión coloquial que mostraba resistencia y rebeldía ante el sistema. ¡Basta ya! se decía en la fila en el banco o en el autobús. Cuando hasta los banqueros empezaron a usar la expresión para defender sus intereses y puntos de vista se hizo evidente que perdía sentido. No todos, además, compartieron el despertar que la expresión anunciaba. Poco a poco, como sociedad, nos volvimos a dormir. Ni siquiera el Frente Zapatista, que mostraba una fórmula organizativa posible, consiguió despabilarnos.

Tuvimos evidencias de lo que se nos venía encima y recibimos nuevas advertencias. El 20 de noviembre de 1999 el subcomandante Marcos anticipó en La Realidad lo que estamos viviendo. Explicó el derrumbe de las viejas estrategias de hacer la guerra y analizó la lógica y alcances de la Cuarta Guerra Mundial. En junio de 2007 amplió la descripción. Hizo ver que por fin había una guerra mundial total. Nos dijo, un año antes de la caída de Lehman Brothers, que empresas y estados se derrumban en minutos, pero no por las tormentas de las revoluciones proletarias sino por los embates de los huracanes financieros. El neoliberalismo, subrayó, destruye todas las falacias discursivas de la ideología capitalista: en el nuevo orden mundial no hay ni democracia, ni libertad, ni igualdad, ni fraternidad.

En 2011 nos volvió a ocurrir. El Estamos hasta la madre de Javier Sicilia actualizó el ¡Basta ya! Se renovó el diagnóstico de la catástrofe. Pero no pudimos convertir la conciencia en acción.

Es importante reflexionar por qué. La respuesta habitual, falta de organización, es ambigua. Somos una sociedad muy organizada. Existen millones plenamente individualizados, dispersos, pero muchos otros muchos millones no pueden vivir sin una organización propia: es su forma natural de existencia y condición indispensable para sobrevivir. Nos hemos estado poniendo de pie de forma organizada en todo el país.

Pero no sabemos cómo concertar y articular nuestras innumerables organizaciones y movimientos. Pesan manías y obsesiones, inseguridades y temores, experiencias desafortunadas. Muchos grupos quieren llevar todo a su molino político o ideológico. Pocos saben y quieren aplicar seriamente el sabio lema del Congreso Nacional Indígena, Somos asamblea cuando estamos juntos, red cuando estamos separados.

Los días de furia en calles y plazas, lo mismo que las acciones calladas en casas y patios, siguen las gradaciones de la revuelta y la rebelión. Se contagia un espíritu de cambio radical que surge de la propia gente, de hombres y mujeres ordinarios, de la gente común… insumisos, rebeldes, soñadores, que saben bien cuál es el calendario y la geografía apropiados para su acción. Ejercen así su poder, que en esas condiciones se llama dignidad.

Se acaba de comentar en San Cristóbal, en donde puede estar de nuevo un punto de partida, que desde el vientre de una sociedad destrozada, bajo amenazas insoportables, está naciendo ya la nueva. Nace para evitar el horror que nos acosa y agobia y para contener los males en curso. Nace también para iniciar un nuevo camino de transformación y regeneración. Necesitamos aprender a verla y nutrirla… y juntarnos para hacerlo entre todos.