Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 8 de enero de 2012 Num: 879

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora Bifronte
Jair Cortés

En la uña de la gata
Kostas Sterguiópoulos

Los daños
Juan Tovar

Lo breve de los siglos, lo profundo del momento
Ricardo Yáñez entrevista con Juan Manuel Ramírez Palomares

La palabra clara de Gabriela Mistral
Ximena Ortúzar

Años
Cesare Pavese

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
Javier Sicilia

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Galería
Esther Andradi

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Hugo Gutiérrez Vega

Cultura y diplomacia (VII Y ÚLTIMA)

En la misma exposición se hacía palpable el golpe de la conquista y el México virreinal mostraba los esplendores contradictorios del barroco, esa expresión que en América adquirió un rostro peculiarísimo y fue una búsqueda angustiosa de vida ante la certeza inapelable de la muerte. Los altares con sus columnas salomónicas, sus vegetaciones laberínticas y sus imágenes en actitud casi danzante se coronan con la calavera y las tibias del memento mori. El arte de esa época no es una simple prolongación de lo europeo, es una innovación constante, el producto de la dolorosa mezcla de espíritus y razas, la presencia clandestina de las viejas mitologías y de las antiguas formas en los moldes occidentales.

El siglo XIX, con sus luchas para crear una nación y librarla de las agresiones imperialistas, mostraba su empaque académico, las interesantes concepciones de sus constructores eclécticos y la incontrastable fuerza de sus artistas populares. El siglo XX caía como un vendaval de formas y de estilos, de gigantismos muralistas y de nuevas actitudes ante el fenómeno artístico.

Casi todos los momentos de nuestra historia estaban presentes en la inteligente muestra: desde las audaces vanguardias pictóricas hasta las maravillas del arte popular, ya en aquel momento en peligro de desaparecer o de desvirtuarse por el abandono de las tareas del campo o la irrupción del comercialismo. Recuerdo, especialmente, la sección que mostró la obra de José Guadalupe Posada, iniciador de nuestra expresión artística moderna, ingenioso testigo de un tiempo tormentoso, modesto impresor que supo unir la fidelidad a las tradiciones populares con la genial actitud de ruptura anunciadora de nuevas formas expresivas.

Sirva la memoria de esa muestra como ejemplo de los esfuerzos de difusión de nuestro arte que desplegó la Secretaría de Relaciones Exteriores como institución coordinadora de ese tipo de actividades culturales.

Por otra parte, es necesario admitir que los actos culturales tienen, por encima o por debajo de su neutralidad, un contenido político. El arte y el artista tienen también ese contenido. De ninguna manera el arte debe realizar una acción didáctica transmisora de ideas cívicas o de emociones convencionales pero, al decir de Vallejo, debe remover, de modo subconsciente y casi animal, la anatomía política del hombre. En un artículo publicado en Mundial de Lima, en diciembre de 1927, se enfrenta a las tesis que sobre la función social del arte sostenía en esa época el gran pintor Diego Rivera, quien más tarde rectificó sus puntos de vista. Dice Vallejo: “Olvida Rivera que el artista es un ser libérrimo y obra muy por encima de los programas sin estar fuera de la política. Los catecismos cívicos son una soberana tontería, un cliché, una cosa muerta ante la sensibilidad creadora del artista.”

La Secretaría de Relaciones Exteriores posee un rico patrimonio artístico reunido a lo largo de los años por medio de donaciones o adquisiciones. Tapetes, tapices, piezas arqueológicas, objetos de arte decorativo, artesanías, esculturas, grabados, litografías y pinturas de todos los estilos integran una colección dividida entre los edificios que la Secretaría tiene en México y en las embajadas, misiones, consulados e institutos en el extranjero. A estas obras hay que unir los murales de nuestra antigua embajada en Washington, que es ahora el Instituto Cultural Mexicano, y de nuestra Cancillería en París. Esta colección, en la cual se reúnen obras pertenecientes a las distintas etapas de la cultura mexicana, demostró la constante preocupación del Servicio Exterior por dar a conocer el arte nacional.

Quiero terminar estas observaciones recalcando el carácter dialogante de la difusión de la cultura. Esta actividad es una de las más bellas de la diplomacia ya que, mediante el intercambio de ideas y de expresiones artísticas, se afirman los valores perseguidos afanosamente a través de los siglos por los diplomáticos: la amistad entre los países que sólo se da bajo el clima de la justicia, el respeto a las diversidades y el orden internacional nacido de la convivencia pacífica. Estas tres metas, frecuentemente desgastadas por la mala retórica y la demagogia, son especialmente urgentes en los inicios de la segunda década del siglo XXI.

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