Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Lunes 26 de diciembre de 2011 Num: 877

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora bifronte
Ricardo Venegas

Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova

Barroco y tabula rasa o de la poesía poblana actual
Ricardo Yáñez entrevista con Alejandro Palma

Caras vemos,
sueños no sabemos

Emiliano Becerril

Dos prendas
Leandro Arellano

Un sueño de manos rojas
Bram Stoker

Kennedy Toole,
el infeliz burlón

Ricardo Guzmán Wolffer

Columnas:
Galería
Alejandro Michelena

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Perfiles
Enrique Héctor González

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
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Alejandro Michelena

Medio siglo sin Hemingway

Mucho antes de que se popularizara la expresión anglosajona bestseller, Hemingway había logrado que sus libros, además de multiplicar ediciones en los idiomas más importantes del planeta, fueran transformándose –puntualmente– en exitosas películas. Hablar de este narrador es hacerlo de una figura literaria que en el imaginario de millones de lectores fue el prototipo del escritor  triunfador. Amante de la acción, antiintelectual, individualista y viajero, fue admirado por los hombres debido a su coraje, y adorado por las mujeres a causa del enfático arquetipo de virilidad que encarnaba.

También supo ser, sobre todo en sus años maduros, un típico personaje del jet-set internacional. Una cara habitual en las portadas de las revistas ilustradas, junto a Ava Gardner y el Agha Khan, Grace de Mónaco y el playboy Porfirio Rubirosa.

Fervor de los lectores, reparos de la crítica

Hay consenso crítico en considerar que el mejor Hemingway está en sus relatos cortos. Algunos son realmente antológicos, por ejemplo  “El río de los corazones”,  “El gato bajo la lluvia” o  “Los asesinos”. Otros están cargados de sugerencias, como es el caso de “Mientras los demás duermen” y “Un lugar limpio y bien iluminado”. Muchos de ellos fueron escritos cuando el autor era nada más que un joven periodista ambicioso que, en aquel prodigioso París de los años veinte, comenzaba a hacerse notar.

Pero sus consecuentes lectores en todo el mundo no suelen estar de acuerdo con las opiniones críticas y prefieren El viejo y el mar, esa noveleta donde un viejo pescador cubano convierte la lucha con un gran pez en un desafío esencial. Y también Por quien doblan las campanas, emocionados–aunque ya sean generaciones sucesivas de lectores– con los avatares de la pareja protagónica en medio de la guerrilla contra Franco (encarnados en la pantalla nada menos que por Ingrid Bergman y Gary Cooper). Mientras que otros, más agudos, siguen prefiriendo el impacto que causa la agonía –cargada de amargura y hasta de cinismo– de aquel cazador casado con una mujer rica a la que desprecia, en plena selva africana, en Las nieves del Kilimanjaro.

Papa Hemingway, como le llamaban casi todos, fue –qué duda cabe– un inmenso y notable narrador. Uno de los maestros indudables en el arte de decirlo todo con las palabras justas y precisas. Un orfebre del diálogo y de la acción en sus relatos.

El personaje oculta al artista

Mientras escribía tanta maravilla, y sobre todo después, cuando su estilo comenzó a aflojarse y tornarse complaciente, cuando su producción se hizo más larga pero más laxa, Hemingway fue creando su propio personaje. La prensa masiva de los años cuarenta y cincuenta registró con lujo de detalles sus safaris de caza mayor en África, su amistad con toreros como Dominguín, sus recurrentes romances con mujeres siempre glamorosas y envidiables, su afición por la pesca riesgosa en la costa de Cuba, sus evocaciones sobre las guerras en que participó como combatiente o corresponsal.

Y en esos tiempos se daba un fenómeno peculiar: gente que nunca lo había leído estaba al tanto de sus irrupciones –en el papel de bon vivant– en el Maxim´s de París, en el Harry´s Bar de Venecia, en el café San Marco de Trieste o en el Floridita de La Habana. Todos lugares rituales donde el escritor, en su madurez, cultivaba los deportes del narcisismo y el alcohol.

Comprometido con su tiempo

El uso abusivo que durante décadas hicieran los medios masivos de su imagen no permitió apreciar debidamente los aspectos valorables en lo humano de su actitud intelectual. Hemingway no fue de los que ocultan o disimulan sus simpatías políticas. Tomó partido por la República Española durante la Guerra civil, luego colaboró con la resistencia francesa, y simpatizó con la Revolución cubana en sus comienzos.

Su muerte por suicidio, en 1961, cerró por fin el ciclo del personaje. A partir de entonces se fueron iluminando más claramente sus cualidades, pero también quedaron en evidencia sus limitaciones.

En el balance, crece el impecable cuentista y se diluye bastante el novelista; exactamente lo contrario de lo acontecido mientras vivió, cuando el éxito de librerías estaba relacionado con sus novelas, al tiempo que sus relatos cortos eran leídos casi en exclusiva –fervorosamente, es cierto– por los escritores más jóvenes. Éstos colaboraron, sin duda, a transformarlo en un escritor de culto, y el tiempo, el  más sabio crítico, terminó por darles la razón.