Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 13 de noviembre de 2011 Num: 871

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Depresión
Orlando Ortiz

Soledad de una madre
Takis Sinópoulos

Giordano Bruno en la hoguera
Máximo Simpson

Dos poetas

Ricardo Prieto, un dramaturgo inolvidable
Alejandro Michelena

Ted Hughes, animal y poeta
Anitzel Díaz

Identidad e idioma en el sur de Estados Unidos
Antonio Valle entrevista con Antonio Cortijo

Claudio Magris, académico y cronista
Raúl Olvera

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Columnas:
La Casa Sosegada
Javier Sicilia

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Corporal
Manuel Stephens

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Luis Tovar
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El cansinojoso todo y sus partes

Quizá el neologismo del título suprascrito sea lo que mejor define a ese limitado y particular todo compuesto por dos elementos básicos, a saber: a) la filmografía reciente de Arturo Ripstein (AR), y b) las declaraciones del mismo AR, de lo cual versan las siguientes líneas.

Lo enojoso

Potenciales boomerangs, las declaraciones de un cineasta –AR o cualquier otro– suelen desembocar en una de dos: o bien pasan como de noche, sin surtir efecto alguno, o se vuelven con mayor o menor violencia contra su emisor. Lo que jamás de los jamases ocurre es que una declaración del propio creador le aporte a una película determinada cosa alguna que ésta no contenga de origen. Al mismo tiempo, lo que nunca deja de suceder es una relación directamente proporcional: a mayor cantidad y/o estridencia declarativa, más abundantes son los estorbos para ver/ponderar/analizar la cinta que ha dado pie a la ulterior –y muy frecuentemente enojosa– declaracionitis.

Vaya uno a saber la causa, pero ar se ha especializado en el anti-arte de estorbar su propio trabajo fílmico a punta de frases desatinadas, bien sea relativas a la cinta en turno o a sí mismo.

Una de las más recientes se la dijo a Columba Vértiz, de Proceso: asegura no ser  “querido, sino seriamente odiado en México”.  Niéguese aquí tamaño despropósito, con el apoyo de una razón simple y diáfana: ¿a quién le serviría, y para qué, odiar a un cineasta, y encima “seriamente”? Desinterés, impopularidad ni hastío figuran, que se sepa, como sinónimos de “odio” en diccionario alguno.

Lo cansino

Haciendo de lado, hasta donde sea posible, los escollos declarativos puestos ahí por el propio AR, acaso lo más notable de Las razones del corazón –filme que es la causa tanto de lo antedicho como de lo que sigue– sea cuán disociados pueden llegar a percibirse los elementos reunidos en una obra, en este caso cinematográfica. Reunidos nada más, insístese; no integrados o amalgamados de modo tal que ofrezcan armonía y concierto o, mínimo, la sensación de ser un todo y no un mero conjunto de partes.

Verbigracia uno: si la atención se concentra en el desempeño actoral hay poco, casi nada que recusar en el trabajo de la siempre eficiente –y aquí más que eso– Arcelia Ramírez en el papel protagónico, lo mismo que en el de la ripsteinianamente socorrida Patricia Reyes Spíndola y en el de Marta Aura, o en lo que sin duda es la mejor expresión histriónica de Plutarco Haza. Salvo el miscast de un Alejandro Suárez al que poco rendimiento dramático podría exigírsele, y también salvo ciertas indignidades a las que de un tiempo acá AR ha elegido someter a miembros de sus cuadros actorales, en este renglón Las razones… no luce mal.

Verbigracia dos: la producción, a cargo del muy experimentado Roberto Fiesco y de José Ma. Morales, resulta irreprochable en cualquier rubro que quiera uno revisar –diseño de arte, sonido, música, fotografía, etecé– y se traduce en la facilidad con la que, evidentemente, ar pudo darle rienda suelta a sus más caras filias formales, incluidos el blanco y negro, los largos planosecuencias, la presencia a cuadro y utilización iconográfica de espejos, y demás elementos de sobra conocidos.

La verbigracia tres no tiene, como las anteriores, matiz positivo alguno y sí en cambio es el primer factor cansino: parafraseando a Gertrude Stein, puede afirmarse que “un guión de Garciadiego es un guión de Garciadiego es un guión de…”.  En otras palabras, de que es filmable lo es; de que AR ya no coge guión de nadie más, ya no; pero de que eso que alguna vez pudo ser calificado como identidad guionística, sabe ahora a reiteración fatigosa, obsesión sin causa eficiente o inclusive a carencia de recursos… Véase sólo el arranque mismo del filme: Emilia –es decir Arcelia– despierta, enciende la radio y se oyen las primeras notas de “Perfume de gardenias”. Óiganse los diálogos y los monólogos: a cada filme cuesta más y más ya no digamos creer, sino aceptar que hasta la conserje de un edificio verbalice con la inverosimilitud de esas pretensiones cuasiseudogongorinas, o algo así.

Ni odio de un subnormal ni renuencia a contribuir a que AR sea profeta en su tierra, cosa que él siempre afirma no haber sido ni aspirar a ser. Es únicamente la sensación, ésa sí definitivamente cansina, de estar frente a una película que ya se había visto antes, y no entender por qué ha vuelto a ser filmada con variaciones prescindibles, según esto en afán de adaptar la obra maestra de Gustave Flaubert, aunque –AR dixit–, “a Madame Bovary no le toqué un pelo”. Cosa buena para Madame, no así para Las razones del corazón.