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Hombres vestidos de militar nos atacaron y luego nos tiraron, narra una víctima

Silencio cómplice ante plagios y violaciones en carreteras del país

Este año han desaparecido más de 100 pasajeros y varios autobuses

 
Periódico La Jornada
Domingo 13 de noviembre de 2011, p. 10

Denise creyó que iba a morir. Un grupo armado, con uniformes militares, asaltó el autobús en que viajaba de Monterrey a Zacatecas, plagió a los hombres, abandonó a los ancianos y violó a las mujeres. La pesadilla duró varias horas. El secuestro de camiones es la nueva realidad que cubre las carreteras del país ante el silencio cómplice de las líneas de transporte de pasajeros.

Ya se los cargó la chingada, dijo el jefe del grupo cuando abrieron la puerta del autobús. El camión del Grupo Senda había salido de la central a la una y media de la mañana, y a las dos horas de camino se detuvo en medio del desierto. El comando bloqueaba la carretera. Ante la orden del delincuente, el chofer dijo por el micrófono: Pasajeros, hay una emergencia, desciendan del autobús.

Al bajar, alrededor de 12 hombres con armas largas y vestidos de militares que viajaban en cuatro camionetas, obligaron a los 25 pasajeros y al chofer a colocarse contra el camión con las manos alzadas y las piernas abiertas. Había sólo dos mujeres, a las que separaron con cuatro ancianos; al resto se los llevaron inmediatamente en tres de sus vehículos. Entre ellos hablaron de combustible para incendiar el camión. Una camioneta quedó estacionada: ¡Súbanse, perras!, ordenaron, indicándoles la caja de la pick up, donde había dos hombres vestidos de militares esperando; otros dos estaban en la cabina trasera y uno conduciendo. Luego se internaron pocos kilómetros en el desierto.

Denise y Hortensia no se conocían, pero fueron compañeras de tragedia. La primera se resistió y fue brutalmente golpeada; le destrozaron parte del rostro: ¡Aquí vas a aprender, puta!, le dijo uno mientras se bajaba los pantalones. Queremos divertirnos, comentó otro al arrancarle la ropa a Denise. Los otros tres se unieron rápidamente. La agresión duró alrededor de una hora. Se bajaron los pantalones sin quitarse el resto de la ropa. El peso de sus cuerpos me inmovilizó. De pronto ya no entendí lo que decían, me concentré en el sonido de los grillos, en mi familia, en mis amigos, cuenta Denise, de 28 años.

Han pasado varias semanas. Sufre depresión y angustia, pero después de tratamiento y terapia puede articular la historia: Sentí que iban a matarme. Pensé que allí me dejarían y nadie iba a saber lo que me pasó. Busqué la mano de la otra mujer, a quien no conocía. Ella gritaba de dolor; la apreté con fuerza y sentí en su mano una respuesta igual. Fue así como nos aferramos a la vida.

Los violadores hablaban español con dificultad, tenían aspecto de sureños y se comunicaban en un lenguaje indígena que las víctimas no pudieron reconocer: Eran como soldados o paramilitares. Fue un acto de poder sobre nosotras. Ni siquiera se les paraba bien. Andaban como drogados. Nos introdujeron un tubo de plástico por el ano. Se reían (...) luego nos tiraron como si fuéramos basura.

Al terminar el ataque se vieron semidesnudas en la cuneta de la carretera. Un autobús de pasajeros se detuvo; el chofer bajo con una manta y las invitó a pasar directamente al camarote sin preguntar nada, como si la escena fuera cotidiana: Esta ocurriendo a diario en las carreteras del país y nadie está haciendo nada.

Silencio empresarial

A diferencia de los asaltos en el transporte foráneo, en los últimos meses lo que prevalece son los secuestros de autobuses y pasajeros. El mes pasado, un camión desapareció en el municipio de General Treviño, Nuevo León, en su paso rumbo a Tamaulipas: Tenían prevista una escala en Monterrey, pero no la hicieron. Los familiares tuvieron conocimiento de que en General Treviño una persona armada tomó el camión y secuestró a las personas en el propio autobús, dice el subprocurador de Guanajuato, Armando Amaro Vallejo, luego de recibir la denuncia de familiares por la desaparición de siete guanajuatenses.

En lo que va del año han desaparecido alrededor de un centenar de residentes de Guanajuato y de otros estados en su paso a la frontera, aunque el número podría ser mayor, ya que las empresas de autobuses guardan silencio ominoso ante estos hechos para evadir la reparación del daño causado a los pasajeros, el pago del seguro o la pérdida de clientes.

No podemos garantizar a ningún ciudadano que no va a ser asaltado en algún comercio, en la vía pública o en el transporte, porque sería engañarlos, lo que sí podemos hacer es reducir los factores de riesgo, que son los que facilitan el cometer actividades ilícitas. Las medidas que se han tomado hasta el momento son la contratación de seguridad privada, instalación de arcos detectores de metales y cámaras de video, dice Arturo Balderas Moya, director de la Cámara Nacional de Autotransportes de Pasaje y Turísticos (Canapat), quien reconoce que los focos rojos existen en las líneas fronterizas, además de que falta coordinación y hay vacíos legales para agilizar las investigaciones.

El año pasado la Canapat registró únicamente 136 asaltos, pero no hay estadísticas del número de autobuses secuestrados, pasajeros o choferes desaparecidos, ni de las violaciones a mujeres. Las líneas de autobuses ADO, Senda, Transpaís, Estrella Blanca, Ómnibus de México, Futura, Transportes del Norte, Ómnibus de Oriente y otras tienen cientos de maletas de los desaparecidos almacenadas en sus terminales de estados fronterizos como Reynosa, Nuevo Laredo, Miguel Alemán y Piedras Negras, entre otros.

Con respecto a los ataques sexuales a mujeres, las empresas de autobuses son más herméticas: Por mucha lucha que hemos hecho para visibilizar el problema de las violaciones, el cuerpo de las mujeres sigue siendo botín de esta guerra. Desafortunadamente, se nos sigue considerando como ciudadanos de segunda, por eso no sale a luz, porque entre los mismos hombres se protegen, dice Maricruz Flores Martínez, del Colectivo Plural de Mujeres contra la Violencia.

Reconoce que la mayoría de víctimas no denuncian estas agresiones sexuales por temor: Las mujeres están siendo ultrajadas no sólo por el crimen organizado, también por miembros del Ejército. ¿Cómo podemos enfrentarnos a hombres armados? Tienen el poder de las armas y utilizan las amenazas para evitar que las agredidas interpongan denuncias.

Hace unos años, las mujeres eran atacadas en los taxis, y como los agresores no iban armados el problema se solucionó con denuncias, talleres y movilización social; ahora –dice– el problema es mayor, porque se trata de hombres fuertemente armados en medio de una guerra: Estamos en la total indefensión. Si no salimos las mujeres y exigimos un ya basta, todo va a seguir igual o peor.

También migrantes

Nueve de cada 10 mujeres migrantes son agredidas sexualmente durante su paso por México rumbo a la frontera con Estados Unidos, según dice Melissa Domínguez, miembro de la Plataforma para el Desarrollo Adolescente y Joven Indígena. “Son minoría las que no han sido víctimas de violación o extorsión sexual (desde acoso hasta tener que pagar con su cuerpo para que el agente de Migración, militar o pollero la ayude a cruzar o la deje pasar). De las migrantes que he conocido, 90 por ciento ha sufrido violaciones. He conocido a varias que se inyectan desde antes para no embarazarse”.

El problema esta invisibilizado, coinciden Melissa Domínguez y Maricruz Flores, por la falta de prevención e interés institucional para detenerlo: “Las mujeres aún tienen miedo de denunciar; a veces se tiene la idea de que ya me violaron, pues ahora sigo, que tiene que ver con sus procesos personales y el miedo a ser deportadas”.

Uno de los testimonios recabados por Belén, Posada del Migrante, es el de Nancy, salvadoreña de 24 años a quien secuestraron Los Zetas en Coatzacoalcos, Veracruz, y la mantuvieron en una casa de seguridad en Reynosa, Tamaulipas, donde tenían sólo mujeres que utilizaban como esclavas sexuales: Durante todo este tiempo, muchas veces llegaban tres hombres mexicanos, que eran los jefes, y buscaban a las mujeres que ahí estábamos para abusar de nosotras. Tuve que esperar a que mi tía juntara el dinero para que me liberaran.