Opinión
Ver día anteriorSábado 12 de noviembre de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Muestra

Venus negra

P

arís, 1815. Étienne-Geoffrey Saint Hilaire, administrador y profesor de zoología del Museo Nacional de Historia Natural, presenta a sus alumnos, a partir del molde de una mujer negra, de caderas muy prominentes y genitales pronunciados, las diferencias morfológicas entre las entonces llamadas razas inferiores y la fisionomía europea. Un flash-back de cinco años conduce la acción a Londres, donde en una feria de carnaval se presenta el espectáculo de la Venus Hotentote, Saartjes Baartman, Saartjie, una joven sudáfricana de 20 años, llevada a Europa por su antiguo patrón blanco, Hendrick (André Jacobs), con promesas de un éxito fulgurante y aterrizaje final en ferias populares como salvaje atracción exótica.

La historia es real y por largos años fue símbolo elocuente del brutal menosprecio europeo por los nativos de sus colonias. Después de la muerte de Saartjie, a los 27 años, por neumonía y enfermedad venérea, sus órganos genitales y el molde de su cuerpo fueron exhibidos en el Museo del Hombre, de París, hasta que las autoridades sudafricanas lograron la repatriación de sus restos en 2002, volviéndolos símbolo de una dignidad recobrada.

El realizador tunecino Abdellatif Kechiche, conocido en México por su notable película La culpa la tiene Voltaire (2000), cambia radicalmente de registro narrativo, incursiona en la evocación histórica, y a través de la historia de Saartjes Baartman exhibe las obsesiones de una investigación científica encaminada a legitimar y reforzar una mentalidad racista, que el nazismo llevaría después a extremos devastadores.

La película tiene como tema central, según la definición del propio director, la opresión de la mirada, es decir, el repertorio de clichés culturales con los que la civilización occidental ha justificado el dominio colonial. El cuerpo de la joven Saartjiecabeza de orangután, trasero de mandril, según el escarnio voyeurista– se vuelve objeto de morbosa curiosidad para las masas en los carnavales, y de exploración y condescendencia paternalista para científicos, periodistas y aristócratas refinados. Saartjie es a la vez fenómeno circense y también encarnación del buen salvaje susceptible de ser rescatado de la barbarie por una civilización humanista.

El director explora esta dualidad en la mirada occidental, y la estupenda actriz cubana no profesional, Yashima Torres, se vuelve dueña de la pantalla durante dos horas y media sin que el interés del espectador decaiga un instante. Algunas secuencias fuerzan un tanto la nota, como el humillante paso de Saartjie por una orgía de aristócratas libertinos, pero la solvencia profesional de la actriz y la intensidad dramática que para entonces ha alcanzado el relato, evitan con justeza la caída en un patetismo gratuito y en una mirada a su vez opresiva por parte del director. Un firme pulso narrativo y un toque de incorrección política permiten abordar con novedad y franqueza una historia delicada que en manos de un realizador menos talentoso habría podido naufragar en la vulgaridad y en el sensacionalismo.