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Si ya no quieren a mi hija que nos la devuelvan; la queremos mucho
Corresponsal
Periódico La Jornada
Martes 8 de noviembre de 2011, p. 21

Las historias de vida de Doris y María Eugenia coinciden en la tragedia de tener desaparecidas a sus hijas. Ambas son pobres, centroamericanas y tienen confianza en encontrar a salvo a las que hace años partieron hacia el norte tras un empleo.

Soy María Eugenia Barrera. Mi hija se llama Clementina del Carmen Lagos. Desapareció el 9 de noviembre de 2003. Tenía 17 años cuando salió de Nicaragua rumbo a Guatemala. Así se presenta esta mujer alta de 42 años, quien sabe que su hija fue capturada y vendida a una red de prostitución y que posiblemente se encuentre en el norte de México.

A los dos años mandó avisar que la habían dejado en Guatemala, que la habían vendido, que si la podíamos ir a sacar. Un cabezalero [conductor] de transporte pesado me dijo que llegó a un lugar donde se encuentran las muchachas vendidas, la miró y le dijo que le hiciera el favor de avisarle a su mamá que estaba vendida, pero quizá por temor no me dijo exactamente la dirección.

Barrera consiguió dinero y viajó a la ciudad de Guatemala. Se infiltró en un centro de prostitución que utiliza a jóvenes secuestradas, pero no encontró a su hija. Se dio cuenta de que cuando las mujeres resultan embarazadas las cuidan hasta el parto y luego les quitan a los niños y los venden. También supo que cuando la policía llega no ve nada irregular, pues las víctimas son encerradas en un sótano.

Estuve dos días en uno de esos lugares, viendo a las jóvenes. Tuve la experiencia de vivir con ellas, pero lo que pasé ahí ni lo menciono; es muy vergonzoso.

Como parte de su búsqueda, hace un par de años supo que Clementina pudo haber sido sacada de Guatemala y llevada a Sinaloa. El dato lo reforzó hace una semana en Veracruz, donde le dijeron haber visto a su hija en la ruta hacia el norte.

“Hace dos años supe que mi hija había sido llevada a Culiacán; me lo dijo un coyote de Nicaragua, y ahora recién en Veracruz una persona de la casa del migrante me dijo que hace dos o tres años la había visto pasar, por lo cual coincide con la información. Al parecer la pasaron por las vías del ferrocarril de Veracruz. Supuestamente iban dos muchachas y un hombre.”

María Eugenia es una de las 33 madres centroamericanas que buscan en México a sus hijos desaparecidos, como parte de la caravana que coordina el Movimiento Migrante Mesoamericano.

–¿Cree encontrarla con vida? –se le preguntó.

–Claro, porque mi instinto de madre y mi corazón me dicen que mi hija está viva. A veces siento que me reclama, que necesita que la siga buscando. Hasta que el Señor cierre mis ojos voy a seguir luchando para encontrar a mi hija.

Se desesperó por no encontrar empleo

Doris Cerrato tenía 19 años cuando salió de su casa en San Pedro Sula, Honduras, hace cinco años. La necesidad de un ingreso económico para mantener a sus hijos Doris y Pedro Luis la animó a emigrar a Estados Unidos. Nunca llegó. “Se desesperó por no encontrar empleo y con dos bebés tenía que trabajar duro. Me dijo: ‘Mamá, voy a buscar trabajo y sé que voy a cruzar a Estados Unidos’. Había alguien esperándola allá, pero no pasó de Chiapas. Eso fue en 2006 y hasta la fecha no sabemos nada”, contó su madre, Doris Marisa Cerrato, mulata de 45 años.

Estando en Chiapas hablé con ella; me dijo que estaba trabajando, pero no dónde ni qué hacía. Hablé tres veces con ella; las dos primeras la escuché bien, tranquila, la tercera me pidió que no la volviera a llamar. Eso fue todo. Después la contestadora me dijo que el número había sido deshabilitado.

La caravana entró a México hace una semana. Desde entonces Doris no se desprende del gorro de lana que la protege del frío, ni del retrato de su hija que trae pegado al pecho. Sabe que la joven puede estar cautiva en alguna parte de México y, aun con el llanto que casi no la deja hablar, suelta una súplica:

A las personas que la tuvieran les digo que se pongan la mano en la conciencia, que no le hagan daño, que la cuiden, que si se están sirviendo de ella, merece un buen trato. Que no la maltraten, mucho menos que la vayan a matar. Si ya no la quieren tener, que nos la devuelvan; nosotros la queremos mucho.