Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 6 de noviembre de 2011 Num: 870

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora bifronte
RicardoVenegas

Cigarro y libertad
Werner Colombani

La óptica de la poesía
en Yves Soucy

José María Espinasa

Chaplin y Reshevsky,
el cómico y el prodigio

Hugo Vargas

Dos miradas sobre la poesía queretana
Ricardo Yáñez entrevista con Luis Alberto Arellano y Arturo Santana

Belice y otros paraísos
Fabrizio Lorusso

Shakespeare and Company
Vilma Fuentes

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Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

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La Jornada Virtual
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A Lápiz
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Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

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Jorge Moch


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La óptica de la poesía en Yves Soucy


Foto tomada de: maisondelapoesie.be

José María Espinasa

La poesía de Pierre-Yves Soucy se integra típicamente en una tradición francesa, misma que su condición de extranjería no rompe sino en muchos casos subraya. Nace en Quebec en 1948 y ha vivido largas temporadas en Bélgica y en Irlanda y, desde hace unos años, en México. No es raro: muchos de los más importantes poetas franceses no lo son de origen y su condición de metecos raros, “extranjeros de ellos mismos”, determina parte de su escritura. Creo que esto es algo que le sucedió subrayadamente a la poesía gala desde el fin de la segunda guerra mundial. Primero perdió lectores, tanto en el idioma original como en otras lenguas; después su lenguaje se enrareció en la búsqueda de una esencia casi abstracta, pero cargada de resonancias  cuasimágicas, expresando una contradicción o una paradoja típica de la segunda mitad del siglo XX: lo abstracto es un rostro de lo concreto.

Desde Baudelaire, esa lírica ha estado muy ligada en su evolución con las artes plásticas. La espiral en que la pintura se sumió, primero en el impresionismo y después en las vanguardias, llevó a ese lenguaje expresivo a una situación límite que, además, se extendió primero por toda Europa y después al mundo entero, en casos límite como Mark Rothko. Una manera de decirlo es que buscó el sentido en la ausencia de sentido, como esos poetas místicos que buscan a Dios en el abandono del que somos fruto.  La abstracción buscaba, o busca aún, reducir la experiencia sensible, fruto del arte y la poesía, a su condición más concreta, la más elemental, no mediatizada por la representación.

Pero –y eso Pierre-Yves Soucy lo entendió bien– si no representa en sentido teatral, lo cual en principio sería benéfico, sí lo hace en sentido legal, se arroga el gusto de un cliente y se vuelve asunto de marchantes más que de espectadores o lectores. Por eso la pintura es cada vez más acentuadamente estrategia de galeristas y no obras concretas. Y por eso en buena medida la poesía ha perdido tantos lectores. Pero lo abstracto es una ilusión: la apariencia de mirar de cerca. Sartre habló en La náusea  del vértigo de mirar de cerca a un ser amado, y sentir la evidencia de sus poros, su sudor, su condición biológica en suma. Y de alguna manera la pintura abstracta fue como ver al microscopio y no de lejos, un paisaje o un bodegón.

Acercarse no resolvía las cosas: mirar de cerca tiene dos maneras de entenderse, la primera es puramente mecánica; es la que tiene un microscopio o, para el caso, un telescopio (también mirar de lejos es acercarse), prótesis de los ojos que en realidad más que deshumanizar a quien los usa deshumaniza lo mirado. Así la abstracción es una manera de abandonar la figuración al cambiar la óptica que enfoca al hombre. Y esa reflexión sobre el punto de vista es la que hace ya siglo y medio mantiene la complicidad entre la pintura y la poesía, con algunos socios o compañeros de ruta esporádicos, como el cine y la pintura. Parece una pregunta retórica y sin embargo es muy importante: ¿en dónde nos situamos para mirar el mundo?

La idea de singularidad es algo que ronda a la creación artística desde el romanticismo con una fuerza desmesurada, por eso la importancia no tanto del original sino de la originalidad, y eso nos lleva a buscar un punto de vista inédito, excepcional o propio. Los tres calificativos significan lo mismo: no usados antes, pero el uso aquí es puramente pragmático –poco tiene que ver con la luz no usada de fray Luis de León– y técnico. ¿Cómo escapar a la contradicción de mirar como no mira ningún hombre para hablar a todos los hombres? Aun la poesía más difícil aspira a hablar a todos, aunque esos todos sean unos cuantos, como dijo alguna vez Xavier Villaurrutia. Y Pierre-Yves Soucy se sitúa en una mirada en la que acepta su linaje –de Mallarmé a Du Bouchet– y lo naturaliza en la medida en que se olvida de su condición de abstracción y lo expone a los sentidos, no al sentido en sí, sino a nuestra manera de estar en el mundo.

La poesía de Pierre-Yves Soucy no va en busca de una nueva palabra, sino más bien de una capaz de nombrar como antes, y ese antes se sitúa en un tiempo distinto al de la palabra pervertida por el mal uso, pero sin duda comparte con ella una condición del nombrar necesaria. De allí la contradicción que en la pintura se ve también: los pintores abstractos suelen perder la perspectiva. ¿Cuál es para mí esa perspectiva? La del muro. Las pinturas de Rothko, como las paredes del cine de Antonioni o los muros de la literatura de Paul Auster, tienen ese punto de vista: sobre la tela de piedra se pinta el tiempo, la escritura del poema quiere oxidarse y enmohecerse como la pintura descascarada bajo la lluvia. Y es en ese momento que la literatura se aproxima a la pintura como su pintura se aproxima a la escritura: se vuelve grafismo.

No quisiera dejar de recordar aquí a Henri Michaux y sus “grafías abstractas”, que simulan ideogramas chinos o alfabetos perdidos; ese tipo de grafía tiene algo de escrita con las uñas, de “rasguñado”. La palabra expresa ese desasosiego que causa un mundo frío, expresión que creo que representa mejor lo que ocurre en el arte, que el concepto de un mundo líquido utilizado por Baumann para describir lo que ocurre. La misma expresión “arde el aire” me parece que expresa ese quemarse en frío. Todos sabemos que lo que se quema en la hoguera es aire, sin él no habría ignición, pero el aire es también nuestra respiración, la de la buena poesía que escribe Pierre-Yves Soucy.