Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 23 de octubre de 2011 Num: 868

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora bifronte
Jair Cortés

Alejandra (fragmento)
Inés Ferrero

Leonora, indómita yegua
Adrián Curiel Rivera

La ciencia física en los Panamericanos
Norma Ávila Jiménez

México: violencia e identidad
Ricardo Guzmán Wolffer

En la gran ruta
Marco Antonio Campos

Leer

Columnas:
Prosa-ismos
Orlando Ortiz

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


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Enrique López Aguilar
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Memorias y exilio: Carlos Blanco Aguinaga

Antes dije, respecto a las memorias, que “en general, el hecho escritural de las mismas suele ocurrir al final” de las vidas de sus autores. Ahora, dicha afirmación me parece apresurada. Si lo característico del género es la selección de algún período del pasado para relatarlo, en realidad no importa la edad del autor en el momento en que se decide a emprender el rescate verbal de esas historias personales. Como prueba inmediata de lo que llevo dicho, para efectos de los poetas hispanomexicanos, es que Enrique de Rivas publicó su Cuando acabe la guerra en 1992, pero había concluido la obra varios años antes; lo mismo cabe decir de los dos libros éditos de seudomemorias de Angelina Muñiz-Huberman, publicados en 1995 y 2001. Más bien debería decirse que es en la madurez de un autor cuando ocurre la intención de escribir memorias, donde la palabra “madurez” no necesariamente tiene que ver con la edad cronológica, sino con un proceso interno absolutamente personal.

A diferencia de los libros de memorias de Enrique de Rivas y Federico Patán, y los de seudomemorias de Angelina Muñiz-Huberman, los escritos por Carlos Blanco Aguinaga (Irún, 1926) se sumergen claramente en la autobiografía: Por el mundo (2007) y De mal asiento (2010). El arranque del primer libro lo sugiere: “Claro que de muy pequeño, tres, cuatro, cinco años, no me acuerdo de casi nada. Pero sí –para siempre– de mi calle, la calle Santiago de Irún.”  El final del segundo lo confirma:  “Así es que lo mío, como lo de mis compañeros de generación de México, ha sido y es el limbo histórico. Afortunadamente, en mi caso, cobijado por quehaceres satisfactorios y un positivo entorno familiar, así como político y de amigos; entorno en el que –como diría mi cuate Salvador Armendares, como diría la malograda Isabel Romero– todo al parecer me ha sonreído. Un exilio afortunado el mío, según me dijeron en un atardecer de Barcelona José Manuel Blecua y Claudio Guillén. O sea que, como se dice en México para resumir cualquier situación:  ‘Así es.’ Una frase como cualquier otra para aceptar lo que ya no tiene remedio.”

Los dos volúmenes escritos por el infatigable Blanco Aguinaga fluyen desde los recuerdos lejanos que se le aparecen al autor como imágenes o impresiones borrosas, hasta los hechos más recientes. Entre ambos extremos se intercalan comentarios y reflexiones de toda índole alrededor de aventuras infantiles, juveniles y adultas; de peripecias dolorosas y felices; de encuentros y desencuentros con toda clase de personajes; de confesiones y pudores; de visiones remotas de una España perdida y una itineración que recaló en México y Estados Unidos, pero que no eludió diversos viajes por incontables latitudes; de un permanente compromiso político con la izquierda… Todo eso contado con un estilo ágil y sabroso, de prosista probado en las lides de la novela y el ensayo.

El título De mal asiento (cita de la frase peninsular  “culo de mal asiento”) podría ser el título general para ambos libros, considerado el temperamento nervioso de Blanco Aguinaga, casi semejante al de Odiseo. En España se llama culo de mal asiento a la persona excesivamente inquieta, que cambia constantemente de lugar, ocupación o idea, no obstante que la expresión no aluda a las posaderas de ninguna persona (sobra decir que, en España, la palabra “culo” designa a las “nalgas”, a diferencia del uso mexicano), sino a la comparación con una vasija que, por su fondo irregular, no se asienta bien sobre la superficie en que reposa y, por ello, se menea o muestra inestable. Mas la explicación no debe propiciar errores: Blanco Aguinaga no ha sido inestable ni ideológica ni profesionalmente: su “mal asiento” se explica sólo por su condición perpetuamente nomádica: 597 páginas autobiográficas impresas así lo declaran.

¿Por qué una autobiografía en lugar de unas memorias? Por la conciencia aventurera y singular de la propia vida, porque se posee una expresión personal en la voz narrativa… ¿No tiene la única parte conocida de Vivir para contarla, de García Márquez, un ímpetu de cuestiones que ya se novelizaron previamente? El desfile de circunstancias históricas y de personajes cercanos a Blanco Aguinaga es tan amplio que su mera ennumeración sería un catálogo de Historia, una novela actualizada de Salgari, el envidioso azoro de los sedentarios, el catálogo de un largo índice onomástico.

Los nepantlas (“tierra de en medio”), en los que se reconoce Carlos Blanco Aguinaga, son tan prójimos suyos como los arrebatos de ese su mal asiento, desde el que escribe.