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El músico y escritor canadiense recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Letras

La poesía no se sabe de dónde viene; quizá de un sitio que nadie conquista: Cohen

He acudido a Oviedo para expresar otra dimensión de la gratitud, manifestó el galardonado

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Leonard Cohen llora de emoción. La imagen fue captada en Oviedo, ayer, durante la entrega de los premios Príncipe de AsturiasFoto Reuters
Corresponsal
Periódico La Jornada
Sábado 22 de octubre de 2011, p. 6

Madrid, 21 de octubre. Leonard Cohen, con su voz mítica y profundidad de palabra, emocionó como pocos en el Teatro Campoamor de Oviedo, donde cada año se entregan los premios Príncipe de Asturias.

“La poesía –se preguntó– no se sabe de dónde viene, probablemente de un lugar que nadie controla, que nadie conquista”, señaló en un discurso improvisado en el que también agradeció, fiel a su ascetismo budista, al Sol, a la Tierra, a la fragancia de la madera viva...

El músico, poeta y novelista canadiense evocó pasajes de su infancia y los viajes iniciáticos en el mundo de la poesía para hilvanar un discurso plagado de sabiduría y emoción.

El aplauso cerrado y emocionado del público fue el calibrador de lo hondo del mensaje de Cohen.

En primer lugar, el galardonado reconoció que pasó la noche en vela, pensando qué decir mientras agotaba las reservas de chocolate y cacahuates del minibar del hotel.

Y finalmente sintió el hallazgo, la luz: He venido aquí para expresar otra dimensión de la gratitud.

Un agradecimiento alejado del compromiso académico, de las formalidades sociales y de los lugares comunes. Y de entrada se preguntó sobre el motivo por el que le habían concedido el Príncipe de Asturias de las Letras, su poesía que, convertida en canción, ha influido en tres generaciones de todo el mundo, a través de la creación de un imaginario sentimental. Y en la que el paso del tiempo, las relaciones amorosas, la tradición mística de Oriente y Occidente y la vida contada como una balada interminable configuran una obra identificada con unos momentos de cambio decisivo a finales del siglo XX y principios del XXI, según el acta del jurado que le concedió el galardón.

Pero Cohen, vestido de negro, explicó que la poesía es ambigua y difícil de explicar. Siempre he tenido mucha ambigüedad sobre la poesía, que no se sabe de dónde viene, probablemente de un lugar que nadie controla, que nadie conquista. Simplemente viene, así que es difícil aceptar un premio de algo que no controlas.

Recordó que uno de sus días en los que, en su casa de Los Ángeles, pensaba sobre las razones de voz poética fue a buscar, casi por inercia, una guitarra fabricada en España de la marca Conde, que había comprado hace más de 40 años y que le sorprendió por su ligereza, pero sobre todo porque al ponérsela en la cara, mirarla con detenimiento y olerla con intensidad descubrió que olía a la fragancia de la madera viva, al cedro fresco que nunca muere, que siempre vive y que parecía como si fuera el primer día de su existencia.

Ese episodio lo describió como una voz que le recordó dos cosas: que era ya viejo y que aún no había dado las gracias al suelo, a la tierra, al origen de la fragancia de la madera viva, a este pueblo que me ha dado tanto, porque un hombre no es un número de documento o de filiación, un hombre son recuerdos, olores, sensaciones...

Después, Cohen narró una anécdota personal, que nunca había contado en público y que explica, de alguna manera, el origen de su música, de su voz poética:

“Un día, a principios de los 70, estaba en casa de su madre y en una pista de tenis se encontró a un joven tocando una guitarra flamenca, que además estaba rodeado de dos o tres chicas que escuchaban atentamente.

“Él se unió para escuchar, pensando que era incapaz de lograr esos acordes, pero después se hizo el silencio y Cohen aprovechó para pedirle al joven clases de guitarra.

“Era un joven de España, con el que se entendía en francés. Al día siguiente vino y me dijo que tocara algo. La afinó, me enseñó seis acordes y yo los toqué de forma desastrosa.

“Al día siguiente me puso las manos en la guitarra y empecé de nuevo tocar los seis acordes que me había enseñado y ese día todo fue un poco mejor. Al tercer día volvió a mejorar la cosa. Pero al día siguiente no vino. Yo tenía el número de la pensión en la que estaba quedándose en Montreal, así que le llamé y me dijeron que se había suicidado la noche anterior. Y me di cuenta que yo no sa-bía nada de él, desconocía porque estaba en Montreal, por qué se había quitado la vida. Me quede muy triste, pero ahora estoy contando algo que nunca había hecho en público, porque esos seis acordes han sido la base de todas mis canciones, de toda mi música y ahora podrán comenzar a entender las dimensiones de la gratitud que yo tengo a este país y a esta cultura. Todo lo que encuentren favorable en mis canciones, en mis poesías, están inspirados en esta tierra.

Mi obra es suya. Sólo me han permitido poner la firma en la última página, señaló un Cohen emocionado, que provocó una de las ovaciones más entrañables en la larga historia de los premios.

Premio a científico mexicano

En la ceremonia también habló el director de orquesta y músico italiano Riccardo Mutti (las Artes), quien afirmó que su tarea como músico no sólo consiste en demostrar si soy capaz de dirigir una obra de Verdi o de Strauss; también consiste en conseguir que la música lleve a la belleza y a la fraternidad.

Después vino la entrega de los premios a todos los galardonados: Bill Drayton (Cooperación Internacional); Howard Gardner (Ciencias Sociales); la sociedad científica The Royal Society (Comunicación y Humanidades); los neurobiólogos Joseph Altman, el mexicano Arturo Álvarez-Buylla y Giacomo Rizzolatti (Investigación Científica y Técnica); Haile Gebrselassie (Deportes) y los héroes de Fukushima (Concordia).