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Ver día anteriorLunes 10 de octubre de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Lecciones de la medalla
L

a medalla Belisario Domínguez es un reconocimiento del Senado a ciudadanos, hombres o mujeres, que por su dedicación a la ciencia, al estudio, a las letras o a otras actividades se señalen como patriotas eminentes o servidores ejemplares de la Patria o la humanidad.

La primera medalla, se otorgó en 1954, hace ya más de medio siglo, a la profesora Rosaura Zapata, educadora e impulsora en nuestro país de los jardines de niños; otras preseas se han entregado también a maestros como Erasmo Castellanos Quinto e Ignacio Chávez; a artistas como el Dr. Atl o antropólogos como Gonzalo Aguirre Beltrán; a viejos revolucionarios, entre ellos Raúl Madero, Antonio Díaz Soto y Gama y Heriberto Jara. Más recientemente, los partidos políticos tomaron la moda de distribuir las medallas entre personajes propuestos por ellos, más o menos equitativamente. Los reconocimientos han recaído así en el doctor Jesús Kumate y en don Luis H. Álvarez; hoy le tocó al ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano.

Es con motivo de esta más reciente aprobación que no podemos menos que lamentar algunos detalles y contingencias del proceso y, de paso, ver si es posible sacar alguna lección de la disputa acerca de a quién, cómo y cuándo se recibirá la pieza de oro acuñada con la efigie del mártir chiapaneco don Belisario Domínguez.

No puede haber, si atendemos las crónicas periodísticas, un símbolo mejor de descomposición política que el proceso que culminará con la ceremonia formal del reconocimiento, sin duda merecido al ingeniero Cárdenas, pero cuyo camino para llegar a ese punto culminante es un catálogo de equívocos y vicios que, en lo pequeño, revelan lo que en lo grande sucede en la vida parlamentaria de nuestro país, que debiera ser democrática, republicada y transparente y que en la práctica es oligárquica, velada y tortuosa.

La medalla se entregará, primer punto reprobable, cuando la agenda del Presidente lo permita, no en la fecha tradicional que rememora el asesinato de Belisario Domínguez; esto es, el Senado que nos representa, que debiera ser un poder autónomo que equilibra y contiene al Ejecutivo, se pliega al interés y al tiempo de quien lo encabeza.

La medalla se entrega, también, no a quienes los senadores eligen libremente en votación entre iguales y después de sopesar cualidades y méritos; quienes determinan qué ciudadana o ciudadano debe recibirla son un grupo cupular, integrado por la burbuja de los grupos parlamentarios, que entre ellos negocian sobre la oportunidad política de a quién otorgarla y sobre las ventajas o contraprestaciones que pueden obtener al otorgar su anuencia y algunas otras razones, que los simples particulares no alcanzamos a vislumbrar, pues las negociaciones no son precisamente a la luz del día. Al votar, los senadores lo hacen no por quien ellos en su fuero interno hubieran preferido, sino por quien les indica su coordinador, por ser conveniente para los intereses del partido o de la facción de que forman parte.

El mecanismo usado en este caso, y por supuesto en otros muchos más trascendentes, va contra principios elementales del derecho parlamentario. En primer lugar contraviene el principio de igualdad, puesto que si bien en la ley todos los votos de los legisladores son iguales, en la práctica hay opiniones que avasallan a las demás. En segundo lugar, el procedimiento ignora o no valora debidamente la importancia del voto secreto que debe usarse cuando es necesario optar por personas.

El voto abierto, de viva voz o cotejable en los tableros electrónicos, es el adecuado para las decisiones material y formalmente legislativas, pero no es el mejor para escoger entre varios candidatos, sin duda todos con méritos y todos también, sin duda, con puntos negativos. En el caso, se trata de un reconocimiento honorífico, pero el voto secreto debe usarse también cuando se designa a un parlamentario para una comisión o cargo, o cuando se nombra un funcionario de la administración, ejemplo oficial mayor o tesorero. En estos casos, las reglas del Poder Legislativo autorizan y yo diría recomiendan el voto secreto.

El procedimiento recomendable en estos casos es proporcionar a todos los que van a votar información suficiente sobre los candidatos, eventualmente escucharlos a ellos mismos y después abrir el debate de oradores en favor de los propuestos para, finalmente, votar en papeletas que se depositan en una urna.

Último comentario sobre el tema; Belisario Domínguez murió por su valor civil, por haber tenido la decisión de enfrentarse con su voz y su opinión a una dictadura militar que finalmente lo sacrificó. Sin restar mérito al ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas, ni mucho menos, hubiera preferido que nuestros senadores escogieran a doña Rosario Ibarra de Piedra, quien a lo largo de muchos años ha acusado, exigido, reclamado y apostrofado a ya siete presidentes, muy poderosos, y algunos de ellos arbitrarios y rencorosos.