Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 9 de octubre de 2011 Num: 866

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El sexenio sangriento
Amalia Rivera entrevista
con James D. Cockcroft

El documental, ventana
de ventanas

Jaimeduardo García entrevista
con Raúl Fajardo

Diálogos entre Joyce, Boulez, Berio y Cage
Carlos Pineda

Daniel Sada: el resto
es coser y cantar

José María Espinasa

Fraternidad, la idea olvidada de Occidente
Fabrizio Andreella

La piel de la palabra
Luis Rafael Sánchez

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
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Páramo de espejos

Alejandra Atala


El camino de las casas cansadas,
Walter Jay,
Jus,
México, 2011.

Muerte sin fin. Angustia. “Oh inteligencia, páramo de espejos!”, emite J. Gorostiza (Villahermosa, Tabasco, 1901-1973). “Las casas/ se suceden: se levantan y caen, se derrumban, se amplían, se trasladan,/ se destruyen”, T. S. Eliot (St. Louis Missouri, 1888- Londres, 1965) deja oír la voz del tiempo, en sus Cuatro cuartetos y cuatro son las calles, cuatro son las que forman un camino de cruz y silencio de ese pueblo enclavado entre las montañas de un lugar de México, en donde Walter Jay ambienta su obra El camino de las casas cansadas. ¿Comala? No, aunque pareciera que Gabito habitara ya, de antemano, en esas regiones en las que se interna el hijo de Pedro Páramo, abiertas al misterio mexicano, callado, ahogado y melancólico como dice el poeta Paz, en donde todo aquel enojo o tristeza o dolor que se calla se va hacia adentro y va minando al ser hasta acabarlo, porque no dice, porque no habla, porque no estalla, se traga su amenaza y en ella se convierte letalmente.

Como si perteneciera a esa lejana historia, Jay se adentra en el realismo de la magia de su propia Comala en donde borda los realces de su obra en sentido opuesto, pues en el caso de Juan Rulfo los muertos hablan y van refiriendo sendas historias que van dando aportaciones a su búsqueda. Aquí, en El camino de las casas cansadas, Walter Jay toma el camino de ida y vuelta y anda, como apunta el niño yuntero, Miguel Hernández (1910 -1942), “sobre rastrojos de difuntos”, entre los seres que deambulan en el pueblo, extirpados de la posibilidad de palabras.

Después de dos obras de teatro, Mujeres al desnudo y Lo que deseo de ti, el escritor Walter Jay (México, DF, 1977) trae a la luz su primera novela: El camino de las casas cansadas. Licenciado en psicología, el también actor, tiende sobre la aridez del silencio nudo, la trama de la historia que refiere, que no es sino la del único ser de la comarca que en un instante despierta “ocurre, nada más, madura, cae/ sencillamente/ como la edad, el fruto y la catástrofe”, diría j. Gorostiza, del letargo existencial y va en pos de aquello que llenará el vacío, el hambre que siente quien abre los ojos después de un largo sueño –o de sueños recurrentes, en este caso–, para ir por el pan de su propia historia a través de treintaiséis capítulos que se tienden en la línea de un tiempo que escapa al tiempo del olvido.

Ausencia, abandono, incertidumbre, se ciernen en la angustia que va ejerciendo el camino, la búsqueda de Gabito, una nostalgia que lo muerde y que le habla de un bien que no conoció, pero que sabe, como conocimiento infuso, que le pertenece.

Vida- muerte, muerte-vida, de qué lado se está. “Y siento más tu muerte que mi vida”, continuaría M. Hernández en su “Elegía”, ahondando en los veneros psíquicos que el escritor Jay va plasmando con sutiles pinceladas en un lenguaje sencillo y en esa primera persona que hace cómplice, desde el arranque, a quien toma el libro en sus manos. Cansadas están las casas habitadas por el silencio. Las casas, los templos, las habitaciones vacías, que son los otros personajes, personas colmadas de vacío espectral que dan en la frente de Gabito, como un páramo de espejos.


Fabular vidas ajenas

Gerardo Bustamante Bermúdez


Cartas ajenas. La obsesión de cambiar la vida de los otros,
Geney Beltrán Félix,
Ediciones B,,
México, 2011.

Marioralio, el protagonista de la novela Cartas ajenas del narrador, editor y crítico literario, Geney Beltrán Félix (Culiacán, Sinaloa, 1976) es un personaje atrapado entre el vacío de la memoria y la necesidad por inventarse o descubrirse una vida. Se trata de la primera novela de este autor, después de los libros Habla de lo que sabes (cuentos, 2009) y El sueño no es un refugio sino un arma (ensayos críticos, 2009).

En Cartas ajenas el personaje de Marioralio se desempeña como empleado de correos; su vida monótona queda interrumpida por la sensación de saberse sin historia. La mirada que sus compañeros de trabajo tienen sobre él es la de un sujeto anodino, autómata y casi vegetal. Un día decide interesarse por el contenido de algunas cartas que extrae de la oficina y con las cuales comienza a involucrarse. En las misivas se le van relevando las vidas caóticas y azarosas con las que se identifica, pues a través de la escritura a Marioralio se le evocan vivencias pasionales, familiares, culpas e intrigas de las que se siente parte, pues estas experiencias le son casi ajenas a su pasado.

Por las cartas ajenas desfilan personajes culposos, patéticos y hasta abyectos: un editor adúltero que le escribe cartas a su amante fallecida en un accidente; una joven vulnerable; el anciano moribundo Lauro Gumersindo que le escribe cartas a su hijo en el extranjero y de quien no sabe nada desde hace treinta años. Se trata de un mosaico de vidas y encuentros con los que el protagonista de esta dinámica novela se involucra; ingresar a la intimidad del otro e incluso seguir la geografía de los personajes es una necesidad del protagonista.

La buhardilla de Marioralio sirve para indagar en las vivencias de otros e incluso completa o fabula sus historias. Este lugar se convierte en el depositario de secretos; destinatarios y remitentes se convierten en su familia, pues el sentimiento de orfandad caracteriza la vida de este personaje. A través de la escritura de los otros, el protagonista ingresa a la intimidad de una gama de personajes grises, seres de la realidad cotidiana, envueltos pos peligros, secretos, remordimientos y odios. La novela puede ser una evocación a la escritura epistolar que en estos tiempos ya se anuncia como extraña.

Por la novela desfilan, aunque sólo como escenario de fondo, la violencia en las calles, la aparición de bandas delictivas y las sectas fanáticas que involucran al protagonista, quien al final profiere un discurso casi apocalíptico en donde aterriza una ideología que se revela frente a las conspiraciones e injusticias.