Sarayacu, Ecuador 2011

El camino de la sal

Antes, hace unos 150 años todavía, los kichwa de Sarayaku en la Amazonía ecuatoriana hacían el viaje en largas canoas movidas con pértigas o “palancas” a la Amazonía peruana, a conseguir sal y plantas medicinales, llevando en ocasiones caucho para intercambiar. Iban, sabiendo que podían asaltarlos los mulatos que estaban en guerra con los kichwas y quéchuas, e incluso ser tomados como esclavos y ser vendidos en las monterías. Allá, los pueblos que sabían dónde hallar la sal iban por ella haciendo ceremonias y rituales pues si no se le pagaba a la tierra sobrevendrían lluvias o enfermedades. Entre los obstáculos que debían remontar había parajes difíciles, como el cerro conocido como Camino del Viento —que hay que cruzar con respeto y aguantar el embate del aire y los relámpagos.

Al llegar, dicen los quéchua-lamas “peruanos”, todos los kichwa-quéchua veíamos las rocas de sal como con forma humana, y había que podar esta sal, y cosecharla, de estatuas enormes que vuelven a crecer.

En la antigua relación de ambos pueblos, el viaje por río podía durar hasta seis meses. Lo importante no era la sal en sí misma —por más indispensable que fuera— sino el saber antiguo de hacer viaje, el camino, el barrido del territorio, la relación entre las gentes.

Por supuesto ambos gobiernos (el de Ecuador y el de Perú) combatieron el uso de esa sal mineral alegando que propiciaba el crecimiento del bocio entre los pobladores y, claro, todo para evitar la competencia e impulsar la explotación comercial. Hoy los kichwa ecuatorianos no hacen el viaje pero los peruanos van redescubriendo otras rutas para llegar a la sal, toda vez que el gobierno cerró y controló mediante puestos militares el antiguo camino a la sal (o de plano cortó los trayectos desviando los torrentes).

Los retenes fronterizos entre Perú y Ecuador se hicieron más y más estrictos hasta que la guerra de El Chaco dejó la frontera totalmente cerrada.

RVH