Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 25 de septiembre de 2011 Num: 864

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora Bifronte
Jair Cortés

Dakar
Francisco Martínez Negrete

Las fuentes Wallace
Vilma Fuentes

Mayúsculo que
es minúsculo

Emiliano Becerril Silva

De formato mayor
Juan G. Puga entrevista
con Pablo Martínez

Ricardo Martínez,
un proceso creativo

Ricardo Martínez
nos observa

Juan G. Puga

El error cultural y las facultades musicales
Julio Mendívil

Leer

Columnas:
Prosa-ismos
Orlando Ortiz

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
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Mayúsculo
que es minúsculo

Emiliano Becerril Silva

Dios puso a los arquitectos para que inventaran palabras como fuste y a los poetas para que la usaran a la hora de describir unas pantorrillas bien puestas, pero aún no se sabe a quién puso para escribir su nombre. Así, algunos redactan dios con minúscula, mientras que otros escriben Dios con mayúscula: los primeros lo hacen por pura mecánica, o porque probablemente no están bautizados, y los segundos lo hacen por antonomasia, porque así apareció en la biblia, La Biblia, porque así lo aprendieron y porque nunca ideologizaron la palabra o no se preguntaron qué implicaría hacerlo. Y es que si nos rigiéramos por los dioses del Olimpo, por ejemplo, la palabra dios se escribiría con minúscula, y quienes llevarían la mayúscula serían Zeus, Hermes, Afrodita y Apolo; si fuéramos del islam, probablemente también escribiríamos dios con minúscula, para cederle la mayúscula a Alá, el nombre, el verdadero merecedor del título mayúsculo en esa religión; y lo mismo sucedería con muchas otras religiones, excepto, claro, con la católica, donde decirle adiós a Dios para saludar a dios está difícil, puesto que en los países católicos de lengua hispana Dios se escribe con mayúscula. Esto porque no es un concepto, por lo menos no solamente, sino un Nombre, el nombre propio de un hombre que en realidad son cuatro palabras –Padre, Hijo y Espíritu Santo– que tampoco son nombres pero que son mayúsculas. Básicamente, se trata de una especie de sinécdoque no es otra cosa que un apañón demagógico con el que la lengua de Castilla monopoliza la palabra; es decir: Dios se escribe con mayúscula porque es Dios y es católico; mientras que dios, el dios de la minúscula, es todos los demás; es el dios de todos los demás y el de las otras religiones. Y a partir de ahí, dicho sea de paso, se desenvuelve una lógica especialmente congruente: la minifalda es inaceptable porque no puede ser minúscula: la Letra tampoco, la de Dios, que debe ser mayúscula. Y es que las mayúsculas siempre han tenido eso: meten ruido, dan peso, son egomaníacas. Por eso no es de extrañar que en documentos oficiales se digan cosas como: “El Jefe de Gobierno propuso un Decreto a partir del cual se hará el Trabajo Final (TF) para el Diseño de la Discusión Anual de Presupuesto (DAP)”; todas mayúsculas innecesarias pero, por supuesto, “oficiales”, reverenciales y muy a “la Dios”. Los documentos “oficiales” pecan de eso, creen en la alabanza de la mayúscula e imponen una especie de autoestima exacerbada en la cual todo es religiosa y contundentemente incuestionable (esto, sin mencionar el estilo de lo políticamente correcto, que lo único que logra es llenar de curvas incómodas la lectura, al más puro estilo de: “Los y las servidores y servidoras públicas y públicos se sumaron a lo manifestado por los y las… etcétera). De ahí que en las reuniones entre el Papa y el Presidente, por mayúsculas, los líderes terminen estirando el cuello y sobre todo la mano para recibir un beso papal, que no de dios; y en las reuniones futboleras los argentinos estiren el orgullo por haber estirado la mano para meter ese gol y su Mano de Dios, que tiene más mayúsculas que la mano de Dios del fresco de Miguel Ángel en el Vaticano. Para los alemanes, no obstante, la cosa es un poco más equitativa, porque en la lengua teutona usan la mayúscula cada vez que aparece un sustantivo, del tipo que sea (en español sólo se utiliza cuando el sustantivo es nombre propio), sin ninguna preferencia, y así la letra sube sin importar de qué diablos, dios o religión, se esté hablando. Los alemanes le dicen Silla a la silla, Libro al libro y Dios a dios y, ahí sí, a dios y a Dios: Gott. Pero quizás esa también sea una dinámica que implique sus hartazgos, como el de la escritora austríaca Kathrin Röggla, a quien a veces le da por escribir todo con minúsculas, como en su cuento “así no se puede ganar dinero” o su novela really ground zero. Las mayúsculas tienen un peso, algunos abusan de él y otros, como el polaco Witold Gombrowicz, escriben jugando con ellas, desarticulando o rearticulando el orden de lo mayúsculo. En Trans-Atlántico, el ex paisano del ex Papa Juan Pablo II utiliza un criterio que contrapuntea constantemente su narración con las mayúsculas, dándole un vaivén al texto a partir de la innegable fuerza de éstas: “Detrás de los Corrales, los estanques y el Bosque: Gritos, aullidos horribles, Zurran, Degüellan, imploran Merced, no obtienen perdón, sólo los Demonios saben.” Y es que los Demonios de Gombrowicz tienen que ver justamente con una Polonia dislocada, y por eso lo más importante de Trans-Atlántico es, en palabras del polaco, que conquista “la libertad en lo referente a la forma polaca”; y luego, agregaría yo, conquista la libertad en lo referente a la(s) forma(s) en general, a lo impuesto, de ahí los jaloneos formales entre mayúsculas y minúsculas. Así que, con todo respeto, y pese a la discordancia de muchos, seguiré escribiendo dios con minúscula hasta que alguien me lo presente personalmente, o por lo menos me diga dónde vive. Escribiré dios con mayúscula sólo si esa palabra deja de ser concepto para volverse persona (persona física, y no “mencionada”); si aparece después de un punto o al comienzo de un párrafo; si aparecen unas tablas extrañas en el buró de mi cama, o si, de plano, aparece una mucama en la cama de mi buró.