Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 18 de septiembre de 2011 Num: 863

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El diario de Petrini
Orlando Monsalve

Escucha a los niños
Takis Varvitsiotis

Tres poemas
Nebojsa Vasovic

Germinar de la mirada
Ricardo Venegas entrevista
con Guillermo Monroy

Tradiciones que no se
han de cuestionar

Alessandra Galimberti

Raúl Flores Canelo y
el Ballet Independiente

Norma Ávila Jiménez

¡Indígnense!
Stéphane Hessel

Hessel y su siglo
Luis Tovar

Columnas:
La Casa Sosegada
Javier Sicilia

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Corporal
Manuel Stephens

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Alonso Arreola
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De nanomúsica

Y empieza el odioso “run run”... Normalmente se trata de la escala pentatónica. Si es mayor: tónica, segunda, tercera, quinta y sexta. Si es menor: tónica, tercera, cuarta, quinta y séptima. Incluso puede aparecer la blue note (esa quinta disminuida que convierte a las pentatónicas en escalas de blues). Intervalos resonando en la cabeza formando una improvisación histérica que obliga a levantarse de la cama y comenzar el día por temprano que sea, por mucho que nos hayamos desvelado y la cruda nos aplaste. Eso pasa, la mayoría de las veces, después de un día de concierto; como si algo en el cerebro quisiera continuar, como una inercia que arrastra a la superficie las últimas ocurrencias melódicas que no alcanzaron a llegar a la fiesta de las manos y sus instrumentos.

¿Vale la pena hablar de esa otra música, la que nunca sonará en el aire, la que ocurre como pensamiento sin convertirse en balbuceo o silbido; ésa que yace en el universo intangible de las ideas, incluso en las células, en la vibración de sus membranas? Creemos que sí. Nos parece atrayente esta música sin intención de ser música que, organizada y continua, vive piel adentro para cumplir funciones específicas que nos hacen sobrevivir. A encontrar sus huellas se han abocado desde hace una década algunos de los más grandes nanocientíficos (exploradores de lo diminuto), como el investigador escocés James Gimzewski, quien ha dedicado su vida a explorar la física y la química de las moléculas y células, incursionando en el campo de la medicina y, ahora, de la biomúsica o sonocytology.

Experto de la Universidad de California, Gimzewski centró su atención en la membrana que delimita las células suponiendo que su vibración debería producir algún sonido, como sucede con las membranas de los altavoces en los equipos de música. Con un sensor pequeñísimo registró el resultado en un formato digital y lo amplificó hasta hacerlo perceptible al oído humano: “Escuchar la membrana celular es como poner la oreja en el muro de una fábrica: se oye el funcionamiento de los mecanismos internos”, ha dicho en entrevistas.

Si pensamos que para muchos teóricos la música es simplemente “sonido organizado”, estas vibraciones regulares representan una mini partitura susceptible de escribirse en pentagrama. Según ha dicho Gimzewski, la primera célula que pudo escuchar fue una de levadura cuyo tono se ubica muy cerca de la nota Do Sostenido, pero cuya frecuencia (velocidad de onda) podía cambiar dependiendo su temperatura o salud. Así es: suena distinta una célula sana que una enferma, lo cual abre las puertas a un futuro en donde podrán escucharse enfermedades como el cáncer, y más aún, donde podrán combatirse con otros sonidos que las nulifiquen.

La forma como este científico logró sus grabaciones es casi incomprensible para la mayoría de nosotros. Con la ayuda de uno de sus estudiantes graduados, Andrew Pelling, Gimzewski modificó un Microscopio de Fuerza Atómica (afm por sus siglas en inglés) para convertirlo en un micrófono. Sus hallazgos se publicaron por vez primera en la revista Science durante 2004 y, desde entonces, su nombre no ha dejado de aparecer en los más prestigiados medios –especializados o no– cuando se habla de, literalmente, “lo más pequeño”.

Al visitar su sitio en internet dos cosas llaman la atención: una es el epígrafe de Albert Einstein en donde sobresale la frase:  “La imaginación es más importante que el conocimiento.” La segunda es la descripción del proyecto Blue Morph, desarrollado junto con la artista Victoria Vesna:  “Una instalación interactiva que utiliza imágenes a escala nano y sonidos derivados de la metamorfosis de una oruga en una mariposa […] El sonido se ha grabado midiendo el movimiento de la superficie de la crisálida a través de microscopía de fuerza atómica (AFM) durante la transformación de un estado de desarrollo a otro.” Esto significa que gracias a la más extrema intrusión podemos ver lo invisible y escuchar lo inaudible; podemos entender que el azul de estos insectos no viene de pigmentos sino de nanoestructuras orgánicas con sonido.

Con ello queda claro que el rastro sónico persiste como la máxima prueba de vida dentro y fuera del planeta. De lo más grande a lo más pequeño, del sonido del Big Bang –registrado hace años– al de las vibraciones en el ala de una mariposa, el oído del hombre hoy vive sus mayores privilegios gracias a la tecnología. Lástima que al mismo tiempo se vea inundado por tantos disparos y gritos y explosiones y...