Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 11 de septiembre de 2011 Num: 862

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora Bifronte
Jair Cortés

Dos narradores

La desaparición de
las humanidades

Gabriel Vargas Lozano

En Washington se
habla inglés

Hjalmar Flax

Una historia de Trotski
Paulina Tercero entrevista
con Leonardo Padura

Borges: la inmortalidad como destino
Carlos Yusti

Cantinflas, sinsentido popular y sinsentido culto
Ricardo Bada

Cantinflas: los orígenes
de la carpa

Carlos Bonfil

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

Naief Yehya
[email protected]

El fin del régimen de Kadafi

Un giro casi inesperado

Cuando parecía que el régimen de Kadafi sobreviviría a los incesantes bombardeos de la OTAN y los caóticos ataques de los rebeldes, por lo menos para terminar el año, la guerra, como suele suceder con cualquier guerra, dio un giro inesperado y el gobierno de Trípoli se colapsó. La guerra no duró unos cuantos días, como prometió Obama haciéndose eco del secretario de la Defensa del gobierno de Bush, Donald Rumsfeld; sin embargo, parece seguir el mismo patrón de las otras “guerras contra el terror” de la era Bush, donde el régimen se colapsa relativamente rápido pero luego inicia una dolorosa y larga guerra civil. Kadafi huyó o se escondió con su familia, y cuando esto se escribe sigue haciendo llamados a los libios para defender Trípoli. Los rebeldes llegaron a la ciudad y a su palacio, el cual saquearon. Las fuerzas del orden se desintegraron, como sucedió en Afganistán e Irak, y hasta ahora no ha tenido lugar la esperada batalla final, aunque algunos batallones leales al líder siguen peleando en el barrio de Abu Salim. Finalmente, más de 7 mil 500 misiones de bombardeo a blancos gubernamentales y las deserciones de altos mandos, incluyendo algunos de los asociados más cercanos a Kadafi, terminaron por derrumbar al gobierno tras cuarenta y dos años de control total de la vida y la política libias.

La guerrita humanitaria liberal

Esta guerra dio la oportunidad a una serie de liberales que se habían manifestado en contra de las guerras de Bush de apoyar una guerra humanitaria. Ahora eran más demócratas los que aseguraban que ésta no era una guerra peleada por petróleo. Esta vez la ilusión del rescate de un pueblo de las garras de un dictador brutal fue inicialmente patrimonio exclusivo de eso que en Estados Unidos pasa por ser la izquierda. El profesor Juan Cole, uno de los analistas políticos del Medio Oriente más progresivos y agudos, es uno de tantos defensores de esta aventura militar que, según él, “fue una intervención legal de acuerdo con la ley internacional y autorizada por el Consejo de Seguridad de la ONU”. Ambos puntos son verdades a medias, ya que el C. S. de la ONU autorizó la protección de civiles en Bengasi, no la destrucción del ejército libio y la infraestructura del Estado con el pretexto de salvaguardar a la población. La imagen que se ha presentado del conflicto ha sido aún más esterilizada que la de las guerras anteriores. Una guerra entre un pueblo mal armado, peor entrenado y listo para morir por su libertad, y un dictador enloquecido, estrafalario y cruel (que desde el inicio del conflicto amenazó con aplastar a los insurrectos como ratas y cucarachas, y trajo mercenarios para masacrar a los rebeldes, una acusación que nunca fue comprobada cabalmente). Ver a Kadafi derrotado significa la liberación de un pueblo, pero también representa la muerte de un sueño, sin duda devaluado y corrompido, de una unión africana y árabe alternativa e independiente de las potencias coloniales.

Manos extrañas

Las cosas parecían sonreírle a Kadafi hace algunas semanas, cuando los cismas internos y los conflictos entre los rebeldes llevaron a alguien a asesinar al comandante y líder militar de la insurrección, Abdel Fatá Yunes, y a disolver la junta rebelde. No hay duda de que hay un elemento revolucionario en el levantamiento que concluyó con el derrocamiento del dictador, pero el apoyo de la OTAN y de batallones de élite británicos, estadunidenses y otros en tierra, por no hablar de los infaltables mercenarios y agentes de la CIA que operaban desde hace meses en el país, le da a este “cambio de régimen” un peligroso carácter de intervención extranjera. El Consejo Nacional de Transición (CNT), que fue reconocido de manera atropellada por una treintena de naciones como gobierno legítimo libio, es una curiosa y extraña alianza sin una clara línea ideológica ni un plan para negociar con las potencias que se involucraron en los bombardeos y que ahora exigen derechos y privilegios para explotar el petróleo libio.

Reconciliación o disolución

Probablemente el CNT pueda establecerse como el gobierno amplio y democrático que las potencias occidentales han querido imaginar. Es posible que esta frágil alianza de líderes tribales, activistas, militantes pro derechos humanos, víctimas y enemigos del régimen, desertores del gobierno y toda clase de oportunistas, incluyendo a los que cambiaron de bando en el último momento, logre organizarse, dejar atrás rencores y dedicarse a construir un país unido. Pero para esto deberán evitar venganzas políticas, castigos colectivos y discriminación de tribus, etnias y minorías. A juzgar por la manera en que el CNT se ha comportado, resulta difícil creer que alcancen esos altos ideales y es muy probable que, en vez de reconciliación, hagan estallar las contradicciones y odios que llevarán a esta nación a una larga y aterradora guerra civil.