Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 11 de septiembre de 2011 Num: 862

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora Bifronte
Jair Cortés

Dos narradores

La desaparición de
las humanidades

Gabriel Vargas Lozano

En Washington se
habla inglés

Hjalmar Flax

Una historia de Trotski
Paulina Tercero entrevista
con Leonardo Padura

Borges: la inmortalidad como destino
Carlos Yusti

Cantinflas, sinsentido popular y sinsentido culto
Ricardo Bada

Cantinflas: los orígenes
de la carpa

Carlos Bonfil

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Columnas:
Jornada de Poesía
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Paso a Retirarme
Ana García Bergua

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Alonso Arreola

Cinexcusas
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La Jornada Virtual
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Cantinflas: los orígenes de la carpa*


Ilustración de Juan Gabriel Puga

Carlos Bonfil

La carpa es la propuesta de diversión urbana que llega de las márgenes, de aquellas zonas a las que la precariedad aísla o, mejor, comunica intensamente consigo mismas. Allí, en jacalones de manta y madera mal cortada, en ghettos que se llamarán “ciudades perdidas”, en esa versión esperpéntica del teatro frívolo que es la carpa circense, surge el entretenimiento de los “pelados”, los parias de la moral satisfecha, los despojados de toda respetabilidad social. Al “pelado” se le ubica en los abismos del rencor de clase, en el territorio infrecuentable del mal gusto. Como indeseable personificación de la miseria urbana, no puede tener existencia escénica, y sólo se le percibe en el género chico como un elemento pintoresco, oscuramente delineado, mantenido a raya por la profilaxis del cliché.

En 1936, Samuel Ramos propone en El perfil del hombre y la cultura en México los rasgos distintivos del “pelado”:

Su nombre lo define con mucha exactitud. Es un individuo que lleva su alma al descubierto, sin que nada esconda sus más íntimos resortes. Detenta cínicamente ciertos impulsos elementales que otros hombres procuran disimular. El pelado pertenece a una fauna social de categoría ínfima y representa el desecho humano de la gran ciudad. En la jerarquía económica es menos que un proletario y en la intelectual un primitivo. La vida le ha sido hostil por todos lados, y su actitud ante ella es de un negro resentimiento. Es un ser de naturaleza explosiva cuyo trato es peligroso, porque estalla al roce más leve. Sus explosiones son verbales, y tienen como tema la afirmación de sí mismo en un lenguaje grosero y agresivo.

La carpa no recoge del todo las detonaciones humorísticas de la “peladez” (“gleba” o “chusma” para las familias bienpensantes, “pueblo” para los políticos). El humor es todavía pintoresco, concentrado en la agresividad sexual, tributario de las fórmulas aún eficaces del teatro de revista. Los chistes carperos buscan la originalidad en el manejo escénico del albur callejero y en la novedosa provocación del disparate verbal. Y en el seno de una carpa, La Valentina, surge, casi por azar, Cantinflas, el cómico que mejor encarnará la vitalidad del género.

El propio cómico se encargó de alimentar la confusión en cuanto al origen de su nombre. Otro tanto haría respecto a su fecha y lugar de nacimiento. Años después, él aportaría algunas precisiones:

Quisiera señalar exactamente cuándo nació Cantinflas, pero yo puedo asegurarles que nació conmigo, aunque muchos años después tomó forma gradualmente. En esa época, mis padres con grandes sacrificios habían conseguido ponerme en la escuela, pero yo me había escapado y era carpero, cantante y bailarín. Las carpas eran los teatros ambulantes que ya han ido desapareciendo y que se instalaban, por lo regular, en los barrios más pobres de la ciudad. Dentro de esas carpas, ya descoloridas y comidas por la polilla, las representaciones eran duras e ingratas; los espectadores eran más duros. La relación entre artista y público no era delicada ni sofisticada: si usted les gustaba, usted lo sabía. El público golpeaba en las bancas de madera, silbaba y vociferaba su aprobación; pero si no estaba con usted, podía recibir fácilmente un jitomatazo o una botella vacía. Fue entonces cuando Cantinflas aprendió a caminar: salí una noche y repentinamente sentí todo el impacto del miedo al escenario. Momentáneamente quedé paralizado por completo y fue entonces cuando Cantinflas tomó mi lugar y empezó a hablar. Habló, habló frenéticamente, enredadamente, sin sentido, tonterías, disparates, palabras confusas, incoherentes, sólo cualquier cosa antes que demostrar su miedo. Y dio resultado. Atolondrados por el sonido, perdido el equilibrio por la imposibilidad de entender lo que se decía, los espectadores estaban silenciosos.

El enigma onomástico ha quedado hoy resuelto. Fortino Mario Alfonso Moreno Reyes nace en el barrio de Santa María la Redonda, de Ciudad de México, el 12 de agosto de 1911. Desde muy joven destaca en el escenario de las pistas de baile, los billares, el boxeo y los ruedos taurinos. Su primer público entusiasta es la palomilla del barrio, entrona, metiche y dicharachera, que elige como “alma de la fiesta” al pícaro, al bueno para nada y para todo. El salto al mundo de las carpas ambulantes es inevitable. Mario Moreno, el extrovertido vagabundo, es un comediante en ciernes deseoso de hacerse de un público a como dé lugar.

Cadera caída y verbo enrevesado. La vestimenta del cómico y la lógica del disparate se ajustan y complementan. Un pantalón apenas ceñido por un cordón diez centímetros debajo de la cintura, un paliacate al cuello, la camisa harapienta, la gorra del “peladito”, el jirón de tela negra que presume de ser gabardina y, en momentos de apuro, la súbita revelación de un calzón de olanes. La simpatía del personaje, la hilaridad que de entrada provoca su atuendo, desactivan cualquier carga de menosprecio. Cantinflas, el pícaro, es el dueño absoluto de las situaciones: él anticipa los embates del interlocutor, los recibe con técnicas de pugilismo verbal y los reduce al absurdo:

Manuel Medel: Desde el balcón de mi indiferencia le arrojo a usted el látigo de mi desprecio.

Cantinflas: Del momento en que yo fui, ¿quién eres?, ¿por qué?, entonces, interpreta mi silencio.

De la película Águila o sol (Arcady Boytler, 1937).

Cantinflas trasciende el ámbito de la carpa, pasa al teatro de revista y al cine, y se consagra como héroe popular. En todo el proceso se afianza el arquetipo del “peladito”, y el diminutivo hace olvidar el carácter rijoso y pendenciero del pelado original, su vulgaridad irreductible, su presencia ubicua que es amenaza informulable. El sonriente eufemismo es la llave maestra que permite acceder al reconocimiento masivo donde se confunden sensibilidades y lealtades de clase. Ricos y pobres admiten gustosos verse satirizados por el gran mimo: los primeros le agradecen la confirmación respecto a la inagotable reserva afectiva de los desposeídos, y los segundos la posibilidad de reírse de las tribulaciones de los burgueses, cornudos acaudalados que no entienden a los pobres.

* Del libro Águila o sol, Las apariciones de Cantinflas (Conaculta, IMCINE, 1993).