Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 21 de agosto de 2011 Num: 859

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Al pie de la letra
Ernesto de la Peña

Dos poemas
Eleni Vakaló

2012: Venus, los mayas y
la verdadera catástrofe

Norma Ávila Jiménez

Castaneda: la práctica
del conocimiento

Xabier F. Coronado

Trotski en la penumbra
Gabriel García Higueras

Juan Soriano en Polonia
Vilma Fuentes

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
Javier Sicilia

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Corporal
Manuel Stephens

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Jorge Moch
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Bazofia, mercachifle y prevaricación

La televisión abierta mexicana es una industria boyante, lucrativa (y duopólico antagonismo al libre mercado que tanto preconiza). Televisa y TV Azteca (sobre todo la primera) son consorcios inmensos, sinónimos de inconmensurables fortunas. Pero no de ética, ni de decencia. Mucho menos de compromiso con su público. Tampoco de autocrítica ni de ganas de hacer una televisión que enriquezca el ideario colectivo de los mexicanos. Malamente, ya estamos acostumbrados a esas televisoras que son fábricas de mierda burdamente disfrazada siempre de otra cosa. Ya hicimos callo. Ya no molestan sus mentiras ni sus omisiones. Les permitimos que sus porquerías de programas sean nuestro tema de sobremesa, que nos atiborren de anuncios insufribles, de pésimos actores, de argumentos imbéciles, de comediantes barriobajeros. Pero lo que no tiene nombre, o lo tiene pero con tufo irrespirable, es que haya quien decide, en Televisa por ejemplo, producir un programa –al que mañosa y afectadamente se le llama “revista musical, de humor y entretenimiento”– en el que se pongan en escena parodias de humor vulgar, con alusiones sexuales y sexistas, y que propone como arte musical una tecnocumbia anorteñada o un bodrio reguetonero que sea bailado con poses erotizadas, con vestuario y escenografía de tugurio… pero con niños como intérpretes. Eso ya tiene tintes de algo criminal o, en el menor de los males, de mucho retorcimiento con visos de explotación laboral infantil.

Eso es lo que ofrece Televisa con un programa dominical, en el horario de las ocho de la noche: El gran show de los peques, sucedáneo del reality-concurso Pequeños gigantes y donde nuevamente hace gala de “inteligencia” la conductora Galilea Montijo y un grupo de chiquillos son sometidos al lamentable arbitrio de guionistas francamente vulgares, y el evidente oportunismo mercantilista de la empresa por conducto de sus productores, Rubén y Santiago Galindo, ya conocidos por perpetrar esperpentos televisivos anteriores, como La niña de la mochila azul o Hazme reír, programa que alguna vez, ante las burlas al aire hechas por la mencionada Montijo a las respuestas de un participante con evidente discapacidad intelectual, motivó el 21 de mayo de 2009 un exhorto de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal.

Niños efebos o convertidos en burdas miniaturas de adultos, reproduciendo a cuadro la misma porquería que Televisa ofrece en otras producciones, empleo de la candidez e inocencia infantiles para atraer la simpatía del televidente con un formato plagado de anuncios publicitarios (allí, por ejemplo, los paneles en la escenografía con el logotipo de los almacenes Chedraui). Contenidos vacuos, humor fácilmente previsible y trasfondos estereotipados, machistas, clasistas, homofóbicos: basura. Episodios de parodia donde se empeñan los productores en hacer aparecer como chistosa la dislalia de una de las niñas del elenco, a la que se le fomentan los vicios del habla en lugar de conseguirle una terapia de lenguaje. Al final, con el presunto otorgamiento de becas en las que se supone que se involucran los patrocinadores (así, una cadena de almacenes famosa por sus terribles políticas laborales o por dedicarse esencialmente a la especulación y el acaparamiento de comestibles y productos de necesidad básica y cotidiana queda convertida en algo parecido a un paternalista mecenas bonachón) se procura darle alguna legitimidad a la existencia de un bodrio que apuesta (y obtiene, si se miran las cifras del índice de audiencia alcanzado) al sentimentalismo ramplón del público, histórica y fácilmente seducido por niñas y niños actrices, comediantes o bailarines aunque lo sean de modo mediocre.

Pero si resultan lamentables los contenidos y el formato, es oprobiosa la ausencia de regulación por parte de las autoridades que no se atreven a tocar ni con el pétalo de una reconvención al consorcio de Azcárraga. Y menos aún en vísperas electoreras. Y es ese espacio vacío, y no tanto el ya de suyo insufrible destierro de la inteligencia argumental o de una primordial ética televisiva, lo que lacera más este país, porque supone y hace obvia la subordinación del bienestar de la sociedad toda a los mezquinos intereses de unos pocos atildados empresarios monopolistas que creen ser dueños de todo, del país entero, de nuestras leyes, del criterio público y, en última, aberrante instancia, de la normatividad y la jurisprudencia con que deberían ser contenidos y sancionados sus desplantes de estupidez y oligofrenia.