Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 21 de agosto de 2011 Num: 859

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Al pie de la letra
Ernesto de la Peña

Dos poemas
Eleni Vakaló

2012: Venus, los mayas y
la verdadera catástrofe

Norma Ávila Jiménez

Castaneda: la práctica
del conocimiento

Xabier F. Coronado

Trotski en la penumbra
Gabriel García Higueras

Juan Soriano en Polonia
Vilma Fuentes

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
Javier Sicilia

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Corporal
Manuel Stephens

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Dos poemas

Eleni Vakaló

La casa I

Cuando se terminó la construcción de la casa el arquitecto puso un puente de madera de una pared a la otra como ésos que tienden los barcos cuando llegan o se van y siempre temes caer. Lo colgó de las vigas del techo con gruesas cadenas y una gran argolla en cada esquina y nos dijo: “Aquí viviréis.”

Los demás estaban de pie en la orilla del muelle y me daban una por una cada cosa.

El reloj lo colgué de la pared
Tic tac
El espejo lo clavé en la pared
Tic tac
La imagen la rompí
Y lloré
La mesa la puse
Con mantel de lino

Después cerré la puerta y encendí el fuego.

Traté de aprender a caminar sobre el puente sin ponerme a gatas sin asirme de los barandales y sin hacer destrozos para no asustar a los niños. La noche cuando dormían abría la ventana y miraba las luces del puerto.

Casa II

Dentro la casa tenía algunas cosas que nunca tocaba. Había un lago que tenía que rodear para pasar al otro lado. Si me asomaba me jalaba al fondo.

El ángel dijo
No miréis la ciudad de Sion

Entonces empecé a cantar fuerte para no tener miedo cuando me quedaba sola y no fuera que se agrietara la barrera en alguna parte. Todo el día recogía los peces que saltaban del agua los ataba en pequeñas ristras y con cuidado los colgaba en la pared porque tenía que guardar nuestra casa del mal.
La noche cuando volvían los demás no decía nada porque entonces ya no subían las aguas. Me gustaba además mirar que estaban tranquilos y no sabían. Sólo mi esposo me miraba de vez en cuando.

Véase La Jornada Semanal, núm. 727, 8/II/2009

Versiones de Francisco Torres Córdova