Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 10 de julio de 2011 Num: 853

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora Bifronte
Jair Cortés

Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova

Francisco González León, modernista a solas
Leonel Alvarado

La inercia del lenguaje
Ricardo Venegas entrevista
con Evodio Escalante

Migración en Europa: ningún ser humano es ilegal
Matteo Dean

La dictadura de la transparencia
Fabrizio Andreella

El poder de la música
Julio Mendívil

Leer

Columnas:
Galería
Rodolfo Alonso

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Corporal
Manuel Stephens

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
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Verónica Murguía

Ya esténse

La mayor parte de la gente que conozco tiene opiniones férreas acerca de los partidos políticos. En los últimos años todos discutimos con pasión y nos peleamos; nos levantamos de la comida antes de terminarnos el café y dejamos al anfitrión con el pastel sin rebanar sobre la mesa; nos enviamos correos con insultos; nos miramos con rencor. Siempre pasionales, seguros de lo que decimos.

Los que admiten que votarían por el PRI en 2012, defienden su decisión proponiendo el archirrecontraescuchado: “Más vale corruptos que tarugos.” Además, dicen, y con razón, que en el PAN también los hay deshonestos y “del PRD ni hablamos, porque la imagen de Bejarano y las maletas de dinero y las ligas…” etcétera.

Estas personas argumentan, además, que el PRI es un partido laico, aunque eso a mí no me queda tan claro. Fue Carlos Salinas de Gortari, de amarga memoria, quien, en ese afán de pasar a la historia que suele atacar a los presidentes, reanudó las relaciones diplomáticas con El Vaticano.

Caray, como si hubiera hecho falta restablecer los tratos con la Iglesia. Hasta donde se me alcanza, la Iglesia nunca se fue a ninguna parte. No hacía falta darle la palabra a Onésimo Cepeda, Sandoval Iñiguez o Norberto Rivera, porque ellos solitos la toman y luego ya uno no sabe ni cómo hacerle para que guarden el silencio al que los obliga la pobre Constitución, tan maltratada.

Los favorecedores del PAN, que los hay, afirman que el PRI tiene la culpa de todo. Estos ardientes defensores de lo indefendible dicen que cuando Fox llegó al poder el país ya se caía a pedazos, y que los jirones valiosos, como pemex, ya habían sido explotados por el PRI.

El país necesitaba un cambio, sí, pero la transición falló. Bien que lo sabemos. Pusimos proa en dirección a un país regido por la tontera, el despilfarro, la corrupción –si no qué chiste– y la cursilería. Ese país, Foxilandia para más señas, fue un parque de diversiones para la esperpéntica pareja presidencial y la cohorte que los seguía. Robaron como locos, nos enemistaron con el mundo entero, hicieron gala de su mochería y trajeron a Elton John al Castillo de Chapultepec.


Elton John

Cuando el famoso “Y yo ¿por qué?” albergué la fantasía de demandar a Vicente Fox por incumplimiento de contrato, pues públicamente declaró que ya le valía sombrilla todo, y todavía percibía un sueldazo. Pero pronto me olvidé de Fox, porque lo que siguió fue mucho peor.

De este sexenio ya ni digo porque lloro. La ruptura de 2006 todavía no sana –AMLO es, para algunos, anatema– y los esfuerzos de Felipe Calderón por legitimarse han convertido a México en una pesadilla. Me dan ganas de ir a Los Pinos, tocar la puerta y pedirle a Calderón que me devuelva mi país. Que lo deje como estaba.

México es, desde que lo mal gobierna este hombre, un abismo de corrupción, impunidad, violencia, pobreza. Y lo que no es infierno, se lo adjudica, como si lo hubiera creado él.

Yo voto por la izquierda. Lo admito y me escuecen los errores, las corruptelas, los pleitos y los desfiguros. Los veo. Hasta los topos los verían, son enormes, costosos, decepcionantes. Los conocidos que defienden al pan me los cuentan y recuentan, como si yo no leyera el periódico o viviera en Ginebra.

Tengo mis opiniones, pues. Y comparto este derecho con quienes me rodean y aquellos con los que me cruzo sólo por minutos: taxistas, plomeros, carpinteros, meseros, novelistas, médicos. Por eso me pregunto: ¿para qué diablos queremos propaganda? Ya sabemos quiénes son. El chiste es escoger entre los males, el menor.

¿Cómo le vamos a hacer para defendernos de los millones, sí, millones de spots que los partidos nos quieren meter por los ojos y los oídos?

¿Cómo pedirles que se callen? ¿Que no nos aturdan con anuncios mal actuados, peor redactados y musicalizados con violines? ¿Con declaraciones que chorrean entusiasmo y amor por aquellos a quienes aspiran a esquilmar? Ojalá entendieran que no les creemos ni la hora.

La televisión, la radio, la calle: todo está lleno de imágenes fantasiosas de un país que no existe. El Senado, los diputados, la Suprema Corte, el IFE, la PFP, todos se paran el cuello. La propaganda del gobierno federal oscila entre la cursilería y la amenaza, la vanagloria y la advertencia.¿Cómo le vamos a hacer ahora? 2012 se cierne sobre nosotros, amenazante y derrochador.

¡Ya esténse!, dan ganas de gritarles. ¿Qué no saben que alabanza en boca propia es vituperio?