Opinión
Ver día anteriorJueves 7 de julio de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Ilusión y realismo
E

s indiscutible que en la elección en el estado de Mexico se impuso una evidente inequidad que está en línea con las aspiraciones del PRI, personalizadas por el gobernador Peña Nieto. La guerra mediática a favor de Eruviel, la disponibilidad inagotable de recursos denunciada sin éxito, así como la directa intervención de la autoridad para engrosar las redes clientelares no sólo resultan legalmente injustificables y antidemocráticas, sino que impiden la emergencia de una verdadera ciudadanía, según se puede observar por el nivel histórico del abstencionismo que aleja de las urnas a la mitad de los posibles electores. Que el candidato de la coalición Unidos por Ti, Eruviel Ávila, obtuviera 62.43 por ciento de los votos, según el PREP local, habla del abismo existente entre las oposiciones y el partido ganador, pero no deja de ser un dato alarmante que la mitad de los votantes prefiriera quedarse en casa o dar su voto al más fuerte o al mejor postor. Se cumple con el ritual democrático pero el acto se vacía de contenidos, separando aún más a los políticos –los partidos– de los ciudadanos que los observan pasivamente hacer y deshacer. Punto y aparte merece en este sumario recuento la actuación del Instituto Estatal Electoral, la parcialidad del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación para salvaguardar la buena reputación del gobernador preferido de Televisa, dejándolo a salvo de toda impugnación. Todos esos elementos cuentan y van sumándose para dar un resultado. Pero todos ellos estaban presentes desde el inicio de la contienda y no hay lugar para las sorpresas. Es evidente que, por razones distintas, la oposición ha sufrido un duro revés que también merece ser examinado en sus propios términos y a la luz del funcionamiento del régimen político que, en nombre de la democracia, se ha venido construyendo en los últimos tiempos.

Con los números a la vista atribuir la derrota de las oposiciones a una elección de Estado resulta un argumento tan poco convincente como suponer que la hoy tan añorada alianza entre izquierda y derecha habría asegurado el triunfo, lo cual no tiene asidero en los datos obtenidos en las urnas, pero exime a los partidarios de esta tesis de ir al fondo de la cuestión que es 1) el desplome del panismo gobernante como opción de cambio y b) la crisis de la izquierda para convertirse en un polo de atracción ciudadana, popular, incluyente, capaz de trascender las controversias partidistas que suelen afectar la libre participación de los sectores más activos. En vez de preguntarnos cuántos votos se habrían reunido gracias al extraño maridaje entre derechas e izquierdas en alianza, convendría cuestionarnos por qué esos partidos no acaban de convertirse en alternativas de poder, no obstante las grandes votaciones recibidas, digamos, en las últimas elecciones presidenciales (como tampoco lo ha conseguido la izquierda en importantes regiones del norte del país, donde su presencia es poco menos que testimonial).

El desplome del PAN como opción de gobierno y el temor (convertido en asedio permanente contra López Obrador) ante la posibilidad de un repunte de la izquierda crearon el espacio propicio para la resurrección del PRI, que desde el principio trató de presentarse como un protagonista responsable, institucional pero ajeno a la crisis desatada por las elecciones de 2006. Esa estrategia, a pesar de algunos descalabros en elecciones locales, le rindió frutos: ganó las elecciones intermedias y los resultados causaron estragos en las filas de la izquierda y el gobierno federal, pese a los triunfos de la coalición PAN-PRD en tres entidades. La alianza entre sectores de la Iglesia católica, empresarios de telecomunicaciones y grupos empresariales se estrechó cada vez más en torno a Peña Nieto, al mismo tiempo que se puso en marcha una campaña contra los partidos y los políticos sin por ello restarle fuerza al priísmo modernizante, cómodamente asentado en los feudos estatales, donde mantiene y reproduce su fuerza.

En el estado de México, como ha escrito Alejandro Encinas, las peculiaridades de esta elección habría que buscarlas en la historia de las reformas regresivas que se fueron instalando durante años en el sistema electoral mexiquense, sin obviar el análisis de la conducta pública de los partidos contendientes, esto es, en el mensaje que le transmiten a la sociedad y en el modo como ésta los valora, más allá de los buenos deseos, la voluntad o, incluso, de los programas confeccionados por sus intelectuales. Y, desde luego, su actitud ante el fenómeno Peña Nieto.

El estado de México demuestra que no siempre el mejor candidato obtiene los mejores resultados. Encinas hizo un gran trabajo, demostró madurez, experiencia y cosechó aplausos por su desempeño en los debates, pero la habilidad o el carisma no fueron suficientes para remontar la oleada de votos negativos acumulados por la izquierda de 2006 a la fecha. Con un partido dividido, su gran acierto personal fue mantener a contracorriente la unidad de la izquierda cuando muchos apostaban a la inminente ruptura. Le dio voz, expresión a las mejores propuestas, pero el mensaje no fue escuchado por el votante promedio. Habrá que sopesar cuánto afectaron a Encinas las malas actuaciones de los gobiernos municipales que la izquierda conquistó gracias al factor AMLO para luego perderlos a la primera oportunidad, por no hablar otra vez del lastre representado por los pleitos internos o el oportunismo en la disputa de los cargos públicos que la sociedad observa sin contemplaciones. Es probable también que al candidato Encinas le hicieran daño las dudas en torno al registro de su candidatura, su relativo alejamiento del estado explotado a tambor batiente por el peor localismo y, ¿por qué no decirlo?, la falsa acusación de que no actuaba por sí mismo, difundida desde su propio partido, acusándolo de ser una pieza más en el engranaje de la estrategia lopezobradorista hacia la sucesión presidencial, temas, por cierto, a los cuales respondió con puntualidad y elegancia en medio de las estridencias de sus críticos.

Habrá que esperar al balance de los partidos que apoyaron a Encinas. Es obvio que se trata de un asunto crucial para definir la ruta hacia el 2012. Haría falta poner en segundo plano el debate acerca de cómo elegir al candidato para entrar en una discusión seria, racional, sobre qué hacer para recrear un amplio frente sin exclusiones y con qué ideas darle vida, perspectiva. Y eso exige entrar de lleno en el debate político, en la organización y en la apertura hacia la sociedad que busca afirmar su presencia. México vive una situación de emergencia. Hace falta ilusión, sí, pero también realismo. Lo que está en juego no es tanto el intento de restauración del régimen priísta a la manera tradicional sino la continuidad y fortalecimiento de la oligarquía dominante bajo un sistema político centrado en un partido fuerte, mayoritario y, por tanto, dispuesto en los hechos a subordinar las complejidades del pluralismo democrático, incluida la alternancia, al funcionamiento eficaz del sistema. En el estado de México, el vencedor formal es Eruviel pero el ganador es Peña Nieto y el proyecto que representa.