Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 19 de junio de 2011 Num: 850

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Gonzalo Rojas revisitado
Juan Manuel Roca

Un café en España con Enzensberger
Lorel Manzano

Juan Rulfo en Cali
Eduardo Cruz

El Guaviare. ¿Dónde concluye y comienza
La vorágine?

José Ángel Leyva

Con los ojos del paisaje
Ricardo Venegas

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


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Juan Domingo Argüelles

Homero Aridjis: soñar para vivir

En Diario de sueños (Fondo de Cultura Económica, 2011), Homero Aridjis hace un ajuste de cuentas de su vida, y con el sueño y la realidad traza no sólo su autorretrato sino la galería de imágenes, los retratos de sus seres queridos, para fijar la presencia de lo que se ama; también para no olvidar la herencia que duele, sobre todo hoy cuando esa herencia (esa red de agujeros) es tan terrible en un país que se nos deshace en las manos.

En este libro de Homero Aridjis los sueños son vigilias, porque su propósito es revelarnos la realidad. El recuerdo soñado (desde la infancia hasta la madurez) recupera la parte de vida que es importante no perder para seguir soñando y para seguir sabiendo que se sueña también, más allá de lo onírico, la realidad.

El poeta se confiesa. Y si, como es lugar común decir, toda la biografía de un poeta está en su obra, en Diario de sueños está más que nunca esa biografía hecha de memoria y de la recuperación de los olvidos. Y hay confesiones que autorretratan una búsqueda ética que es a la vez po-ética, como en el poema que escribe el autor para celebrar sus setenta años de edad y que dedica a su esposa Betty:  “A los setenta, amar como si fuera la primera vez./ Vivir, como si fuera el último minuto./ Mirar, como si todo fuese caza que huye alrededor./ Defender las esferas de la vida como a mí mismo./ A los setenta, decir la verdad,/ porque si no cuándo la voy a decir. [...]/ A los setenta, ser aquel que nunca he sido,/ aventurarme en lo desconocido,/ vivir de prisa, como si de aquí a mañana/ tuviera que alcanzar todo el ayer./ A los setenta, más poesía./ A los setenta, ser.”

Soñar es no dar tregua a las angustias, las preocupaciones, los recordatorios de que estamos vivos y vamos hacia la muerte. Soñamos luego existimos, y el yo del sueño nos lo recuerda cada día. Al abrir los ojos sabemos que hemos andado sin andar esos caminos que nos llevan indefectiblemente a lo que somos y hemos sido. En el sueño hay cimas y hay abismos. Pero bien dice el poeta: “No deben espantarme/ los abismos del universo,/ básteme para espantarme/ el abismo de mí mismo.”

La poesía de Homero Aridjis se ha concentrado y se ha intensificado, como esa poesía sintética, extraordinaria que Octavio Paz escribió en los libros de su última madurez. Poemas breves, muchos de ellos ensimismados, que buscan la explicación del hombre a través de la explicación de sí mismo. Octavio Paz escribe:  “Aquí, frente al mar latino,/ palpo lo que soy:/ entre la roca y el pino/ una exhalación.” Y Homero Aridjis sentencia: “somos segundos/ somos sombras/ somos heces”. Tema clásico, preocupación eterna que Marco Aurelio sintetizó del siguiente modo:  “En la vida de un hombre, su época es un momento; su juicio, el débil resplandor de una vela de sebo.”

Homero Aridjis se construye y reconstruye en las páginas de su Diario de sueños. Cuenta su historia: pero no sólo la historia de la vigilia, sino también la historia soñada, y en esta historia de vigilia y de sueño está como el telón de fondo de una vida, un pasado greco-mexica, una estirpe evocada y el dolor ante una realidad social y política cada vez más agraviante que nos obliga también a soñar despiertos y a despertar del sueño, todos los días, con la angustia de saber que la realidad es más violenta y más feroz que los sueños más terribles.

“Hay que soltar los sueños”, escribe. Y, sí, hay que soltarlos: quitarles las cadenas que los atan al mundo de la oscuridad y sacarlos a la luz del día, a la vigilia, para poder decir:  “Soñé que se habían acabado los sueños/ y ahora para vivir todos los seres humanos/ tenían que salir al mundo a realizar sus sueños.”

Al final de este libro, los poemas en prosa “La taza rota”, “El poeta niño”, “El sueño de los padres muertos”,  “Los higos blancos de Esmirna” y “Eurípides” son extraordinarios ejemplos, conmovedores y lúcidos, de la genealogía que sigue buscando y nombrando, entre sueños, al autor, al padre, a la madre, a la esposa, a las hijas y, especialmente, a ese héroe trágico de Grecia que vino a dejar simiente en un pequeño lugar de México.

La odisea particular de Nicias Aridjis Theologos marca el viaje, también, del autor de este Diario de sueños, en cuyas páginas nos estremecemos con el sueño de los padres muertos para luego apaciguarnos y consolarnos con el “Primer sueño” que es también el último:  “Contra el hostigamiento político,/ contra la violencia criminal,/ contra el miedo/ he levantado un muro de poesía.” Toca a los que no sueñan, pero destruyen nuestra tranquilidad, desaparecer ya de nuestros sueños.