Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 19 de junio de 2011 Num: 850

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Gonzalo Rojas revisitado
Juan Manuel Roca

Un café en España con Enzensberger
Lorel Manzano

Juan Rulfo en Cali
Eduardo Cruz

El Guaviare. ¿Dónde concluye y comienza
La vorágine?

José Ángel Leyva

Con los ojos del paisaje
Ricardo Venegas

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Enrique López Aguilar
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La imagen desolada en la obra
fotográfica de Juan Rulfo (X Y ÚLTIMA)

Me doy cuenta de que parezco haber caído en la trampa del prejuicio literario para juzgar al Rulfo fotógrafo, pero es imposible borrar al narrador para pensar puramente en el artista plástico: ojalá se pudiera, pero las correspondencias entre un campo y otro, en él, sólo se explican con la idea de coherencia y me gustaría pensar que las palabras que ciertos lectores creen que le faltó decir a Rulfo, se extendieron y modificaron en las emulsiones de luz, plata y papel. Sería interesante establecer esas correspondencias, entender por qué Rulfo guardó un relativo silencio literario después de 1958 y averiguar si fue cierto que le “cortaron las alas”. Mientras eso ocurre, sólo se puede insistir en la evidente y mutua amplificación que textos fotográficos y narrativos tuvieron en este autor durante dieciocho años, hasta el grado de percibir una sola mano, portadora del mismo estilo. Lo interesante, entonces, no sería jugar a la línea más obvia del sano prejuicio de la lectura, es decir, la de identificar los elementos rulfianos de sus fotos desde las certidumbres de El Llano en llamas, Pedro Páramo y El gallo de oro, sino al revés, la de rastrear las huellas que éstas dejaron en su obra narrativa, no sólo como borradores sino como maneras de encontrar un punto de vista, concentración narrativa y selección de encuadres de la realidad, independientemente de su valor intrínseco como obra plástica.

De ser exacta la contabilidad de 6 mil negativos y de ser posible el cálculo de que sean trescientas o cuatrocientas las fotografías rulfianas que se conocen, aproximadamente, el universo visual del escritor resulta prácticamente incógnito en la actualidad. Lo sorprendente es que, aun considerando la parte conocida de su mundo fotográfico, la crítica acerca de ella sea bastante escasa y ralita: casi toda tiende a repetir los juicios de Benítez y Tibol, a ofrecer informes y cronologías caóticos o a plantear evaluaciones superficiales de la obra. Tengo la impresión de que el fotógrafo no supera al escritor, de que el fotógrafo no desmerece respecto a la calidad del escritor y de que ambos se complementan muy bien; también creo que las imágenes de Rulfo son una parte importante de la cultura visual de México y forman el respetable corpus fotográfico de un magnífico fotógrafo que, sólo en la búsqueda de nuevas formas y fronteras expresivas, no podría competir con Weston ni con Álvarez Bravo; sin embargo, en este campo, lo suyo sigue siendo producto para unos cuantos, y ni la fama de sus obras literarias ha logrado que las fotos tengan una vida propia más dinámica, pues se desconoce su serie completa sobre ferrocarriles, no existe ningún catálogo o inventario de lo que produjo y los dos libros donde se le puede conocer están agotados. Creo que estas circunstancias favorecen la simplificación crítica y el resguardo en la obra cerrada, segura: la literaria; lo cual ocurre en detrimento de los méritos y la divulgación de su obra visual.

Regreso a mis ideas del principio y me parece confirmar que Rulfo llevó su actividad fotográfica más allá del trabajo subalterno –aquél que se ejecuta mientras se desarrolla el más importante–; asimismo, la relevancia de las tareas literarias y fotográficas la descubro en el silencio coincidente y en las esporádicas reapariciones de las mismas entre 1959 y 1985, lo cual parece sugerir que ninguna de las dos era superior o inferior en el ánimo rulfiano (de hecho, el silencio literario de Rulfo sólo fue de tipo editorial, pues nunca dejó de escribir; el silencio fotográfico también se relativiza si se piensa en los retratos que realizó para el libro Homenaje nacional, en 1980, aunque sea cierto que trabajó muy poco con su cámara después de 1958, ante la idea de que “la fotografía es una afición muy cara”, palabras de Rulfo recordadas por Pablo, su hijo). Es posible que le haya ocurrido al revés de Chuang-Tzu, quien dejó pasar diez años “improductivos” en la corte del emperador para, al término de ellos, pintar el cangrejo más perfecto que se hubiera podido concebir: Rulfo engendró, primero, fotografías sorprendentes y narraciones extremadamente novedosas y, después, decidió envolverse en un aparente silencio de veintiséis años.