Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 19 de junio de 2011 Num: 850

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Gonzalo Rojas revisitado
Juan Manuel Roca

Un café en España con Enzensberger
Lorel Manzano

Juan Rulfo en Cali
Eduardo Cruz

El Guaviare. ¿Dónde concluye y comienza
La vorágine?

José Ángel Leyva

Con los ojos del paisaje
Ricardo Venegas

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
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Juan Rulfo en Cali

Eduardo Cruz

La mítica Colombia y la certeza de que a estas alturas del siglo XXI los caminos de El Dorado no son inescrutables, se revelan a través de un epistolario electrónico que pronto comenzará a circular gracias a una coedición de Ediciones Sin Nombre y la Universidad Autónoma de Nuevo León. Su simiente se encuentra en las tareas que como periodista ha desarrollado Eduardo Cruz Vázquez en distintos momentos de su quehacer como gestor cultural. Durante su estancia en Colombia (2001-2005), su segundo eslabón como diplomático, además de despachar abundantes entregas a páginas culturales, los más de cuatro años de andanzas le permitieron concentrar un cúmulo de información y experiencias que llamaron a la apuesta literaria. Colombia tiene nombre de mujer teje un periplo de pasiones por El Dorado, donde la ficción y la realidad se funden para rendir homenaje a una gran nación.

Durante su primera experiencia como agregado cultural en la Embajada de México en Chile (1996-1997), Cruz elaboró numerosas crónicas, entrevistas y reportajes que dejan constancia de los vastos acervos que vinculan a las culturas de ambas naciones. Esta suerte de catálogo, también de fuerte impulso literario, apareció con el título Residencia bajo la Cordillera de los Andes, en el libro Del mismo cuero salen las correas (UAM-Xochimilco, 2002) su segunda antología periodística.

En una de las cartas-correo de Colombia tiene nombre de mujer, Eduardo da noticia de un hallazgo: se trata de la grabación de una entrevista a Juan Rulfo en lo que sería su única visita a Cali, así como el rescate de otra serie de declaraciones que aparecieron en un periódico universitario. Aquí presentamos un extracto que contiene lo más relevante de lo dicho por Rulfo. La misiva electrónica termina haciendo referencia a los andares de Encarnación, personaje central de lo que también podemos calificar como un reportaje novelado.

Colombia tiene nombre de mujer

Esto es, Esmeralda, lo que alcanzo a recordar bajo el influjo de Amparo y los achaques de la memoria. Pero debo concluir esta entrega con lo que considero una joya preciada que de nuestro país encontré en El Dorado (y no se trata precisamente de mariachis). Al estar en uno de los intermedios de la pasarela del Círculo de la Moda, la gran Paola Cortés rompió la conversa sobre diseños y cadencias al recordar que la voz de Juan Rulfo formaba parte de la fonoteca de la emisora cultural HJCK, ubicada en FM.

¿Pero cómo así?

Don Álvaro Castaño Castillo, el queridísimo director de la radiodifusora, confirmó la Chiva y su esposa, la entrañable Gloria Valencia (GV), quien entrevistó a Juan Rulfo a finales de los años setenta en Cali, durante el Encuentro de Narrativa Hispanoamericana, instruyó a los cirujanos Pepe Castiblanco y Alejandro Rodríguez a hacer la exhumación, pues el registro que provenía de un audio de televisión tenía quizá todos esos años sin tocarse.

Comprenderá, Esmeralda, la emoción que sentí ante el hallazgo. Si bien cuento con toda la trascripción, le dejo las preguntas y respuestas más reveladoras.

–Por ejemplo su último libro, usted contestó con su humor que, por cierto lo tiene a flor de piel y que le sale duro muchas veces, contestó que su libro Cordillera se había quedado “en cerro”. ¿Qué nos quiso decir?

Bueno, que desapareció, desapareció definitivamente.

–¿De verdad lo destruyó?

Lo destruí, sí, lo tiré a la basura, pues no llenaba, no me satisfacía, era una cosa que me llevó a un callejón sin salida.

En otro momento del diálogo en el estudio, intervino el escritor Manuel Mejía Vallejo.

–Usted tiene en su obra un aspecto permanente sobre la soledad y la muerte. A veces, cuando lo veo, me lo imagino como un fantasma creado por usted mismo.

Así soy, un fantasma, no existo, es un mito la existencia, mi existencia. A veces pienso que no existo.

Al seguir la pista de Juan Rulfo por La sultana del Valle, y gracias al querido amigo Fabio Jurado, ubiqué al también escritor Sandro Romero. Me facilitó un ejemplar del 19 de agosto de 1979 del periódico cultural El Semanario, de Cali, donde publicó una larguísima crónica bajo el título de La literatura en llamas, a propósito del Encuentro de Narrativa Hispanoamericana. La voz del autor fantasmal quedó en los registros sonoros de la Universidad del Valle.


Autorretrato de Juan Rulfo en el Nevado de Toluca, década de 1940

Dijo: “Yo estuve buscando muchos editores y no me quisieron publicar hasta el año ’53. Yo ya tenía escrita mentalmente el Pedro Páramo. Considero incluso que Pedro Páramo es anterior a los cuentos. El resultado fue que no encontraba la fórmula para contarla. Al escribir los cuentos, me dediqué a hacer una especie de ‘ejercicios literarios’ hasta que por fin encontré, en un cuento que se llama “Luvina”, la atmósfera que yo necesitaba para escribir Pedro Páramo. Así es que si se publicaron primero los cuentos, fue porque ya había los suficientes medios para hacerlo, y entonces me dediqué exclusivamente a escribir la novela. En lo personal, y es una cosa que siempre me he reservado, Pedro Páramo es anterior a El Llano en llamas. Me quedaba entonces después del trabajo a escribir. No tenía amigos ni a dónde ir, así que escribí una novela que titulé provisionalmente El hijo del desaliento. Fue una novela que, como ustedes pueden suponer, fue a parar a la basura, como otras que también fueron a parar al mismo lugar. [...] La novela mexicana ha caído en el terreno de la pornografía, el escándalo y la comercialización. Grijalbo, por ejemplo, ha incrementado este tipo de literatura. Si antes vendía bestsellers norteamericanos, ahora vende escándalo. Han aparecido seis u ocho escritores que exclusivamente escriben eso. Una novela llena de vulgaridades, pero como se dice, de sal, de pimienta, que llama la atención y que el público que no lee literatura la consume. Así como se venden los cómics, así se venden esas obras. Puedo citar nombres: Parménides García Saldaña, Gustavo Sáinz, José Agustín, Luis Zapata; bueno, tres o cuatro más que escriben pornografía absoluta. No tienen nada de literario sus obras. [...] Para mí, el acierto más grande de Carlos Fuentes fue La muerte de Artemio Cruz. En cambio Terra nostra está plagada de esa obsesión en él, hacer farragosa alguna cosa. Tiene una particularidad Carlos Fuentes: no sacrifica nada. No tacha nada de lo que escribe, porque cree que cualquier línea es valiosa y eso le ha perjudicado, sobre todo en Terra Nostra que podría haber sido una novela magnífica. Se le fue de las manos… El defecto que yo le veo a esta novela es esa falta de crítica que nos sobra a algunos. Fuentes debería de concretarse a lo que conoce, que es la historia de México. El problema es que él no conoce su país. Al principio quiso imitar a su padrino Octavio Paz, pero lo ha superado en muchos aspectos, sobre todo en el terreno de la ficción. Lo que me molesta de Fuentes es que él trabaja sus obras con el conocimiento y no con la imaginación. Y esto es una falla.”

¡Bomba! No negará, Esmeralda, que estas declaraciones son una gran exclusiva.

Pero ha de disculpar que algo más quepa en este salpicón (dígale champurrado de estampas, si lo desea). Al sumarse los veranos e inviernos y de cara a un año nuevo, a la ruta de la despedida, el economista Winston Licona y el reportero Juan Manuel Ruiz, me obsequiaron sendas andanzas por rumbos circunvecinos de Bogotá.

Los dominios de mi hermano periodista son particularmente en Tunja, donde su querida madre cumple el papel de audaz columnista. Como es la ciudad “más erótica porque cuando pones un pie allí te vienes”, mejor nos fuimos a recorrer las calles empedradas de Villa de Leyva, pueblo colonial donde se celebra un festival de cometas, se consiguen fósiles, se tejen textiles, se da forma al barro, se visita el Museo del artista Luis Alberto Acuña, el cine bar El Patriarca y, particularmente los domingos, tiene lugar un macondiano mercado, el cual con sus viandas deja en cosa de comida light a la bandeja paisa.

Tome nota del menú dominguero de los boyacenses: mondongo, mute de maíz, mute de mazorca, caldo de cordero (con cabeza), caldo de costilla de res, caldo de pata, yuca sudada, yuca frita, papa salada, papa criolla, arveja guisada, asadura de cordero (sangre y vísceras picadas), pata de cordero con cordero sudado (sic), chicharrones de cordero, plátano asado, longaniza, arroz, tamales, rellena (moronga) y cuello de gallina relleno de arroz. Todo a escoger y pasar con un chocolate, un champús, un tintico, un carajillo, una gaseosa o una agüita Cristal si prefiere para la digestión.

¡Ah! Y de pilón, gelatina de res (pezuña ultra recontra molida) que se la venden así, en vasitos, con su cucharita para que la saboreé mientras camina por la amplia plaza de este pueblo de vientos frescos, de áridos paisajes al que se llega tomando una carretera maltrecha tras visitar el famoso puente de Boyacá, que fue escenario de una gran batalla por la Independencia. Un camino lleno de tierras cultivadas de papa, de hombres con sombrero y ruana, ruta en la que te detienen de pronto niños que al tapar los numerosos huecos piden unas monedas a cambio.

Para llegar a los dominios de Winston, también presidente del Club de Tobi, se toma una carretera que literalmente va montada en los abismos de la cordillera. Sasaima, “la tierra primaveral”, es un pueblo lleno de verdor y humedad y tiene por vecino a Villeta.

Más que los afanes turísticos, que bien se resuelven con el paisaje y con la atmósfera pueblerina, se trató de que conociera la Finca Eve, propiedad de su vivaracha madre y en la cual Winston se desempeña como criador de marranos. Fueron toda una revelación los oficios porcicultores del afamado economista. No sé si a estas alturas del relato la cuantiosa inversión haya rendido ya sus ganancias. Lo cierto es que tras los quehaceres que cual padre procuró a sus animalitos, nos hicimos de una habitación en el Hotel Hacienda El Diamante en Villeta. Al fumar y beber en la terraza mientras un feroz aguacero nos endulzaba el oído, invocamos a nuestras musas.

Ruego nuevamente, Esmeralda, perdone lo atrabancado del relato. Pero la necesidad de ir apretando los demás hallazgos de El Dorado, hasta el espacio de este correo lo comprende. Lo hago así también ya que al asumir felizmente que con la presencia de Ilona intento de nueva cuenta la armonía en mi vida, el cerrar este período de mi extravío significará la libertad, la asimilación plena de los tesoros que descubrí, amé y amo; será la constancia de los ajustes indispensables para ofrendar con modestia a la familia de aquí y de allá en México lo mejor que puede quedar de mí para los próximos años.

Por lo mismo, le dejo un poema de Juan Manuel Roca, que extraigo de la antología personal Cantar de lejanía, y que lleva por título “Oración al señor de la duda.”: “Más que fe, dame un equipaje de dudas./ Ellas son mi puente, mi afluente, mi oleaje./ Venga a nos el Reino de lo Incierto./

Mantén en vilo mis verdades,/ Concebidas, muertas y sepultadas/ En los telares del olvido. Llévame/ Por las arenas movedizas,/ Dame a comer el pan de la derrota,/ A beber el agua del silencio./ No hay timos ni trucajes:/ Estoy herido y soy mi camillero./ Sean las certezas palacios de nieve/ A los que alguien asedia con el fuego./ Señor de la duda, si existieras,/ Escucha la oración del descreído.”

Abracaribes Esmeralda, que su felicidad es la mía.