Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 19 de junio de 2011 Num: 850

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Gonzalo Rojas revisitado
Juan Manuel Roca

Un café en España con Enzensberger
Lorel Manzano

Juan Rulfo en Cali
Eduardo Cruz

El Guaviare. ¿Dónde concluye y comienza
La vorágine?

José Ángel Leyva

Con los ojos del paisaje
Ricardo Venegas

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Ana García Bergua

Parte de guerra VII

Para Lucía

Luego de ser perseguidos a lo largo de la calle de Francisco Sosa por miembros de la Escuadrilla de Lanceros Caníbales del Metro Barranca del Muerto, el general Oliverio Guadaña y el sargento de Ingenieros Nicanor Mecate atinaron a resguardarse en la tienda de latería y ultramarinos La Fabiana, cuya cortina metálica bajaron para la seguridad de sus personas y la preservación de la limpieza de sus uniformes, recién salidos de la tintorería Flash, frente a la florería japonesa. Sargento, expresó el general Guadaña resoplando con voz compungida, haga favor de abrir esa latita de chipirones en aceite y pasármela junto con unos buenos palillos para disminuir la adrenalina.

Cumplida la ordenanza y terminados los chipirones en fila rigurosa, Guadaña tuvo a bien comunicarle al sargento su plan de abandonar el refugio por el norte de la tienda, que colinda con la Comercial, donde de paso podrían comprar unos bolillos para evitar la agrura. Pero mi general, respondió Mecate, justo ahí están acantonados los miembros de la familia Girondino López, peligrosísimos bandidos armados con cuchillos eléctricos de marca La Lustrosa, de calidad inmejorable. Enemigo de rendirse, el general Guadaña consideró la sugerencia de su subordinado mientras daba un trago de tipo “fondo” a la botella de brandy Miserere, sita en el primer estante a la derecha del local, y modificó la orden: pues por el sur, mi estimado sargento, por la callejuela que se toma de atajo rumbo a la Universidad. Imposible, objetó Mecate; de aquel lado se han apostado los Pípilas de la venganza, dispuestos a aplastarnos con sus terribles losas de mármol contra incendios. ¿Por la derecha?, continuó el general. Tampoco: el enemigo está por todas partes; si tratamos de salir, seremos convertidos de manera irremediable en barbacoa de chivo, mi general, o mixiote de pollo en mi humilde caso. El general Guadaña procedió a considerar algunas posibilidades más: cavar un hoyo en el piso (solución problemática, pues debajo de la tienda era bien sabido que circulaba la infantería de los temibles cocodrilos de San José Insurgentes, a las órdenes del coronel rebelde Benadril Quintanilla) o en la pared (lo que implicaba toparse con el contingente de Boy Scouts narcotizados, famosos por su elaborada crueldad, a quienes el propio Guadaña había protegido en cierta época, pues algunos de ellos eran sus sobrinos). Otrosí discurrió el general, mientras el sargento rebanaba un jamón cocido en lonchas finas, podrían fabricar unas hélices con sacacorchos para huir por el techo, misión imposibilitada por una banda de avispones enviados desde el Cerro del Cubilete por la cuadrilla de Juan el Charro Asqueado, la cual nunca faltaba en los acabóses.

Entonces consideró el general Guadaña, masticando pensativo unos chorizos de Pamplona, acompañados de rajas en vinagre y manzanilla Sol de España, formar con la figura del sargento Mecate un churro muy compacto, de calibre 20 aproximadamente, y enviarlo por una tubería para pedir ayuda al coronel Medusa, quien se encontraba rodeado por el enemigo al igual que él mismo, con la única ventaja de estar encerrado en la ferretería Pedal y Fibra con la brigadier Menchaca, pero el sargento había perdido sus lentes en la persecución y no se iba a poder orientar, además de que aún no estaba lo bastante delgado. Temeroso del día en que el general lo enviara picado en pedacitos al restaurant Chai-Lai para negociar con el enemigo, el sargento Mecate rogó a su altísimo superior, luego de ofrecerle un frasco de las acreditadas aceitunas rellenas La Covadonga, que se declarara derrotado. Tenemos aquí unos lienzos blancos, ideales para fiestas y banquetes, y también para mostrar la bandera de la paz al (o los) enemigo(s). Debemos aceptar, mi general, que hemos perdido la guerra. Y literalmente, añadió Mecate mientras presenciaba la marcial deglución, con la obediencia un poco diluida en el mezcal El Caracol con que se apoyaba en esta circunstancia: ya no sabemos dónde está la guerra, es decir, está por todas partes, mi general.

Pero el general Guadaña era irreductible, antes bien aumentaba peligrosamente de tamaño. Eso jamás, continuaremos pase lo que pase y caiga quien caiga, exclamó, soltando de súbito una enorme ventosidad, producto de los ultramarinos. El sargento Mecate no tuvo otro remedio que la retirada, con la que dejó abierta la entrada a los bárbaros, quienes terminaron con el general, más no con la guerra.